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Los Abogados: un colectivo especial

Los abogados constituyen un colectivo singular, que ha merecido la atención de los psicólogos por su déficit en calidad de vida profesional, relacionado al parecer con su obligado pesimismo. “He estudiado unas 30 profesiones diferentes para ver la relación entre el optimismo y el éxito, y sólo hay una en que los pesimistas tienen más éxito: los abogados”, dice Martin Seligman. En efecto, salvo excepciones y aun ganando mucho dinero, no parecen obtener suficiente satisfacción de la propia actividad, ni cultivar facultades y fortalezas personales que resultan muy gratificantes y significativas en otros trabajos.

La reflexión que sigue puede tal vez mostrarse útil a los propios abogados, pero también a otras profesiones que comparten algunas de las características de este colectivo. Convendrá el lector en la necesidad de incrementar nuestra efectividad y satisfacción en el trabajo, pero a partir de esta idea isagógica me centraré enseguida en el perfil profesional aquí elegido, para formular nuevas reflexiones.

Interesado por la calidad de vida en el desempeño profesional, di años atrás con la psicología positiva, impulsada por conocidos expertos como Martin Seligman y Mihaly Csikszentmihalyi. Estaba yo seguro, tras muchos años trabajando en una gran empresa, de que todos podíamos ser más efectivos y felices, y de que, en las encuestas de satisfacción de las personas (o clima laboral), no se abordaban aspectos cardinales. En efecto, yo mismo me sorprendía al responder favorablemente a los ítems del cuestionario en los años 80 y 90, y me decía: “Caramba, ¿por qué no me hacen las preguntas a las que respondería negativamente?”.

Fue leyendo hace años a los impulsores del Positive Psychology Movement cuando me detuve a reflexionar sobre lo que me parecieron claves cardinales de la satisfacción profesional; me refiero a la autotelia —dedicación a la tarea por ella misma, y no tanto por sus resultados empresariales— y al optimismo. Somos sin duda más felices pudiendo ser optimistas con fundamento, y atendiendo tanto o más a lo positivo que a lo negativo; y disfrutamos más de la tarea si le encontramos significado en sí misma. Hay tareas típicamente autotélicas (el diseño o la docencia, por ejemplo) y otras más exotélicas (la gestión logística o las rutinas, entre otras muchas), pero también depende todo de nosotros mismos, a veces en buena medida; y hay, desde luego y por otra parte, personas más optimistas y felices, y otras de marcado perfil pesimista (que suelen, por cierto, ser vistas con reparo o cautela en las empresas).

He tenido, y paso ya a referirme al colectivo objeto de estas reflexiones, relación directa o indirecta con diferentes abogados, y me parece un mundo algo más frío que otros, sin perjuicio de la cordialidad en las formas; también me parece que al hablar con ellos tienen, en general, el pensamiento en la mecánica judicial, a la vez que se comentan los hechos del caso correspondiente. Así debe obviamente ser, sin duda, pero lo cierto es que llamó mi atención la aguda prevención de los abogados ante posibles complicaciones —su pesimismo, tal como lo califica Seligman—, que pronto relacioné con algo que al respecto había leído. No obstante, también conocí años atrás a un abogado insólitamente optimista para satisfacción de sus clientes (que sin embargo perdió, para sorpresa general, el caso a que me estoy refiriendo: quizá no escapó ni al propio juez el exceso de confianza que mostraba).

Tengo asimismo una experiencia familiar en un caso en que el optimismo falló, pero creo que no hace falta extenderse en esto; en definitiva, mi propia experiencia me mueve a asentir ante los estudios existentes: la efectividad del abogado parece estar relacionada con su pesimismo, prudencia o prevención, es decir, con la inmediata y debida contemplación de dificultades y obstáculos en los casos que se les plantean. No descarto que haya también algo de cura en salud o de preparación al cliente para lo que pueda suceder, pero sin duda los abogados han de estar atentos a las dificultades de cada caso y centrarse en ellas. Esta orientación permanente a lo negativo debe afectar desde luego a su calidad de vida profesional, pero hay más aspectos a analizar.

Como modesto observador y aprendedor permanente, me han interesado igualmente los perfiles de otros colectivos: el de peluqueros (mi madre y mis tías eran peluqueras), el de enfermería, el de los científicos y, en general, la casuística de los trabajadores expertos que trabajan como empleados. No estoy pensando en aquello de la posible deformación profesional sino, sobre todo, en lo más relacionado con la efectividad y la satisfacción profesional. Adelante.

