En recuerdo de Pedro Serrera, un jurista excepcional
En aquel tiempo muchos de los estudiantes de Derecho de Sevilla nos sentimos orgullosos cuando nos enteramos en los pasillos de la Fábrica de Tabacos de que uno de nuestros mayores había sacado el número 1 en las oposiciones de Abogado del Estado; nos abría una puerta a la esperanza. Lo veía pasar algunas veces y me inspiraba admiración y respeto. Años después, cuando me incorporé como Profesor Ayudante a la Facultad me atrevía a hablar con él de vez en cuando y comencé a apreciarlo como un personaje cercano que preparaba su tesis doctoral sobre los Tribunales Económico-Administrativos, dirigida por D. Manuel Clavero.
A mi vuelta a Sevilla, tras un largo periodo en la Universidad de Granada, comenzó a trabarse lentamente nuestra amistad, de la que Rosa y María Isabel han sido siempre imprescindible levadura, junto a amigos fraternos comunes. Poco a poco descubrí su personalidad escondida tras la seriedad y el comportamiento siempre correcto: un hombre bueno de no muchas palabras con intensa vida interior. Me atreveré a resumir las virtudes que hacían de Pedro Serrera una persona excepcional.
En primer lugar, su integridad moral, sin recovecos ni resquicios. Su espíritu parecía labrado con algún trozo del mismo mármol con el que Miguel Ángel esculpió el Moisés. Las dudas o debilidades quedaron hechas polvo o astillas; en el núcleo marmóreo se asentaron su moral cristiana y su fe, de las que su voluntad era una firme consecuencia, como lo eran sus opiniones siempre atinadas y respetuosas sobre la Iglesia o sobre los retos morales de la sociedad actual.
A ello se añadía, como tantos de nosotros hemos podido comprobar, un conocimiento enciclopédico del Derecho. No hablo de las normas jurídicas, que también se las sabía y que utilizaba incansablemente en el entramado de su vida profesional de cada día. Hablo del sentido de lo jurídico y de la justicia, de las reglas sustanciales casi inmutables que vertebran una sociedad y la conducta de sus individuos: honeste vivere, alterum nom laedere, suum cuique tribuere. Era un jurista de la Roma clásica siempre interesado en la cosa pública sin dificultades para comprender los tiempos presentes; vean algunos de sus artículos en la prensa sobre cuestiones de actualidad política y social que siempre afrontó con acierto, por ejemplo el publicado tras su muerte en ABC el pasado 30 de enero.
Por último su amplia cultura. Andaba con facilidad por los campos de la historia, la literatura, la música (la ópera en particular), la filosofía o las ideas políticas. Le parecía normal haberse leído y releído la Suma Teológica, dar una conferencia sobre Aristóteles o escribir brillantemente sobre el escudo de España.
Y detrás de todo eso, un tesoro casi oculto. Su ejemplar vida familiar que llevaba a sus amigos a ser también amigos de su familia. Y su sentido del humor; un hombre tan adusto en gestos al que se le iluminaba la cara en cuanto observaba, oía o pensaba cualquier cosa divertida; algunas de sus frases casi tenían que ser repensadas para advertir su ironía y comprender el momentáneo resplandor de la mirada.
Su familia, sus amigos, la Abogacía del Estado, la Academia, el Colegio de Abogados, la Universidad, las personas de bien…y Sevilla hemos sufrido su pérdida. Y él habrá encontrado la paz guiado por su fe.
Javier Lasarte
De la Real Academia Sevilla de Legislación y Jurisprudencia