Ignacio Guzmán Cuevas: Sevillanísima lección de vida
En Sevilla, su pueblo y el mío, se nos ha ido como del rayo Ignacio Guzman Cuevas, al que muchos tanto queríamos. No ha muerto, que solo mueren quienes se adentran en las entrañas del olvido. Solo se ha ido de entre nosotros sus amigos, quienes nunca lo olvidaremos y deshechos intentamos ahora encajar la imprevisible fatalidad.
Estamos tan confundidos entre lo cotidiano que solo el hachazo seco de la parca nos muestra en plenitud, como un relámpago, la verdadera dimensión de quién ha sido nuestro entrañable amigo de siempre, década tras década y muchas décadas más. Toda una vida de amistad. Vidas paralelas viendo crecer a nuestros hijos y nietas, compartiendo éxitos y algunos disgustos profesionales, caminando al compás en la vida y disfrutando al máximo de esta nuestra ciudad, a la que nadie podía querer más que Ignacio. Entre sus más gratos recuerdos guardaba su etapa como concejal del Ayuntamiento de Sevilla.
Atrás queda una vida labrada a pulso, con su personal esfuerzo y tenacidad en unos tiempos que fueron ciertamente muy difíciles. Hijo mayor de madre prontamente viuda y con otros cuatro hermanos, tras su formación inicial en los maristas trabajó desde muy joven en la Caja San Fernando para ayudar en casa, lo que logró simultanear con sus estudios de ciencias económicas. Esa licenciatura le permitiría desarrollar una importante carrera profesional como alto cargo de aquella entidad financiera, en la que llegó a ser director general.
Con su constante espíritu de superación quiso ser abogado y también lo logró. El pasado diciembre tuve el honor de entregarle el diploma que acreditaba sus bodas de plata con la que a la postre ha sido su definitiva profesión, como él había soñado desde joven. Quería ser abogado y ha sido un buen profesional de la abogacia.
Mi amigo del alma ha sido además un magnífico ejemplo de entrega y de vida para sus hijos Inmaculada, Joaquín, Ignacio y María. Siempre junto a su esposa Consuelo Carrizosa, ejemplar compañera de una única vida felizmente compartida desde la más temprana juventud.
Pero esa persona modelica ha sido también y sobre todo un hombre profundamente enamorado de Sevilla en toda la extensión del término, rompiendo así el injusto tópico de sevillanía indolente. Amaba la ciudad en cada instante y en cada enclave, en cada festividad y en la cotidianidad de cada día.
Ignacio era casi un símbolo del escaso paisanaje autóctono que puebla el centro monumental, donde todos le conocíamos y disfrutábamos a diario de su alegría de vivir. Era la simpatía personificada y repartía por doquier su finísima gracia sevillana, uno de los muchos dones que Dios le había concedido. Todos nos reíamos con él. Con la finura de su humor, con su filosofía de vida, con la alegría de vivir que derrochaba.
Por eso se nos ha roto el alma con lo tuyo, Ignacio. Has dejado dictada una importante lección de vida que muchos procuraremos seguir: saber vivir gozando de cada instante.
Te has ido con muchísima sevillania, como en ti tenía que ser. Sin avisarnos y sin estridencias. En silencio. Pidiendo a mitad de agosto que te retornasen desde Sanlucar a Sevilla, a ese hospital que lleva su nombre: Virgen Macarena. Asumiendo mansamente los designios de El que todo lo puede, que reside en San Lorenzo según tu bien sabes desde que eras niño. Cuantas madrugadas vimos en silencio como Él con su zancada avanzaba por la calle Jesus del Gran Poder hacia la ventana de la casa de tu familia. Ahora ha venido con su divina zancada de siempre, para llevarte con rapidez a la gloria que te mereces. En estos días difíciles de agosto hemos buscado un sacerdote y sin pretenderlo hemos encontrado al rector de la Basílica del Señor, que ha oficiado tu misa. Eso no es casualidad. Ha sido un signo más de Quien te ha llevado consigo. Verdad, Ignacio ?.
Y como eres tan redobladamente sevillano has querido irte desde la collación de la Macarena, pero que tus cenizas queden definitivamente custodiadas en el columbario de la parroquia de Santa Ana, en la Triana de tu madre doña Amparo y donde habita tu bulliciosa Esperanza de tantas amanecidas. La querencia, Ignacio. La querencia que en Sevilla no entiende de orillas, sólo de Esperanza. Tú que ahora estás más cerca de Él, ruega al Señor por nosotros.
José Joaquín Gallardo Rodríguez