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La carta previa

Ya en el despacho, diez de la mañana (quien no puede permitirse llegar a esa hora más vale que se dedique a otra cosa), el interfono me anuncia que sube un cliente. Es cliente antiguo, de los que se ha convencido de que es mejor malo conocido que bueno por conocer. Hizo antaño sus piruetas y buscó letrado más joven, más agresivo. Pero volvió sin plumas y cacareando.
Sentado delante de mí, saca de su portafolios unos papeles, al tiempo que me dice:
-Mira, Enrique. Este hombre me debe desde hace años esta factura. Todos los intentos por cobrarla han sido inútiles.
Ya en mis manos los papeles, después de un somero examen de los mismos, le asesoro sobre el procedimiento judicial a seguir.
-Si, muy bien, Enrique. Pero antes de entrar en la guerra, yo quiero que le escribas una carta fuerte; a lo mejor, con eso basta.
Y ahí me tienes al abogado ante la carta previa, sabiendo de antemano su ineficacia. La carta previa es la primera lección que ha de impartirse a los neófitos. Su redacción correcta, sin embargo, más que la introducción al ejercicio de esta profesión, es colofón de una larga experiencia.
Ha de advertirse al novel que la carta del abogado al deudor, de entrada, significa para él una amenaza intolerable. No es un paso de atención, ni un último intento por conseguir el pago del moroso, evitándole así males mayores. Es sencillamente una afrenta que provoca las iras del que la recibe.
Por ello, desde los muchos años en que me he dedicado a este noble oficio, os brindo un formulario (ya que tanta afición hay a los formularios) de carta previa dirigida al deudor contumaz, con anotaciones al pie.

“Muy señor mío:
Es mi deseo que al recibo de la presente, disfrute Vd. con todos los suyos, de salud y prosperidad.
Siento importunar su tranquilidad con esta carta, motivada por las férreas instrucciones recibidas de mi cliente, D……, relativas a la reclamación de la insignificante deuda que al parecer tiene Vd. con él. A pesar de mis indicaciones sobre la conveniencia de concederle nuevas prórrogas, me he estrellado con su intolerancia.
Aunque me dedico a reclamar judicialmente este tipo de deudas, rara vez acudo a los tribunales, porque creo en la bondad del género humano, de la que Vd., seguramente es un buen exponente.
En consecuencia, tenga la seguridad de que comprendo su postura, seguramente proclive a saldar esta deuda, pero agobiado por sus muchos problemas, no ha podido hasta hoy hacerle frente.
Esperaré de su amabilidad un tiempo prudencial, que a su arbitrio queda, para que felizmente pueda desembarazarse de este molesto acreedor. Rezaré por ello.
Mientras tanto, reciba mi consideración más distinguida y mi más atento saludo,”

No obstante los términos de esta carta, aconsejo al Letrado que empieza prevenga la reacción del deudor, contratando temporalmente los servicios de un escolta, hasta que el temporal ceda a la calma.

(1) Si tienes constancia de que el deudor posee tratamiento, empezaras, en su caso, por Excmo. Sr., Ilustriso Señor, etc.

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