José Santos Torres, tan buen jurista como prestigioso historiador
José Santos Torres (Camas 1927 – Sevilla 2013).
El día 25 de enero de 2013 falleció en Sevilla, a sus 85 años, José Santos Torres. Había nacido en Camas y con sacrificio familiar y notable inteligencia realizó brillantemente sus estudios de bachiller y universitarios y se dedicó de lleno al ejercicio de la Abogacía. A largo de su dilatada práctica forense y de su afán y entrega al mundo del Derecho lo ejerció como un auténtico sacerdocio, de lo que dan fe su extensa y fiel clientela, sus compañeros en el ejercicio y los propios miembros de la Magistratura. El orgullo de ser Abogado lo difundió a muchas generaciones de Letrados del Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla, que al jurar el cargo recibían sus Apuntes para la Historia del Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla. Suyas son las palabras más certeras con motivo de la entrega al Colegio de la Medalla de Oro de la Ciudad, el 30 de mayo de 2005, donde puntualiza que “historiar la vida del Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla es contar la vida misma de la ciudad en los casi tres siglos de existencia de su Colegio de Abogados. Debía por ello Sevilla responder al menos, después de casi tres siglos, reconociendo los méritos de una Corporación que tanto contribuyó con el esfuerzo, el trabajo, la dedicación y el buen hacer de sus colegiados al incremento del patrimonio cultural de la Ciudad…”.
Pero con ser importante su práctica en el oficio de abogado, es aún más imperecedera su labor como historiador e investigador. Su compañero y amigo el prestigioso Letrado y mejor persona Juan Camúñez lo retrataba así al presentar en “La Toga” uno de sus libros: “La verdad es que produce asombro, parejo a la admiración, la capacidad intelectual y el vigor anímico que almacena en su ancha humanidad Pepe Santos Torres. Los lectores de esta Revista, en su mayoría consagrados al ejercicio de la Abogacía, conocen en propia carne hasta qué punto es absorbente esta actividad, incompatible con cualquier otro tipo de afanes. Al abogado con plena dedicación le resultan cortos los días para atender las exigencias de su despacho. Pues bien, por razones que deben ser taumatúrgicas –no se me alcanza otra explicación– tal doctrina no es aplicable a Pepe Santos. Él ha dedicado su fecunda vida a ejercer la profesión de abogado en la que ha alcanzado una sólida reputación, pero, oh prodigio, la ha simultaneado con su labor incansable de escritor y de historiador. Alrededor de una veintena de obras publicadas avalan su trayectoria de autor, amén de infinidad de artículos en prensa, conferencias y ponencias. José Santos Torres une a un muy dilatado ejercicio en la abogacía, su más que acreditado hacer de investigador, historiador y escritor, cualidades que acredita el presente libro. Difícilmente se hallará quien haya profundizado más, y con más acierto, en lo referente al Bandolerismo andaluz, interpretado en la realidad social y legal de cada momento”.
Su perspectiva del fenómeno del bandolerismo que analizaba desde el doble prisma del jurista y del historiador ha revolucionado los estudios que sobre este fenómeno se han publicado, desde el clásico ensayo de Julián de Zugasti hasta la fecha. Por su gran conocimiento de la verdad del fenómeno del bandolerismo, se revelaba cuando caía en sus manos alguna obra donde la verdad histórica era sustituida por la invención gratuita o la errónea cita desenfadada o alegre de hechos o personajes: en este sentido, muy sonada fue la polémica que mantuvo con Camilo José Cela a propósito este tipo de comentarios sobre bandoleros que el Nobel hizo en su Viaje por Andalucía. Su buen amigo y gran novelista Manolo Barrios, cuya reciente pérdida lloramos también sus admiradores y amigos, dijo que “solo la obra de José Santos Torres ha conseguido compendiar toda la historia del bandolerismo andaluz con la garantía que significa la documentación en que se asienta”. Bien es verdad que le traicionaba algo su condición de abogado, que le inclinaba a la defensa de quienes la mayoría de los estudiosos o meros aficionados al género, consideraban simplemente malhechores sin más paliativo. Baste considerar una de sus múltiples conferencias sobre esta materia, la titulada Simples puntualizaciones y precisiones jurídicas sobre un viejo tema histórico de Derecho Penal, comenzaba como una intervención forense en favor de José María “El Tempranillo”, que comenzaba así:
«En esta ocasión vengo a esta tribuna a ocuparme de la defensa jurídica del llamado por algunos Príncipe de los bandidos españoles, José María el “Tempranillo”, en su defensa, como si en turno de oficio me hubiera correspondido, en puro lenguaje forense indica que lo hago con absoluta gratuidad, también con legítimo orgullo, para demostrar que el sumario en que se le inculpa por la comisión de un delito de lesiones, único conocido hasta el día de hoy que se instruyera contra él y su cuadrilla por alguna autoridad judicial, no es causa jurídica suficiente para imputarle la comisión de un delito de sangre…». (La Toga, mayo-julio 2007).