La satisfacción profesional de los abogados

Todos podemos ciertamente vivir la actividad profesional como un “empleo” (para ganar dinero y vivir), como una “carrera” (para adquirir prestigio, poder, etc.), o como una “vocación” (porque es lo que nos gusta hacer), y a la abogacía se puede llegar por razones diversas; entre ellas, el descarte de otras alternativas a la hora de elegir, la tradición familiar o la mencionada vocación. Pero, aunque se hubiera llegado de modo vocacional, puede que al final el abogado, como cualquier otro profesional, viva su profesión como una carrera, e incluso quizá como un mero empleo.

Algo parecido podríamos en efecto decir, por ejemplo, del médico, o aun del mismo religioso de cualquier culto, sin perjuicio de su contribución a la sociedad. Aunque se llegue a una actividad por auténtica vocación, no hay que descartar que algún porcentaje de individuos opte luego por hacer carrera, y vaya, por decirlo así, modificando el significado de lo que hace. Pero déjenme destacar aquí igualmente que podemos encontrar vocación en trabajadores a que no se la solemos atribuir: recuerden la historia de aquellos canteros, uno de los cuales se sentía orgulloso de estar construyendo un templo para su dios; o piensen en algunas personas encargadas de la limpieza, que se anticipan a las necesidades y asignan todo el significado a su verdaderamente imprescindible actividad.

Por insistir en ello, el médico de familia puede verse a sí mismo salvaguardando la salud y el bienestar de sus pacientes o, más fríamente, cumplimentando recetas; felizmente, lo primero parece ser la norma. Sí, estamos conviniendo en que somos más felices cuando cultivamos una vocación, y desde luego haciendo cosas, en el día a día, que nos guste hacer. Y somos igualmente más felices teniendo en la conciencia cosas deseables y positivas, en vez de problemas y asuntos negativos: de Perogrullo. Sigamos.

Dice Seligman en Authentic Happiness: “A los abogados se les forma para que sean agresivos, sentenciosos, intelectuales, analíticos y poco afectivos, lo cual tiene consecuencias emocionales predecibles: depresión, ansiedad y enfado”. Los abogados figuran entre los profesionales mejor pagados, pero también nos dice el autor que padecen depresión con una estadística que triplica la media, y que poseen la más alta tasa de divorcios. Son, al parecer, desproporcionadamente infelices y no gozan de buena salud. Aunque su estudio se limite a los profesionales estadounidenses, cabe sin duda extrapolar a otros países en alguna buena medida. Pero, ¿por qué está ocurriendo esto? A partir de sus conclusiones y de otras reflexiones recogidas, podemos quizá coincidir aquí en que los abogados:

• Han de ser pesimistas, y ésta es su actitud más prudente; deben anticipar toda suerte de argucias e incidencias negativas posibles en sus casos.

• Dependientes de normas y procedimientos, disponen de muy estrechos márgenes de decisión en su ejercicio.

• También por la mecánica funcional, podrían estar perdiendo información que aportaría significado, luz y certidumbres.

• Se ven rodeados de conflictos y tensión, y en mucha menor medida de emociones positivas que, si se dan, duran poco.

• Una importante parte de su actividad se produce (típicamente aislados) consultando información y preparando escritos ajustados a formatos establecidos.

• Soportan una excesiva dilación en la resolución de sus casos, y han de dedicarse a varios concurrentes, tal vez diversos y complejos.

• Pertenecen a un mundo sometido a la dinámica victoria-derrota, lo que conlleva una sensible erosión emocional.

• Se desempeñan en el marco singular de dignidades y jerarquías de la Justicia, sometidos por tanto al criterio aplicativo de los jueces.

• Dicho de otro modo lo anterior, son conscientes de que la Justicia no funciona tanto para hacer justicia como para aplicar las leyes.

Desde luego no cabría generalizar tanto, considerando el posible despliegue dentro del colectivo y el hecho de que cada individuo es único; pero estos (y quizá otros) elementos parecen condicionar, en mayor o menor medida, su actuación y limitar su satisfacción profesional. Y también cabe observar que pueden estar afectando al cultivo de sus facultades y fortalezas personales, hasta acabar imponiendo una personalidad característica; quiero decir, como supondrá el lector, que un abogado podría ser de natural íntegro, imparcial, justo, empático, optimista o compasivo, pero verse, empero, obligado en su profesión a actuar al filo de la ética, o desde posiciones parciales, o defendiendo tal vez al fuerte contra el débil, u olvidándose de las expectativas favorables. (He eliminado, por innecesario, un párrafo con ejemplos diversos).

Sí, puede pensarse que la profesionalidad exige cosas como éstas; pero, asimismo, que se percibe aquí un sensible coste emocional (y aun cognitivo) a pagar, si el abogado evita, como así lo hace, envilecerse. Tampoco resulta en modo alguno gratuito hablar aquí de fatiga psíquica y burnout, aunque no se trata, por supuesto, de nada exclusivo de este colectivo.

