Obituarios Nº 170
Buen Decano y excelentísima persona
Se nos ha ido don José Antonio Moreno Suárez, letrado de bien que durante la primera mitad de los ochenta fue decano de nuestro Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla. Era excelentísimo señor por razón de ese cargo para el que sus compañeros le habíamos elegido pero nunca utilizó el tratamiento, probablemente porque tenía claro que a un abogado lo único que verdaderamente le honra es el actuar en cada intervención profesional como una excelente persona.
Él sabía que la abogacía sólo puede ejercerse dignamente desde el más escrupuloso respeto a la ética, la deontología y la moral profesional, porque ello es exigencia básica para quienes somos cooperadores necesarios e imprescindibles en la realización del valor fundamental de convivencia al que llamamos Justicia. Los abogados estamos especialmente obligados a ser íntegros, honestos y justos.
Los muchos compañeros que le hemos conocido testimoniamos que en su dilatada vida profesional fue siempre ejemplo de fidelidad a esos valores. Era un hombre de bien en la más amplia acepción del término, que dedicó su vida a ser un buen abogado. Por eso decidimos en su día que fuese nuestro decano.
Su mandato coincidió con los primeros años de democracia, en un tiempo difícil que exigía mesura, comprensión hacia todos y firme compromiso con los principios de la entonces novísima Constitución, que por fin instauraba entre nosotros el valor supremo del respeto a la dignidad de la persona como razón de ser de todo el estado de derecho.
En esa delicada coyuntura histórica el decano Moreno Suárez supo ser un magnífico rector de la abogacía sevillana, evitando el riesgo de que el Colegio se contaminase con siglas políticas y, al propio tiempo, defendiendo e impulsando institucionalmente el entonces incipiente desarrollo real y efectivo de los derechos fundamentales inherentes a la persona, que la Constitución proclamaba.
El Colegio de Abogados de Sevilla ha perdido a quien en tiempos convulsos fue un magnífico decano y siempre amó profundamente a su Institución, en la que ahora han ondeado las banderas a media asta. Los abogados despedimos a un compañero que personificó la bondad y fue una excelentísima persona. Y la ciudad pierde a un sevillano ejemplar que dedicó su vida a servir a sus conciudadanos ejerciendo la abogacía con sencillez, brillantez y dignidad, desde su inquebrantable amor a la Justicia. Sólo mitiga nuestra pena el saber que la Inmaculada Concepción, a la que él defendió como Patrona del Colegio y veneró como Abogada nuestra, habrá sido su introductora en la definitiva vida eterna.
José Joaquín Gallardo Rodríguez
Decano del Colegio de Abogados de Sevilla
Descanse en paz mi querido Maestro
Se ha muerto mi Maestro, mi querido Maestro. Lo conocí allá en el año 1966 cuando fue contratado como Abogado en la ya desaparecida Cooperativa Algodonera Ntra. Sra. de los Reyes, en la que yo trabajaba como Jefe del Departamento de Personal. Por razón de mi cargo, despachábamos constantemente acerca de los asuntos laborales que se presentaban. Desde que lo conocí me infundió un gran respeto y cariño, siempre le llamaba y le he seguido llamando D. José Antonio, aún siendo posteriormente compañeros de profesión. En el año 1978 me animó a que estudiara la carrera de Derecho, prometiéndome que si era capaz de terminarla, tendría un lugar en su Despacho. La concluí a los cinco años, cumplidos ya mis 39 años de edad, en Junio de 1983, y aún cuando me quedaban por conocer algunos resultados de asignaturas, cumplió su palabra y desde primeros de julio de ese año, pasé a formar parte de su despacho como pasante y a mucha honra y orgullo; justo ese año, se cerró la citada Cooperativa.