Junto a esta “justificación letrada” del “Tempranillo” o la crítica de la, para él, ilegal ejecución de Diego Corrientes, otro bandolero famoso, otra constante de su obra es su admiración y defensa ardiente de la Guardia Civil, cuerpo por el que sentía veneración no tanto por razón de sus antecedentes familiares (una de sus obras, dedicada a novelar la vida de su abuelo, es El Cabo de Monte-Palacio, cuyo mérito literario no es mayor que su profunda aportación antropológica y lingüística a la descripción de la vida rural y del habla popular) sino por el reconocimiento y agradecimiento por lo que entendía como una abnegada y ejemplar labor. Decía que una de las piezas literarias más extraordinarias que él había estudiado es la famosa “cartilla del Guardia civil”, puntualizando que cada frase resume como ninguna otra obra la filosofía del justo y humano ejercicio de la autoridad. En la sede colegial se presentaron simultáneamente en el mismo acto dos de sus obras: Bandolerismo y Justicia en el Antiguo Reino de Sevilla. Delitos, penas, delincuentes y jueces y también la referida El cabo de Monte Palacio, la primera de ellas presentada por el Diputado de la Junta de Gobierno Óscar Cisneros Marco, mientras que la segunda la presentó el propio autor, asistiendo al acto el General Jefe de la IV Zona de la Guardia Civil, José Piriz”.
Su obra es extensa y variada. A las ya citadas añadimos en enumeración no exhaustiva: Historia de la Feria de Sevilla(1946), Bandolerismo en Sevilla y su antiguo Reino: Hechos, Instituciones y personajes, Bandolerismo y Justicia en el antiguo Reino de Sevilla Tomo I: Generalidades, Delitos, Penas, Delincuentes y Jueces, con Prólogo de José F. Acedo Castilla (2004), El Monasterio de la Cartuja en la Historia de Sevilla: 1400 – 1902(1992), Historia de la Real Audiencia de Sevilla (1986), Papeles de ladrones y jueces de bandidos (1987), Proceso y muerte del bandolero Diego Corriente (1776-1781). Una página negra de la historia Judicial de Sevilla en el siglo XVII (2002). Manuel Cortina, el hombre, el político, el abogado (1808-1879), publicado conjuntamente por los Colegios de Abogados de Madrid y Sevilla, que hace justicia a este eminente abogado sevillano. Su última obra publicada fue un extraordinario libro, primorosamente editado por Editorial Renacimiento, de Abelardo Linares, titulado Historia de don Pedro I de Castilla (2011), patrocinado por la Fundación Real Alcázar de Sevilla, obra muy desconocida de Prosper Merimée, lejos de su producción más orientada al costumbrismo, en la que el autor francés demuestra su rigor investigador, edición de esta obra propiciada y traducida por Pepe Santos, que añadió un extensísimo estudio histórico que supone un hito relevante en la historia del controvertido, importante y maltratado monarca a quien tanto debe Sevilla.
Su obra ha sido ampliamente reconocida en el mundo del Derecho y de la Historia y ha merecido la crítica más unánime por su aportación investigadora, su fidelidad documental y su depurado estilo literario. Entre las muchas distinciones recibidas, Pepe Santos tenía especial aprecio por su nombramiento como académico correspondiente de la “Real Academia de Ciencias, Bellas Artes y Buenas Letras “Luis Vélez de Guevara”, de Écija.
Bibliófilo empedernido aunque indulgente con los “descuidos” en la materia, como lo demuestra en un divertido trabajo publicado, como tanto otros, en la Revista “La Toga”, del Colegio de Abogados de Sevilla, que llevaba el sugestivo título El Hurto de libros ¿circunstancia atenuante o eximente de la responsabilidad? Conferenciante, articulista, escritor de una cultura extraordinaria, era conocedor como pocos de los clásicos españoles, cuyas citas esmaltaban cada uno de sus trabajos. Conversador de una amenidad desbordante, que brillaba en las diversas tertulias en las que participó a lo largo de muchos años, compartiendo confidencias y vivencias literarias, jurídicas e históricas con Manolo Barrios, cuya reciente pérdida tanto hemos lamentado quienes le apreciábamos, el coronel de la Vega Vigueras, José F. Acedo, Lino Navarro Ortiz, Juan Ramiro Fernández Espejo, Joaquín González Moreno, Mariano Monzón, Mauricio Domínguez Adame y tantas otras ilustres personalidades de la vida cultural y jurídica sevillana.
Amante de la buena mesa dedicó muchos de sus escritos a comentar, con indisimulada delectación de experto practicante, la gastronomía de todas las épocas históricas: Sus amigos recordamos aquél divertido y erudito opúsculo que dedicó a un plato tan popular como el castizo cocido o la abrumadora y simpática carta “gastronómico-literaria” recordando las delicias de la pitanza y el condumio compartido con su buen amigo Manuel Cruz Herrera, Vicedecano que fue de nuestro Colegio (La Toga 159, mayo-agosto 2006).
Su familia era otro de sus reductos sagrados: de sus sesenta años de feliz matrimonio con Lina nacieron sus cinco hijos que le dieron muchos nietos, que eran su delirio.
Pepe Santos era de esas personas que viven su vida con plenitud y dejan tras de sí una estela de admiración y afectos. Su físico le acompañaba en su desbordante humanidad y bonhomía. En la abogacía sevillana y en el elenco de historiadores deja un gran vacío, pero su memoria quedará para siempre en el recuerdo de sus seres queridos, de sus amigos y en sus obras. Descanse en paz.
Pedro Sánchez Núñez, Abogado
D. E. P.