La gestión del estrés.
Podría resultar chocante para el lector que un abogado hable de la “gestión del estrés” desde el punto de vista de un Bufete de Abogados, sin ser la misma, por el momento, una especialidad jurídica, y cuando ya de ello se encargan psicólogos, psiquiatras y médicos. Sin embargo, como en cualquier otra actividad, el estrés está presente en nuestra vida profesional, de ahí que su gestión nos pueda y deba preocupar. Y cuando hablamos de gestionar el estrés significa que, inexorablemente, hemos de convivir con él, pues la victoria del hombre sobre el mismo no consiste en eliminarlo, sino en canalizarlo de forma positiva.
Me atreveré a señalar que el estrés no es más que el miedo que tenemos a afrontar retos y situaciones, miedo que es fruto de nuestra propia vulnerabilidad. Si me permiten un pequeño ejemplo, ajeno a cualquier propósito científico, el estrés es como el colesterol, que lo hay bueno y malo. El malo hay que eliminarlo o reducirlo, pero el bueno es necesario para el organismo.
No cabe duda que en el mundo de la abogacía los factores desencadenantes de situaciones de estrés son los temidos plazos, tanto los procesales como los relativos a los rápidos y exitosos resultados que se nos exigen, y que con frecuencia se encargan de desbaratar nuestras agendas y torpedear nuestro quehacer diario. Junto a los plazos, otro factor de riesgo lo constituyen los retos jurídicos que a corto, medio y largo plazo se nos plantean, pues en cada asunto que nos confía un cliente no sólo hay un reto y la búsqueda de una solución satisfactoria, sino que en muchas ocasiones es el cliente el que nos traslada su propio estrés, quizás por aquello de que también tal “delegación de estrés” va incluida en la minuta.
La solución a estos problemas ya la dió un viejo abogado del foro de Sevilla, cuando sentenció con solemnidad ante sus pasantes que “los plazos están para disfrutarlos, y no para sufrirlos”. Trataba con ello de explicarles que principios como la anticipación, el estudio constante y el orden organizado servían para que un plazo nunca fuera origen de sufrimiento, sino todo lo contrario. Su teoría era bastante simple: cuando en la vorágine de un bufete llega la notificación judicial de turno, confiriendo un plazo perentorio para, por ejemplo, contestar una demanda (20 días), nada hay que temer si se han observado los anteriores principios, pues siempre se podrá evacuar el trámite de contestar dicha demanda en los primeros días del plazo, pudiendo disfrutar del resto. Cuando no se respetan dichos principios y se trata de agotar el plazo, éste se convierte en una pesadilla, y la sensación de miedo incómodo e incierto nos hace más vulnerables y acentúa ese mal estrés que debemos desterrar.
La gestión del estrés debe llevarnos a eliminar todas las situaciones que provocan su vertiente negativa. El modo de hacerlo es sencillo: afrontar las cosas siempre con sentido positivo, tener sentido del humor, reírse hasta de uno mismo, amar a nuestra profesión y ser conscientes de los fines que con ella se persiguen, saber usar en nuestro beneficio los medios que las nuevas tecnologías nos brindan, tener siempre esperanza y, por último, aprender a gestionar el tiempo. Y gestionar el tiempo no es otra cosa que mimarlo y no maltratarlo. Como señalaba Eduardo J. Couture, Decano de la Facultad de Derecho de Montevideo, en su Decálogo del Abogado, “el tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su colaboración”, de ahí que debamos respetarlo siempre y evitar las prisas que nunca nos conducen a nada bueno.
El trabajo de cualquier profesional en un Bufete de Abogados (y ello vale para cualquier profesión) no es ni consiste en un estado presencial en un centro de trabajo, ni en un encorsetamiento de horarios, ni en una absurda competición de a ver quién factura más horas para que lo hagan socio del despacho (qué gran error las modernas factorías de abogados). Nada de eso. El trabajo es un estado mental, y como tal, una predisposición de la persona para la realización de la actividad profesional que le es propia, y si ello se asimila en sus exactos términos, estaremos en el buen camino, mejorarán nuestros resultados, eliminaremos el estrés negativo y estaremos “mimando” al tiempo y mimándonos a nosotros mismos. Esa es la clave.
¿Y qué decir del estrés bueno? Ese es el inevitable y el recomendable, pues es el necesario para mantenernos en forma y para impulsarnos a afrontar los nuevos retos que se nos plantean. Es en cierto modo el que nos mantiene despiertos, vivos y con sana energía para ejercer nuestra profesión. Dice un veterano abogado, de cuya amistad me precio, que el día que antes de entrar a un juicio no le revoloteen las mariposas en el estómago, cuelga la toga. Sin duda esta es la mejor definición del estrés positivo. Quedémonos con ésta y disfrutemos los plazos.