Cuando juré como Abogado, en Diciembre de 1983, tuve la gran satisfacción de que fuese mi padrino, siendo Decano del Colegio de Abogados. Nunca olvidaré cuando estando en el estrado de Autoridades jurídicas que le correspondía como tal Decano, se bajó, salió de la sala y entramos juntos hasta el lugar donde yo debía jurar como Abogado. Qué emoción y qué sensaciones sentí en esos momentos.
Como Abogado, ejercía su profesión de la mejor manera que él conocía, la de los buenos Abogados; estábamos muchas horas juntos, pues era un trabajador infatigable, inculcándome minuto a minuto su amor por el Derecho, la justicia, la dignidad, honestidad, integridad, sencillez y ética del buen Abogado y sería interminable alabar las cualidades que han rodeado a mi querido Maestro. Gracias a sus enseñanzas prácticas del Derecho, aprobé unas oposiciones y tuve que marcharme de su Despacho; no obstante, periódicamente le he visitado hasta pocos meses antes de su muerte. Pero si como Abogado era brillante, mucho más brillaba como persona, derrochaba cariño y bondad con todos cuantos rodeaba, su esposa, ya fallecida, sus hijos, sus nietos, familiares, discípulos y amigos. Desde estas pobres líneas escritas con el corazón, doy mi más sinceras condolencias a toda su familia, pero muy en especial y por el contacto que he tenido por nuestra profesión, a sus hijos Consuelo y Pepe.
Podría estar escribiendo páginas y páginas de nuestras vivencias desde que nos conocimos, y desde que formé parte de su Despacho, así como de su grandeza humana, pero sólo voy a decir para terminar: Descanse en paz mi querido Maestro. Nunca le olvidaré D. José Antonio.
José García Calderón. Abogado
A la memoria de nuestro compañero y ex Decano Don José Antonio Moreno Suárez (Pepín Moreno)
El pasado 19 de agosto falleció nuestro ex Decano José Antonio Moreno Suárez. Quizás para muchos, incluidos los más jóvenes, creo que en definitiva para todos, deberíamos decir Pepín Moreno, como a él nada le importaba que le llamaran. Es más, le agradaba. Se nos ha ido Pepín. Yo nunca le llamé así, para mí fue siempre Pepe, pero hoy utilizo el diminutivo porque sé que a él le satisfacía y lo hago además de ello como merecido tributo de homenaje a su memoria.
A ninguno de los que personalmente le conocíais tengo que deciros que Pepín, sobre todo, sobre todas sus cualidades, sobre incluso su conocimiento de la ciencia del derecho, Pepín era un hombre bueno, sustancialmente bueno, de una bondad contagiosa y exquisita. Nada mejor se puede decir de alguien sino que era un hombre bueno y cabal. De una religiosidad profunda, representada esencialmente en su Cristo de las Tres Caídas, de la iglesia de San Isidoro, norte, luz y guía de su conducta y de sus acciones. Cuando yo le conocí fue al comienzo de mi alta en el Colegio, en 1949, y a causa de la amistad que él tenía con Manolo Martínez James, a quien a la vez me unía una amistad entrañable que procedía de la que a su vez tenían nuestros padres, compañeros en la misma Compañía en la tristemente recordada Guerra de África de 1907-1927 y después en la Guardia Civil. Mi padre, voluntario en aquella contienda, fue a parar a una Compañía de Infantería, uno de cuyos alféreces era el padre de Manolo, a cuya sección, mandada por él pasó a pertenecer durante los dos años que permaneció allí, dándose también la curiosa circunstancia de que en la misma sección militaba el padre de otro querido compañero nuestro y mío de promoción, Rafael Silva Bernárdez. Corriendo el tiempo, ya en los años cuarenta, el alférez Martínez Mora vino a mandar como Teniente Coronel Jefe la Comandancia Móvil de la Guardia Civil de Sevilla, siendo mi padre el Brigada jefe de la Oficina de dicha Comandancia. Manolo y yo, por esta causa, hicimos juntos la carrera en la promoción 1945-1949, después él falleció siendo diputado 1ª de la Junta de Gobierno del Colegio. Desde mi incorporación conocí a Pepín y este conocimiento primero se trocó en firme amistad con el paso de los años, hasta que en los últimos diez años ya fue entrañable para él y para mí y así ha permanecido hasta su muerte, como siempre perdurará en mí el recuerdo tanto de él como de Manolo, otro hombre esencialmente bueno.
