La educación de la voz
La voz humana podemos decir que es el producto de la interacción de diversos órganos y estructuras que, acoplados para la producción de voz, constituyen un sistema de acción muy complejo. Cuando pronunciamos un sonido se produce en nuestro organismo una serie encadenada de movimientos, debido principalmente a tres grupos de órganos distintos: los de la respiración, los de la fonación y los de la articulación.
Órganos que, por cierto, no tenían esa finalidad al principio.
La laringe, que aparece con los anfibios, primeros vertebrados que la poseen como medio de no dejar pasar agua en su aparato respiratorio, es ya capaz de ofrecernos el primer ejemplo de fonación neumática, dejando vibrar sus cuerdas vocales al paso de la corriente aérea que le proporciona la respiración. El sonido producido por la laringe evoluciona a lo largo del orden filogenético pasando por etapas muy diversas, como el sonido producido por el trino de las aves, el sistema fónico de comunicación de algunos animales, hasta llegar al hombre, único ser capaz de simbolizar sus ideas mediante el lenguaje perfectamente articulado. Pero en la laringe humana no existe peculiaridad alguna que la haga diferente. Diferencias pequeñas no justifican tan gran desproporción lingüística. Si nos preguntamos a que se debe esto, la respuesta está en que sólo un mayor desarrollo de la organización cerebral puede ser la causa de esta superioridad fonatoria.
Así pues, el “aparato vocal” no existe más que como entidad funcional.
Podemos decir que es el conducto privilegiado por el que se expresan las emociones.
La voz es la energía hecha sonido. Es el sonido del ser y del estar.
Antonin Artaud hizo hincapié en el papel primordial de la voz y el sonido en el teatro. A su parecer, las palabras deben usarse no tanto por su sentido sino como material sonoro capaz de actuar directamente sobre la sensibilidad del oyente. También en la “voz profesional” no teatral es necesario poseer ese alto grado de energía. Un educador, por ejemplo, debe imponerse en relación a sus alumnos, conseguir su atención, intentar convencerlos y, a veces, incluso manifestar cierta autoridad. Es por ello que muchos profesores tienden a forzar la voz.
Toda persona, al hablar, trata de ejercer un efecto en mayor o menor grado en su interlocutor. Cuanto más se busque conseguir la adhesión del que escucha para convencerlo, seducirlo o hacerle obedecer, más se necesita un alto nivel de energía que se traducirá en una modificación de las diversas características de la emisión vocal: intensidad, tono, timbre, articulación, tiempo, lenguaje mímico asociado, etc.
Es decir, “proyección vocal”.
Para conseguir timbrar y proyectar la voz con sonoridad y resonancia sin dañarla, es necesario una respiración correcta y una adecuada educación oral.
El diafragma representa la principal fuerza muscular respiratoria: en la inspiración, cuando se contrae, baja sus dos cúpulas para rechazar el contenido abdominal y tirar hacia abajo el piso de la caja torácica. Simultáneamente, dilata las últimas seis costillas lo que hace aumentar el diámetro transverso y anteroposterior del tórax.
Le ayuda en ello los músculos intercostales externos y, a veces, algunos músculos del cuello llamados “inspiradores accesorios” (escalenos, esternocleidomastoideos) que pueden elevar las costillas superiores (muy útil para llorar, gritar, reir…).
La espiración es un acto puramente pasivo pero, cuando queremos controlarla, entran entonces en juego los músculos estiradores: abdominales e intercostales internos.
El sonido debe empezar en el momento mismo en el que se inicia la espiración. Por eso, para elevar la voz es necesario que esté apoyada e impulsada por una buena respiración.
Luego vendrá la articulación, dicción, pronunciación, vocalización, entonación, etc., es decir, la emisión de esa voz, que fluirá más clara, firme, segura y “redonda” con una adecuada impostación. Podemos decir que una voz está bien impostada cuando puede producir sonidos firmes, sonoros, vibrantes y redondos, sin temblores, cuando logra la pureza y homogeneidad en todos sus registros con la máxima naturalidad y sin esfuerzo, dando seguridad a la voz “colocada” en la parte superior de la cavidad bucal.
Todos somos conscientes de que la voz es uno de los dones más maravilloso que posee el ser humano, pero la voz puede alterarse e incluso hacerse desagradable y perder sus posibilidades por muchas causas, entre ellas las llamadas “disfonías profesionales”, causadas sobre todo por una incorrecta utilización del aparato fonador por parte de todos aquellos profesionales cuya actividad requiere un importante ejercicio de voz, a cuya cabeza se encuentran los profesores. Weiss, en una definición de las disfonías funcionales, indica que un trastorno es funcional cuando sólo la función está alterada y desaparece cuando se utiliza el órgano lo más correctamente posible.
Ante toda esa problemática de las disfonías funcionales y profesionales, el laringólogo podrá dar diagnósticos acertados, consejos, prescripciones, terapias, pero posiblemente no podrá hacer ni ayudar más y, mucho menos prevenir, sin la intervención de un profesional de la técnica vocal.
Para la educación de la voz hablada es necesario tiempo y paciencia, ya que realmente se trata de reeducar, de corregir defectos y hacer desaparecer los malos hábitos adquiridos por la mala utilización de la respiración y la emisión de voz.
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