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Pablo de Olavide

Nacido en Lima el 25 de enero de 1725, recibió los grados de Bachiller y Licenciado en la Universidad de San Marcos, siendo nombrado Abogado de la Real Audiencia de su ciudad y Oidor Supernumerario de la misma en 1745.

El joven Magistrado, “exponente atípico de la sociedad criolla” (Iwasaki Cauti), pasea su mirada inquieta por las calles de la Capital virreinal en que se levantan mansiones de próceres y burgueses. El lujo, los paños y las sedas que almacena su padre Martín de Olavide, las comedias y los chichisbeos tras las celosías ocupan sus ocios, así como la lectura de los “nuevos filósofos” (D’Alambert, Rousseau, Locke, Diderot, Voltaire…), cuyos libros viajan ocultos en las naves que llegan al Puerto del Callao.

Olavide, que tiene abiertos en su contra procesos judiciales, relacionados con su intervención en la Junta de reconstrucción de Lima, (creada a consecuencia del terremoto que asoló la ciudad en 1746) e, incluso, con acreedores de mercancías depositadas en el negocio familiar, es convocado por el Consejo de Indias, emprendiendo viaje a España (1750), con escalas en Panamá, Santo Domingo, Caracas y Curaçao, entonces colonia holandesa. Dos años más tarde arriba a Cádiz, sufre arresto domiciliario en Madrid y posterior prisión en la Cárcel de Corte (1754), de la que se libera mediante caución juratoria.

El rey Fernando VI acordó el sobreseimiento de las causas criminales incoadas, ordenando “perpetuo silencio” en una llamada “Sentencia de Olvido” dada en Aranjuez el 16 de Mayo de 1757, si bien se impone a Olavide la suspensión por diez años en su mencionada condición de Oidor. El limeño contrae matrimonio en 1755 con Isabel de los Ríos, viuda de un Asentista y poseedora de una considerable fortuna, de la que designa administrador a Olavide.

Como otros jóvenes americanos, viaja por Europa y en Francia es asiduo de los más célebres salones donde conoce a la duquesa de Auville, a Diderot, Raynal, Marmontel, el abate Condillac. . . Visita también a Voltaire en su retiro de “Les Délices”.

Instalado en España, es famosa la tertulia de su casa de Madrid, a la que acuden personajes destacados, entre ellos Campomanes, fiscal del Consejo de Castilla y el conde de Aranda, su Presidente. En la biblioteca de Olavide se apilan obras de autores franceses, algunas traducidas por él mismo.

Después de desempeñar el cargo de “Personero” (representante del pueblo de Madrid) y dirigir eficazmente el Hospicio de San Fernando de Henares, es nombrado el 1767 Asistente de Sevilla, intendente de Andalucía y superintendente de las Nuevas Poblaciones. Las estancias de los Reales Alcázares serán lugar de reunión de los integrantes de la minoría intelectual: Conde del Águila, Marqués de Torreblanca, Regente Bruna, oidor Jovellanos, el fiscal Forner, Ceán Bermúdez, Domezain, Martín de Ulloa, Cevallos… Al amparo de sus libros -más de dos mil volúmenes- y grabados, que han despertado ya la curiosidad y, más aún, sospecha del Tribunal del Santo Oficio, como bien recuerda Antonio Cascales, se discute de economía, agrarismo (está en boga el pensamiento fisiócrata de Quesnay, que hace de la tierra la principal fuente de riqueza), educación popular (en el sentido deseado por Campomanes), humanismo (Jovellanos escribe la comedia larmoyant “El delincuente honrado” y es seguro que el propio Olavide conocía la obra de Beccaria “Dei delitti e delle pene”) y arte (de ahí el proyecto de una escuela de actores y la erección de un teatro en la Calle de San Eloy)… Olavide manda levantar un plano de la ciudad, se ocupa de la iluminación y limpieza de sus calles, apertura de paseos y reforma de los muelles del Guadalquivir, que desea hacer navegable desde Córdoba. Igualmente son objeto de atención el abastecimiento de granos y su libre comercio, junto a providencias tan variadas como la Ordenanza del Teatro (1767), el Reglamento para el baile de máscaras en Sevilla (1768), la elaboración de un Estado general o relación de Hermandades, cofradías, gremios y “cualesquiera otra especie de gentes Colegiadas” (1770)…