En los últimos años, cuando nuestra amistad y relación se acrecentó hasta el punto de charlar de nuestras intimidades por encima de lo convencional y rutinario, en nuestros soliloquios a dúo, permítanme que lo diga así, me confesó su insobornable devoción por el Señor de las Tres Caídas de San Isidoro, abundando con ello en la vinculación y devoción que siempre tuvo el Colegio de Abogados y sus colegiados con las Hermandades y Cofradías, puesto ya de manifiesto por mí en reiteradas ocasiones, y me refirió la anécdota de la primera visita que a la venerada imagen realizara el Cardenal Bueno Monreal, quien al reparar en la imponente escultura del Cirineo que ayuda a Cristo, talla de Ruiz Gijón del siglo XVII, quedó tan prendado de la misma, que se vio precisado a declarar a la Hermandad que la imagen del Señor excedía para él en devoción por encima de lo artístico y de lo humano, para que no hubiera malos entendidos, dados los elogios sin límites que había prodigado a la efigie del Cirineo. No se equivocaba el Cardenal, porque la talla del Cirineo es una de las más hermosas que adornan la Semana Santa de Sevilla, y el Cardenal lo había percibido. Con este motivo en una de las charlas que mantuvimos, frecuentes en los últimos años, con motivo de nuestra acrecentada relación y amistad, compusimos, sin olvidarnos del Cirineo, una oración al Señor de las Tres Caídas, que me dijo haría llegar a la Hermandad para que la imprimiera en una estampa con la advocación de la imagen de Jesús y se repartiera entre los hermanos, que ignoro si lo hizo o no. Esta era:
Padre Jesús de las Tres Caídas
Y Señor de San Isidoro.
Con humildad yo te imploro
Que me concedas un último deseo:
Yo quiero, Señor, ser tu cirineo,
Para ayudarte a llevar
La cruz de mis pecados,
Como Simón de Cirene
El día que fuiste crucificado.
No me lo niegues, Señor,
Es mi postrer deseo.
Por tus Tres Caídas te lo pido;
¡Déjame, Señor, que sea tu cirineo¡.
También fue Pepín un marido ejemplar, y su esposa, fallecida hace una veintena de años, Consuelo, Consolación Martínez de Azcoytia Gutiérrez, fue para él la compañera insustituible y le guardó hasta su muerte el cariño y el agradecimiento de haber sido la madre de sus cinco hijos, Consuelo, Amparo, Mercedes, José Antonio y María de los Ángeles, y siempre pensó que el lugar que ocupó en su corazón y en su vida nadie podría nunca sustituirlo. Sus hijos Consuelo y Pepe son hoy abogados ambos del Colegio de Sevilla, y han compartido despacho con su padre hasta su fallecimiento.
Pepín nació en Sevilla el día 4 de febrero de 1923, de una familia humilde y trabajadora. Su padre fue gerente de una ferretería, La Llave, muy conocida en la ciudad. Estudió en Sevilla y se licenció en Derecho en nuestra Universidad, incorporándose a nuestro Colegio el 18 de noviembre de 1948 y accediendo al Decanato de la Corporación el día 6 de diciembre de 1979, permaneciendo en el cargo todo su mandato hasta la elección de nuestro compañero Manuel Rojo Cabrera en 5 de diciembre de 1984.Hasta su fallecimiento, por primera vez en la historia de nuestro Colegio de Abogados, se ha dado la circunstancia de que vivieran después de su mandato cuatro ex Decanos: Francisco Capote Mancera, hoy ya fallecido, Pepín Moreno Suárez, Manuel Rojo Cabrera y José Ángel García Fernández. Nuestro actual Decano José Joaquín Gallardo Rodríguez ostenta el cargo desde las elecciones de 1ª de diciembre de 1994, y cuyo mandato, de cumplirse en su integridad, será el más dilatado en la historia de nuestro Colegio, alcanzará los dieciseis años, superando el de Joaquín González Santos, que se prolongó durante doce años y medio, quizás a causa de la Guerra Civil de 1936.
