El efecto Garzón
No conozco personalmente a Garzón pero sí he escuchado algunos reproches sobre que es arrogante y, sobre todo un juez estrella. Ante todo tengo que decir que a mí me gusta que los jueces y las juezas, y las demás personas, luzcan por su trabajo cuando eso significa que su trabajo tiene impacto social, y no me gusta o me resulta cansino si lucen por opiniones o actitudes absurdas o poco argumentadas. Y lo mismo me pasa con los demás operadores jurídicos y, en general, con todo el mundo. No creo que lucir sea malo y creo que cada persona luce en su ámbito, y la supuesta arrogancia de Garzón no me parece un crimen, aunque tampoco una virtud, igual que tampoco considero una virtud la envidia.
Pero, de todas formas, ese primer efecto Garzón derivado de aparecer como un tipo de juez distinto y brillante, nada gris y apocopado, en los medios de comunicación, se ha visto superado en la actualidad, en mi opinión por un segundo efecto: el de juez perseguido por hacer su trabajo e interpretar, con mayor o menor acierto, las normas. Este segundo efecto ha sido muy distinto del anterior, pues si el primero ampliaba el ámbito de posibilidades en cuanto al comportamiento de los jueces y juezas, este segundo lo reduce de manera importante. Ya ni siquiera el juez o la jueza más discreto puede estar seguro de evitarse problemas judiciales; como alguna resolución no coincida con el sentir del órgano superior cualquier particular o entidad junto con su abogado o abogada puede querellarse contra ellos con altas probabilidades de no archivarse de manera automática el procedimiento. Conozco varios casos en varias provincias de jueces frente a los que se ha presentado querellas, muy imaginativas e infundadas por su conducta durante un procedimiento penal abierto, basadas en discrepar de interpretaciones jurídicas con los abogados de la defensa y en ninguno de ellos se ha considerado que los hechos denunciados eran típicos, y me parece excesiva y preocupante la extensión que se hace de la prevaricación para mantener abierta la causa contra Garzón. Me temo que si se termina abriendo la figura de la prevaricación no se va a cerrar automáticamente detrás de Garzón. Por eso no me extraña que tantos operadores jurídicos comprometidos con la justicia se sientan inseguros en la actualidad y hasta frustrados: de repente parece que no van a poder hacer justicia sino repetir lo que consideren justicia otros. Sin perjuicio del respeto que me merece, y de lo bien que suele venirme como abogada, la revisión de las resoluciones en una segunda instancia, creo que pasar de eso a castigar por discrepar en resoluciones judiciales es preocupante para la democracia.
Pero a ese efecto de preocupación se ha sumado otro, en mi opinión muy interesante: Internet está lleno de mensajes sobre la democracia y hasta los y las adolescentes están hablando de lo que es ser jueces y de la importancia que tiene la independencia judicial para la democracia. Aunque lamento lo que Garzón debe estar padeciendo por su situación, pocas cosas habrían sido más útiles para reactivar el activismo social que perseguir judicialmente a Garzón. De repente hay muchas personas hablando no sólo de lo deficitaria que le parece la administración de justicia, sino del nivel jurídico y moral de los jueces del Tribunal Supremo, conocen sus nombres y en parte hasta sus curriculums y opinan sobre ellos. Hay muchas personas escandalizadas por que los más altos tribunales no parecen estar compuestos en todo caso por los más altos juristas. Algo que quienes trabajamos en los Juzgados tenemos tristemente asumido pero que es en realidad un hecho lamentable. La justicia ideal es aquella en la que siempre hay una persona sabia que analiza los casos con templanza, y a mayor sabiduría mayor responsabilidad, pero la justicia española está bastante lejos de ser ideal, y ese hecho es más notorio que nunca en la actualidad gracias al efecto Garzón. Perseguir a Garzón está sirviendo para evidenciar ante los ciudadanos y ciudadanas las grandes debilidades que tiene nuestro sistema de justicia, que no son solamente el colapso judicial. La justicia está dando su peor cara ante la sociedad, una cara que se ha intentado tapar durante mucho tiempo pero que ahora es imposible de ocultar. Y la sociedad está contestando con mensajes diversos pero que en cualquier caso abren un debate y marcan un antes y un después del caso Garzón.