Su inquietud le llevó a introducirse en la confrontación entre Colegios Mayores y la Universidad, es decir, “colegiales” y “manteistas”, para lo cual redactó un “Plan” de reforma de los estudios universitarios, presidido por una política secularizadora, facilitada por la manifiesta oposición a la Escuela aristotélico-tomista, haciendo de la Enseñanza Superior y de su sede (la Universidad), una “oficina pública que instruya el Gobierno para educar a los hombres que han de servir al Estado”… Olavide, en su rechazo del “escolasticismo” respondía al espíritu innovador de su tiempo: sustituir viejas disertaciones por métodos racionales y científicos (está presente el “Discurso” cartesiano) y la introducción de las denominadas “ciencias útiles”. En el necesario régimen de la Universidad se estructuran las materias objeto de estudio en las diversas Facultades, (Física, Medicina, Teología, Matemáticas y Jurisprudencia, necesitada ésta del Derecho Natural y de Gentes), advirtiendo, respecto a los juristas, de la necesidad de la “pasantía”, es decir, el conocimiento práctico de la aplicación de las normas.

El pensamiento de Olavide -impregnado de realismo y episcopalismo- impulsó las actividades de la Sociedad Económica de Amigos del País y, en consecuencia, la difusión de nuevas técnicas agrícolas, creando escuelas populares, talleres de hilaturas y bordados y dando también -a semejanza de su homóloga madrileña- entrada a la Mujer en las tareas asociativas.

Redacta un “Informe” sobre la Reforma Agraria, en que denuncia -como Jovellanos- el proceso histórico de acumulación de tierras en manos de la Nobleza (vínculos y mayorazgos); proponiendo su prohibición futura y posibilitar1do su liberación o el arrendamiento a largo plazo. . .

Partidario del estudio de las denominadas “ciencias útiles”, frente a las doctrinas aristoterico-tomistas, impulsó las actividades de la Sociedad Económica de Amigos del País y, en consecuencia, la difusión de nuevas técnicas agrícolas, creando escuelas populares, talleres de hilaturas y bordados y dando también -a semejanza de su homóloga madrileña- entrada a la mujer en las tareas asociativas.

Se ha afirmado que una manifiesta voluntad “poblacionista” animó a los ministros de Carlos III a cubrir de huertos y suertes de tierra la inmensa llanura que se extiende desde la Mancha a Bailén. Se levantaron pueblos de trazado geométrico y en su mansión de La Carolina, Olavide recibe a viajeros y notables personajes, A su mesa sienta a Fray Romualdo de Friburgo, con quien discute de Teología, sin sospechar que más tarde será el animador de las quejas y rebeldía de los colonos traídos de Europa, acusándole de impiedad. Detenido bajo sospecha de “herejía”, fue condenado a permanecer en un convento durante ocho años, privación de honores y privilegios, y confiscación de sus bienes. Consigue Olavide, evadirse a Francia, donde usa el hombre supuesto de conde de Pilos y cuenta con los elogios de D’Alambert, Diderot, Voltaire… Conoce a John Adams, futuro Presidente de los Estados Unidos, y habla del movimiento emancipador de las colonias, sin que Olavide se adhiera al proyecto ya emprendido por Francisco de Miranda.

La revolución le nombra “ciudadano adoptivo” y lo encarcela en los días del Terror, y Olavide -ya en libertad a la caída de Robespierre- se refugia en el castillo de Cheverny, en celoso retraimiento, dedicado a escribir “El Evangelio en Triunfo o Historia de un filósofo desengañado” (1796) que, publicada en España, será el salvoconducto para volver desde su forzado exilio.

Reintegrado en sus derechos, se retira a Baeza, donde escribe poemas religiosos, inspirados en los Salmos de David. Allí muere el 25 de febrero de 1803.

Hombre de transición (“filósofo” e “ilustrado”, como afirma Estuardo Núñez), defendió la sociedad estamental que, sin embargo intentó racionalizar (Perdices Blas). Muchas voces (Lavalle, Alcázar Molina, Aguilar Piñal, Gregorio Marañón, Richard Herr, Capel Margarito, Bozal, Defourneaux…) se han alzado en defensa de tan extraordinario e insólito personaje, que merece el reconocimiento del pensamiento progresista e ilustrado.

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