En el Decanato de Pepín ocurrieron hechos importantes, pero la brevedad de estas líneas nos obliga a ocuparnos solo del más significado a nuestro juicio de todos ellos, la celebración del 250 aniversario de la fundación del Colegio, actos que comenzaron el día 2 de octubre y finalizaron el día 11 de diciembre de 1982 con la celebración del día de nuestra Patrona la Virgen María en su Inmaculada Concepción y la renovación del voto a Nuestra Señora, espejo de la Justicia. Tampoco voy a ocuparme con detalles de tal efemérides que se encuentra reflejada en mi libro sobre la Historia del Colegio de Abogados de Sevilla, sólo destacar la brillantez de los actos y la circunstancia de que en 13 de diciembre de 1982, con este motivo, el Colegio de Abogados, su Junta de Gobierno, con el Decano al frente, entregó a Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I de Borbón la Medalla de Oro del Colegio, en sentida Memoria que leyó el Decano, con la petición de que se concediera a nuestro Colegio junto al título de ilustre que ya ostenta, el de Real.
Mucho sufrió Pepín, ya en época muy reciente, lo comentamos en más de una ocasión, cuando un colegiado solicitó al amparo de las nuevas disposiciones que desapareciera el patronazgo y el símbolo de la Inmaculada Concepción representada en un cuadro existente en el despacho del Decano, pintura de la escuela sevillana del siglo XVIII, legado a nuestro Colegio por Doña Margarita Alvarez-Ossorio y Nestares, viuda de nuestro compañero el ilustre abogado sevillano Manuel Lobo y López. Muchas veces me hizo partícipe no solo de su dolor por aquella improcedente petición, que compartimos juntamente, como hombre profundamente religioso, sino por el hecho de que fuera un colegiado de Sevilla el autor de tan descabellada proposición, cuando el voto concepcionista había sido siempre uno de los timbres de gloria del Colegio de Sevilla, defendido por sus colegiados desde el mismo momento de la fundación en 1706, siendo Sevilla la ciudad concepcionista por excelencia.
El Colegio de Abogados, siguiendo la pauta de su Decano José Joaquín Gallardo, que lo ha hecho ya en la prensa local, rinde tributo de profundo respeto e imperecedera memoria a su ex Decano, a Pepín Moreno, el hombre bueno y cabal que hizo del ejercicio de la Abogacía el norte de su vida y prestigió con su trayectoria profesional y el hálito de su bondad la vida de la Corporación. El Señor de las Tres Caídas le tendrá ya entre los justos contemplando la eterna luz de su rostro.
José Santos Torres. Abogado
Javier Fernández-Palacios siempre en la memoria
El pasado mes de agosto fallecía de manera inesperada uno de los grandes Letrados de la Abogacía hispalense.
Quisiéramos empuñar la pluma como heraldos de varias generaciones de profesionales del Derecho que durante años anduvieron su mismo camino, y trazar así una semblanza abocetada de este jurista sevillano.
Quienes conformamos su fiel mesnada tuvimos la fortuna de aprender con la exquisitez de su magisterio, siempre cercano y sencillo; con la hondura de sus diagnósticos jurídicos, lúcidos y certeros. Aprendimos qué significan la pulcritud y el celo extremados en la búsqueda de la idea precisa y el término exacto, viendo cómo se desgastaba una vida trabajando hasta el último instante con infatigable tesón. Y aun con todo, supiste como nadie ornamentar éstas tus cualidades con el mejor gracejo, con el sano humorismo que destilaban tus reflexiones y expresiones.
