Nuestro lenguaje
Una de las características del mundo del Derecho y de la Justicia es el uso de un lenguaje específico…
Una de las características del mundo del Derecho y de la Justicia es el uso de un lenguaje específico, no tan enrevesado y esotérico como el que emplean los científicos, indescifrable para los mortales comunes; pero, en todo caso, el orbe jurídico también se sirve de una terminología muy suya. Así el Cielo me asista hoy y acierte a dejar noticia en esta página de algunos términos, expresiones y fórmulas verbales de uso ordinario en nuestro quehacer de cada día y su consecuencia a veces jocosa.
En las sesiones solemnes del juicio oral, las que se desarrollan ante un Tribunal colegiado, una vez terminado el acto el presidente utiliza una fórmula escueta y tradicional: “Visto”.
Pues bien, un viejo letrado sevillano, de mucho prestigio y más ingenio, contaba lo que le ocurrió una vez. Conviene apuntar que en otros tiempos los magistrados que integraban las Salas en la Audiencia eran personas muy entradas en años, muchos al borde de la senectud, que, por lo común, presentaban las carencias propias de la edad avanzada. Hoy, las cosas son de otro modo, y los señores que componen los Tribunales disfrutan de una envidiable juventud, e incluso cuando se jubilan mantienen en plenitud su vigor físico e intelectual, loado sea Dios.
Refería el letrado antañón que un día en que intervenía en una vista que se celebraba en una Sala de nuestra añorada Audiencia Territorial, observó, con cierta rabia interior, cómo, mientras pronunciaba su informe, el presidente del Tribunal se hallaba sumido, con beatífica expresión facial, en un profundo sueño al que no faltaba el acompañamiento de intermitentes y recios ronquidos. Una vez que este abogado, que era el último en intervenir, terminó su informe, en la Sala se hizo un profundo silencio, sólo roto por el acompasado y duro resoplar de Su Señoría. La situación comenzó a ser tensa; el magistrado que el presidente tenía a su derecha, arrebolado el rostro, golpeó con su codo discreta y repetidamente el brazo del durmiente, hasta que éste, por fin, volvió a este mundo y, ante la expectación del auditorio, sin despejar del todo la mente, pronunció, maquinalmente, la palabra ritual:
— ¡Visto!
Y el letrado, con felina rapidez de reflejos, replicó:
— ¡Ni visto ni oído!
Otro término, no exclusivo pero sí propio del lenguaje forense…
Otro término, no exclusivo pero sí propio del lenguaje forense -que comparte con el parlamentario- es el que envuelve el tratamiento de respeto que se reserva al juez: Señoría. Pues bien, le ocurrió a un letrado amigo que hallándose a punto de entrar en Sala, su cliente, que había de ocupar el infamante asiento de los acusados y que daba muestras de un ostensible nerviosismo, le preguntó cómo había de dirigirse al juez.
— ¿Qué le tengo qué decir? ¿Excelencia?
— No – le ilustró el abogado-; el juez es Su Señoría. No lo olvide usted: Su Señoría.
Comenzado el acto, el juez le preguntó:
— ¿Se declara culpable del delito que se le acusa?
Y el pobre hombre, sin poder domeñar el temblor de sus piernas, contestó:
— No, mi señoría…
Yo guardo el recuerdo de la vista de un recurso de apelación en la vieja Audiencia de la Plaza de San Francisco, en la que intervine (¡cuánto ha llovido desde entonces, Señor, pese a los años de sequía!). Mi cliente, un estimado coterraño -hombre cazurro y hondo, con un punto de recelo brillando en la sima de sus ojillos de ratón asustado- estaba justificadamente preocupado por la suerte que pudiera correr su pleito, que versaba sobre el tema del máximo interés para él. En la primera instancia habíamos obtenido sentencia favorable, que la parte contraria, no menos interesada en el asunto, había apelado. El buen hombre de mi pueblo quiso asistir a la vista del recurso, y, claro, asistió.
Con sujeción al ritual establecido, el secretario de Sala, tras la venia concedida por el Presidente, abrió el acto:
— Vista del recurso de apelación interpuesto contra la sentencia dictada por el Juzgado de 1ª Instancia de Osuna en autos juicio declarativo de menor cuantía seguido entre don Fulano de Tal y don Mengano de Cual.
— Por dada cuenta -habló el Presidente de la Sala. Seguidamente, dirigiéndose al colega que contendía conmigo, le autorizó:
— El letrado de la parte apelante puede informar.
Luego que ambos abogados hubiéramos expuesto, sucesivamente, los motivos por los que, cada uno, entendíamos que se nos debía dar la razón, el acto se dio por concluso. Ya fuera de la Sala, mi cliente me confesó su preocupación por el resultado final del litigio, que él intuía asaz incierto.
— Pierda cuidado – le alenté-, que el Tribunal lo estudiará a fondo.
— Eso precisamente es lo que me preocupa, que me parece que al Tribunal no le importa nada este asunto, porque un señor dijo al principio que había un pleito entre mi vecino y yo, pero el juez que estaba en el centro contestó que no se había dado cuenta…