El lugar del Abogado
Al salir del juicio, un conocido abogado penalista le comentó a Evaristo Bermejo que en treinta años no había visto nada igual. Evaristo le contestó que él en catorce había vivido muchas situaciones parecidas.
Se refería el compañero al altercado ocurrido momentos antes en la Sala de Vistas del Juzgado de lo Penal cuando se celebraba juicio contra tres acusados por un delito de hurto de uso de vehículo. No sabía el Letrado que sufrió la desconsideración si Su Señoría era así todos los días o es que esa mañana estaba de mal humor. El caso es que lo había interrumpido en su Informe cuando apenas llevaba dos minutos exponiendo el mismo.
– “Y como dice la doctrina y jurisprudencia mayoritaria…”, se expresaba el letrado defensor cuando fue bruscamente interrumpido por la titular del Juzgado.
– “¡Señor Letrado!,¡Absténgase de citar jurisprudencia!”, advirtió Su Señoría.
– “Perdón Señoría, sólo pretendía exponer lo que la jurisprudencia…”, intentaba explicar el abogado Bermejo.
– “¡Le repito, Señor Letrado, que no voy a permitir que haga usted ninguna cita de jurisprudencia, porque este Tribunal está suficientemente versado sobre la misma!”.
– “Sólo pretendía…”, comenzó a explicar Bermejo cuando de nuevo fue frenado en su alocución.
– “¡Sí, y si quiere se trae usted también el Aranzadi completo!”, le espetó la Jueza en tono jocoso sin dejarle terminar.
En ese momento, Evaristo pensó en los padres de su cliente, que asistían al juicio; en el compañero penalista que aguardaba en la misma Sala antes de actuar en el juicio siguiente; y en los dos compañeros, cada uno a un lado, que le acompañaban en la mesa de la defensa. No podía permitir que Su Señoría tirara por el suelo la dignidad de la abogacía y no podía seguir exponiendo su Informe como si nada hubiera ocurrido. Por eso solicitó que por la Señora Secretaria se hiciese constar en acta la última frase que había pronunciado Su Señoría e, igualmente, la protesta del Letrado por considerar que la misma le parecía una falta de respeto y de consideración al Abogado informante.
Pero no fue fácil plasmar la protesta en acta, ya que la Magistrada sólo a duras penas autorizaba al Letrado a dictar la misma. Incluso pretendió que se hiciese constar una frase distinta a la que pronunció. Y cada vez que el reclamante intentaba expresarse, le advertía que no estaba en el uso de la palabra y le recordaba que ella era la directora del juicio. Y, todo ello, con un tono de voz estridente e inquisidor.
Al fin y al cabo, sólo había pretendido exponer un extracto de lo que expresa la jurisprudencia sobre quién se puede considerar autor en el delito que se estaba enjuiciando, estableciendo una relación con los hechos: dos minutos más hubieran bastado. No era costumbre del mismo concretar fechas de sentencias. Ya se sabe que a los jueces no les gusta porque según aseguran están suficientemente ilustrados.
Pero ese día, nuestro compañero no sólo sufrió la encrespada respuesta de un miembro de la judicatura. Porque resulta que el Sr. Fiscal salió rápidamente en defensa de Su Señoría y rogó repetidamente que se hiciera constar en acta que el Sr. Letrado había sido bastante reiterativo en su intención de citar jurisprudencia, entendiendo, no faltaba más, que la Sra. Magistrada no había sido desconsiderada en absoluto. De manera, que en vez de permanecer imparcial y dejar que un miembro de la abogacía protestara por la falta de respeto y la injusta interrupción de su informe, se situó rápidamente al lado de la Jueza sin fundamento alguno y faltando a la verdad. Ciertamente, ambos estaban molestos por no haberse aceptado una conformidad para la cual se dieron todo tipo de facilidades.
Los abogados debemos ser respetuosos con los jueces, fiscales, secretarios y funcionarios. Pero también hemos de exigir el mismo respeto para nosotros por parte de estos. Es verdad, por referirnos al trato dado en Sala, que a los Letrados se nos deja nuestro sitio en la mayoría de las ocasiones. Es cierto que la mayor parte de los jueces son respetuosos con la abogacía y tienen un comportamiento democrático y acorde con la Constitución. Pero, de la misma forma, nos encontramos con miembros de la judicatura que tienen maneras autoritarias, interrumpen nuestros interrogatorios declarando impertinentes preguntas que si las formula el Fiscal son pertinentes, y que si solicitamos que conste expresamente en acta una concreta respuesta de un acusado, testigo o perito, nos pueden responder: “¿ Y para qué cree usted que está el Secretario? ¿Para tocarse la narices?”.
Hay jueces de instrucción de guardia que no permiten ni siquiera que se le explique al detenido que la persona que está a su lado es su abogado, o que nos piden que devolvamos las diligencias a su mesa cuando no han transcurrido ni cinco minutos desde que nos las entregaron para preparar las posibles preguntas que íbamos a formular. Hay jueces que cuando en una rueda de reconocimiento solicitamos hacer constar en acta que las características físicas de los otros miembros de la rueda no son para nada parecidas a las de nuestro defendido, pueden llegar a afirmar: “Y, ¿Qué quiere también? ¿Que tengan la naricita y las orejitas iguales que el suyo?”.
También puede ocurrir que unos días antes de la declaración de un imputado, acudamos al Juzgado para que nuestro cliente nos designe y podamos a continuación consultar las actuaciones para estar ilustrados en el próximo interrogatorio, y que nos diga el funcionario que el juez “nos dejará ojear el expediente antes de entrar en la declaración”, pero no con tanta antelación. Cuando el mismo imputado, por ser parte interesada (suponemos), tiene derecho a consultar su expediente.
De acuerdo, estos incidentes no ocurren todos los días. Pero, ¿y si buscamos un hueco en nuestra agenda y nos dirigimos una mañana al Prado para examinar unas diligencias previas y consultar un aspecto importante de las mismas para así solicitar una diligencia de prueba en la línea de nuestra defensa, y el funcionario nos expone que el expediente está en Fiscalía, en la firma, o archivado, o que no lo encuentra, o que el compañero que lo lleva no está?. Pues puede ser ese el paradero de las diligencias, pero si seguimos la pista de las mismas y resulta que no es así, ¿no habrán entonces pisado de nuevo la dignidad de la abogacía, además de hacernos perder el tiempo y sentirnos defraudados?
Debemos ponernos en nuestro lugar. No se trata de exigir ningún privilegio, sólo nuestro derecho a trabajar por nuestros clientes sin que nos pongan ninguna cortapisa infundada. Porque, mientras más nos callemos, más se aprovechará aquel que no valora lo suficiente nuestro trabajo. Porque, finalmente, a quien tenemos que rendir cuentas es a nuestro cliente, el que ha confiado en nosotros y ha puesto en nuestras manos su problema.
Y deben pasar ya los tiempos en los que se decía que más vale callarse, porque si no nos van a señalar, va a ser peor o se va a perjudicar a nuestro cliente. Creo, sinceramente, que ocurre al contrario. Cuando se solicita educadamente a quien nos debe de atender que cumpla con su deber, la mayoría de las veces se obtiene una respuesta satisfactoria. Y, por supuesto, no se trata de ensalzar un protagonismo personal o profesional, sino de hacer ver que cada vez que se pone una zancadilla al abogado se están vulnerando los derechos fundamentales del ciudadano que defiende. Es éste quien pierde cuando se limita el derecho de defensa.