Hay relación —sinergia, cabría decir—, desde luego, entre la satisfacción profesional y el despliegue de los valores, las facultades y las fortalezas personales, y podríamos preguntarnos qué elementos endógenos catalizan la calidad de vida laboral. ¿Qué pueden, en suma, hacer los abogados y otros profesionales para mejorar su satisfacción profesional? Aunque no he avanzado aún en este análisis, someto a consideración del lector lo siguiente:

• Revise sus metas y valores personales.

• No, así no: revise de verdad sus metas y valores personales.

• Identifique y cultive sus fortalezas intrapersonales.

• Gestione a tal fin su atención y su conciencia.

• Cultive, en lo posible, el principio ganar-ganar.

• Sin incurrir en complacencia, saboree sus logros.

• Haga el mejor uso de su capacidad de elegir.

Sí, vendría a ser una cierta reingeniería de nosotros mismos, tan necesaria en tantos casos: efectivamente hay que asegurar los cimientos y revisar buena parte de nuestra estructura. Al plantear estas propuestas (de las que se deriva un amplio desarrollo) pensando en el colectivo específico que me ocupa, he ido a parar a la percepción: ese cuello de botella que nos limita a todos, que nos hace ver de diferentes formas las mismas cosas.

La percepción de las realidades en los abogados

Los seres humanos tenemos una parcial (por incompleta y subjetiva) visión de las realidades y eso complica nuestra efectividad profesional (e incluso la calidad de vida en el trabajo). Estamos limitados por diferentes filtros-obstáculos, tal como explica la neurociencia el funcionamiento del cerebro a partir del de los sentidos; pero yo destacaría, de entrada, que no toda la información llega a los sentidos, ni la que llega es rigurosa y pertinente: este hecho constituye un gran filtro exógeno. Y también recordaría ahora que, pasados los filtros, la atención elige la información que va a la conciencia y envía el resto al inconsciente.

Cada uno de nosotros hace un particular uso de su atención. En realidad, cuando hablamos de diferentes tipos de personalidad, a menudo nos estamos refiriendo a cómo utilizamos la atención; a si distinguimos lo importante de lo superfluo; a si nos fijamos en los detalles o somos panorámicos; a si nos fijamos en lo positivo o en lo negativo…

En el ejercicio de la abogacía por seres humanos —muy capacitados, pero con las limitaciones de la especie—, la percepción de las realidades se ve lógicamente condicionada por:

• El disponer básicamente de la versión del cliente y la información publicada.

• La particular gestión de la atención y la conciencia.

• La tendencia y necesidad de ajustarse al formato de las descripciones legales.

• Los esquemas mentales propios, que afectan a todos los profesionales.

• La presencia de estereotipos en las partes implicadas.

• El detenimiento en el estudio-análisis de toda la información.

• El acierto en los significados, conexiones, inferencias, analogías y síntesis.

• La habilidad indagadora que, empero y en general, suele ser muy satisfactoria.

• Sentimientos ocasionales o arraigados, visibles o subyacentes, en torno a los elementos del caso.

De modo que puede haber alguna información relevante que se nos haya escapado hacia el inconsciente, y precise de la fenomenología intuitiva para emerger de modo oportuno y valioso.

Abogados, inconsciente e intuición

Acabamos de referirnos al inconsciente. Parece tener que olvidar o preterir el abogado los dictados de su yo inconsciente, de sus principios, de sus valores, e incluso de sus sentimientos o su pensamiento holístico y sistémico; viene a ser un experto mecánico de la ley y del funcionamiento de la Justicia, pero no es un ingeniero que deba mejorar los diseños (es decir, las normas, los procedimientos…). Si hay trabajadores y directivos que puedan sentirse a veces bajo la espada de Damocles, el abogado se suele mover más frecuentemente entre la espada y la pared. Impactados quedaríamos si un abogado se saliera del formato. Como anécdota, escuché y no se me olvida, a un abogado dirigirse al juez empleando el término “señor”, y fue inmediatamente corregido por aquél: ¡señoría! Quiero decir que, en la medida en que hay sujeción a la norma, puede haber cierta atrofia funcional del hemisferio cerebral derecho.

Esta especie de reforzamiento (por el uso) de la dominancia del hemisferio cerebral izquierdo, viene, sí, a dejar en segundo plano las funciones del derecho, una de las cuales es la intuición: la auténtica joya de la corona entre nuestros recursos mentales. Simplificando las cosas, su valor —el de la intuición— reside en el uso del conocimiento inconsciente; en primera aproximación, la razón usa el conocimiento consciente, y la intuición, el inconsciente (entre otras posibles fuentes). Pero es que tenemos mucho más conocimiento inconsciente que consciente, de modo que la intuición constituye un plus valiosísimo para todos los profesionales. El inconsciente es bastante más de lo que llamamos experiencia: es todo lo aprendido (y lo heredado) sin pasar —porque así lo decidió la atención— por la conciencia.