Pero lo importante no es tanto lo que fuiste, sino cómo lo fuiste, pues las excelencias profesionales que te adornaban traían causa del señorío personal que te distinguía, de la elegancia de espíritu y la semblanza que te ennoblecían y así, casi sin pretenderlo, como desprende su aroma la rosa, trascendiste el viejo aforismo romano de “dar a cada uno lo suyo”, porque diste también “lo tuyo”; es más, te diste sin medida hasta desgastarte en la entrega, como hacen los buenos cofrades de Sevilla, Sevillanos de la mejor estirpe y estirpe de la mejor Sevilla.
Los naranjos de San Vicente fueron testigos, y así nos lo contaron una mañana de abril, que todas las noches de Lunes Santo, enseñoreado de ruán negro y esparto, y asido a la manigueta izquierda de tu paso de palio, volvías el rostro, aniñada el alma, para elevar una filial y dulce mirada a los ojos de tu Madre del Cielo y Ella, a su vez, con el corazón en flor y el rostro arrebolado por la oración sentida de su hijo amado, alzaba una maternal mirada a su Hijo del Cielo, a su Hijo del Alma, a tu Señor de las Penas.
Atrás quedaron, querido Javier, los aromas del lirio en oración, el nardo y el cirial, atrás la tenue luz guardabrisada de blanca cera consumada, atrás la canastilla de palo de rosa y el compás de unas bambalinas de seda, atrás orfebrerías e imagineros y atrás, cofrade bueno, la antesala de la Gloria, porque amaneció Dios, porque disfrutas ahora del alba clara de una vida recién estrenada, vida naciente de esplendor alboreada, de la primicia de una vida resucitada, de la dicha de la alegría desbordada y del misterio revelado de tu fe cofradiera.
Y mientras nuestro alma, desvalida, espera en esta ribera vieja el milagro de la auténtica primavera, decirte queremos, con el poeta, que no sé cómo vamos a llegar hasta ti, buscándote, para decirte, amigo, que hemos de hacer en tanto vivamos que no te quedes huérfano de hijos, que no te quedes solo allá en tu cielo, que no te faltemos nosotros como nos faltas tú.
Tus compañeros de
FERNÁNDEZ-PALACIOS, Abogados.
Jura agridulce por la ausencia de mi Maestro
En el día de hoy 26 de septiembre de 2008 voy a jurar mi profesión de Abogado del Ilustre Colegio de Sevilla, la más bonita de cuantas haya: La de defender los intereses ajenos. Entrego toda mi ciencia y saber nada más y nada menos que a colaborar con la virtud más preciada, la Justicia.
Pero, para mi hoy que es un día de gratísimo placer, sin embargo, se torna en un día a la vez doloroso. Por un lado, recibo de mi padre y padrino la tradición familiar, la continuidad de una profesión que amamos, que ejercieron con anterioridad mis mayores; y al propio tiempo, siento la pena de que no pueda acompañarme quién ha sido mi sabio maestro e introductor en esta noble profesión el recientemente fallecido Don Luís Javier Fernandez–Palacios Clavo.
Persona amable, cariñosa, trabajadora conocedor máximo del Derecho, me recibió en su despacho de Plaza Nueva, juntamente con todos sus colaboradores con las puertas del estar y el saber abiertas; me introdujo en la ciencia del Derecho industrial, base de su despacho. Pero sobre todo me introdujo en la amabilidad de su persona, de su trato cordial, su buenura de bien, su afabilidad, su sinceridad; me trató desde el primer día como uno más del despacho, como si hubiera llevado mucho tiempo en el mismo; no como un pasante último, sino como un verdadero colaborador.
Le debo gratitud que con estas humildes palabras quiero recordar aquí. Le voy a echar sinceramente de menos siempre, pero especialmente en el día de mi jura que será por ello agridulce y en el que sin duda estará en mi recuerdo.
De su último discípulo,
José Joaquín Pérez–Calero Yzquierdo