Veinticinco años sin Ana Orantes
Publicado por Amparo Díaz Ramos | diciembre 23, 2022 | Actualidad, Comisión de Igualdad
Amparo Díaz reflexiona sobre el asesinato de Ana Orantes tras romper la ley del silencio hace 25 años y contar en la televisión el maltrato que lleva 40 años sufriendo.
El 4 de diciembre de 1997 Ana Orantes Ruiz rompió la ley del silencio como nunca antes se había hecho en España: contó claramente en la televisión los suficiente para comprender que llevaba padeciendo 40 años de malos tratos. Lo que contó debió sacudirnos como sociedad hasta la médula, y así fue para muchas personas. Lo que hizo era de una dimensión tan grande que apenas teníamos capacidad para comprenderlo, su valentía, su voluntad heroica frente a la violencia. No copó los titulares de la prensa al día siguiente porque su acción iba muy por delante de la propia prensa. El eco de su voz estaba resonando todavía cuando 13 días después, el 17 de diciembre de 1997, fue asesinada por su exmarido, José Parejo Avivar, y entonces sí ocupó todos los titulares. La gravedad de la violencia de género y la dimensión de su valor quedó simbolizada drasticamente en ese asesinato. Ana Orantes murió asesinada por José Parejo y desprotegida por el sistema judicial y las administraciones públicas. Ana Orantes murió siendo mucho más grande que la sociedad y el sistema que la rodeaba y limitaba.
¿Cómo habría aprovechado esa magnífica mujer los veinticinco años que han pasado desde entonces? Sabemos de su asesinato y la desprotección que había padecido, con denuncias que no servían para nada, y un convenio regulador que era un acuerdo forzado por las circunstancias, en el que tenía que compartir con su agresor la casa (ella arriba, él abajo), porque ella no tenía forma de subsistir. Sabemos que ningún jurista ni servicio público alertó, al menos eficazmente, del peligro para esta mujer, que ya había sufrido, entre otros malos tratos, dos incendios. Sabemos que ninguna institución pública le brindó una alternativa real. Sabemos, por sus hijos, que de haber tenido esa oportunidad de vivir dignamente apartada de su maltratador y a la vez cerca de su familia, la habría aprovechado porque quería disfrutar de la vida y de la compañía de sus seres queridos. Sabemos que, probablemente por su experiencia, quería aprender en general pero especialmente sobre los derechos que en la práctica se le negaban. Sabemos que quería disfrutar de la libertad.
Puedo imaginar que si levantara ahora la cabeza estaría orgullosa y emocionada de haber azuzado al poder legislativo, que en el 2003 promulgó la Ley reguladora de la Orden de protección de las víctimas de violencia doméstica, como entonces se llamaba en general a la violencia contra las mujeres en el ámbito de la pareja, y en el año 2004 promulgó la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género.
Sabemos lo suficiente de ella para atreverme a imaginar que habría acudido a las manifestaciones en contra de la violencia de género y que sería un miembro activo de asociaciones por la igualdad, que habría ayudado a otras mujeres a tener una vida más allá de la violencia.
También puedo imaginar que estaría horrorizada ante las nuevas vulnerabilidades que han ido surgiendo con ocasión de la cosificación extrema de las mujeres que se difunde a través de internet. Las viola-grabaciones, el porno vengativo, la captación de niñas a través de las redes sociales para la prostitución….
Tal vez si estuviera viva también habría calles con su nombre, por su fuerza y valentía a favor de la igualdad. O no, pero eso seria lo de menos porque ella estaría andando sobre ellas.
Me pregunto qué le habría dicho a las personas que intervinieron en sus denuncias y procedimientos judiciales, y que no vieron la violencia, o les pareció “lo normal”. ¿Cómo se habría dirigido a ellos y ellas si hubiera llegado a sobrevivir? En aquella época ni se veía ni se quería ver la violencia sobre las mujeres, se negaba y minimizaba la violencia de manera sistemática. Apenas llegaban casos a los tribunales en los que se expusiera la violencia porque la respuesta adversa estaba garantizada, salvo excepciones.
Me gusta imaginar que el asesinato y la desprotección de Ana Orantes les causó una profunda conmoción y que han mejorado.
En estos 25 años hemos ido creando un sistema de protección a favor de las víctimas de violencia de género, lleno de necesidades de mejora que tenemos que trabajar cada día, pero en sí mismo es mucho más que lo que tenía a su disposición Ana Orantes. En buena parte se lo debemos a ella. Gracias Ana, tus pasos siguen por las calles.