El avance científico se ha producido muy a menudo gracias a la mejor sinergia posible entre la intención, la atención y la intuición. Ésta se funde, asocia, o combina en ocasiones con la perspicacia, la casualidad, la inferencia abductiva, la abstracción…; pero también contribuye decisivamente la facultad intuitiva a la innovación en las empresas y a la propia productividad. En el caso del abogado, no es sólo que pueda estar siendo poco intuitivo (lo que, en realidad, nos pasa a casi todos los profesionales), sino que su intuición podría estar siendo enfocada sobre todo a la posible emergencia de dificultades y obstáculos, mientras que el resto de profesionales la utiliza para la emergencia de soluciones e iniciativas, lo que contribuye a su felicidad. Insistiré en esto.

La conexión entre la conciencia y el inconsciente es proporcional a su cultivo. La profundización en un problema, la inquietud por algo, abre un proceso de incubación que se cierra con una solución (¡ajá!) que acaba apareciendo en la conciencia, quizá cuando menos lo esperamos; poco a poco, todo funciona con más fluidez y las soluciones aparecen con más facilidad: vamos siendo más intuitivos. Ya estará pensando el lector que la fenomenología intuitiva es muy compleja y plural pero, si cupiera una síntesis, digamos que surge un problema, reto, inquietud en la conciencia, y el inconsciente nos procura, antes o después, solución: qué felicidad.

En la abogacía, parece más bien que la conciencia determina el tratamiento del caso, cómo hay que plantearlo, qué pasos hay que dar, la solución aplicable: hay que hacer esto, hay que hacer lo otro… Sin embargo, el abogado cuenta con una versión parcial de la realidad y le faltan, por ejemplo, datos para prevenir la reacción de la otra parte (o del juez). Su inteligencia consciente e inconsciente, siendo todo lo sólida que podamos imaginar, está limitada por una incompleta información del caso, de modo que su posible intuición, además de orientarse sobre todo a la identificación de dificultades que pueden surgir, se ve probablemente restringida.

Cuanta más información reciba el abogado, más intuitivo, efectivo y feliz puede acabar siendo. Intuitivo, efectivo y feliz, porque le pueden surgir nuevas formas de alcanzar sus objetivos, o nuevos objetivos que alcanzar, y tanto desde la razón como desde la intuición; intuitivo, efectivo y feliz, porque puede anticipar complicaciones, reducir incertidumbres, encontrar significados, establecer conexiones, orientar mejor las indagaciones y formular más sólidas alegaciones.

Terminando

Los abogados desarrollan una función social de cardinal trascendencia, y quizá también por ello atraen la atención de los expertos; al leer sobre el tema, yo mismo, enfocado habitualmente a las relaciones entre directivos y trabajadores, me atreví a añadir a lo ya escrito algunas atrevidas reflexiones de consultor.

Creo, en síntesis, que el abogado, además del serio problema de la entropía psíquica y la dependencia funcional, trabaja con realidades a menudo parciales; y que eso, además de estar relacionado con lo anterior (la insatisfacción), limita el provecho de su potencial intelectual consciente e inconsciente, o sea, de su inteligencia y su intuición. Amparado en la cantidad y calidad de la información manejada, el abogado habría de transformar el pesimismo y la incertidumbre en previsión y anticipación; pero también habría de contemplar quizá una reingeniería de su ejercicio profesional, sacrificando algunos beneficios económicos en pos, y en pro, de paz interior.

Observen que, en el párrafo anterior, con cierta intención, me he referido al abogado como un estereotipo, y puede que algún profesional de la abogacía, si alguno ha leído hasta aquí, se haya sentido en exceso desdibujado. Dos apuntes: tengamos todos cuidado con los estereotipos, pero practiquemos bien el mandato délfico de autoconocernos. Pero además, antes de terminar hay que subrayar la profesionalidad del colectivo: a pesar de las dificultades recogidas, los abogados nos sacan de muchos aprietos y contribuyen al bienestar de sus clientes. La convivencia necesita de la Ley, y su aplicación ha de contar, entre otros agentes imprescindibles, con los abogados.

No me permito formular conclusiones. Con estos últimos párrafos solo hago esto: terminar. Mis reflexiones no tenían más intención que la de alentar las del lector. Gracias por llegar hasta aquí. No lo olviden: sean efectivos y felices en su trabajo. Dótense en su actividad, en la mayor medida en que puedan hacerlo, de optimismo realista y de carga autotélica.

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