El Colegio recibe la Medalla de la Ciudad de Sevilla
El 30 de mayo de 2005 el Ayuntamiento de Sevilla entregó a este Colegio de Abogados la Medalla de la Ciudad, en el solemne acto institucional celebrado en el Teatro Lope de Vega con motivo del Día de Sevilla, coincidente con la Festividad del Patrón San Fernando. El Presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, entregó esa máxima distinción de la Ciudad, que fue recogida por el decano José Joaquín Gallardo. El Pleno del Ayuntamiento celebrado el 19 de mayo de 2005 había acordado, por unanimidad, «conceder la Medalla de la Ciudad de Sevilla al Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla, creado en 1706 y que desde entonces ha contribuido con sus colegiados al progreso sociológico de la Ciudad, ocupándose de defender los derechos e intereses de sus habitantes».
Sevilla reconoce así la importancia de sus abogados y del Colegio que los integra. El decano manifestó que la Medalla «honra con todo merecimiento la memoria de quienes han sido abogados en Sevilla durante los últimos tres siglos, a la vez que reconoce también la importante labor que a diario realiza la Abogacía en defensa de los derechos e intereses de los sevillanos, sin distinciones de ningún tipo».
«Una Institución que prestigia a la Ciudad»
En su intervención el Presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves González, trasladó su enhorabuena al Colegio de Abogados, del que dijo «es una Institución cuya trayectoria en si misma prestigia a la Ciudad».
Antes el Alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirin, había reiterado en sus palabras el «reconocimiento de la Ciudad al Colegio de Abogados; casi 300 años le contemplan y es que nuestra Ciudad, su historia y su presente, no se entendería sin el entramado profesional que forman la gente de la ley».
El escritor Manuel Mantero, en sus palabras de agradecimiento en nombre de las personas e instituciones distinguidas, expresó que «la idea del servicio a los demás también está en nuestro Colegio de Abogados», resaltando «la tremenda importancia social de los abogados, sin los cuales viviríamos a bofetadas».
Un Colegio al servicio de Sevilla
En el acto de entrega de la Medalla, el Ayuntamiento justificó la concesión con el siguiente texto:
El 18 de Noviembre de 1.706 una Real Cédula de Felipe V hacía realidad el deseo de los Letrados sevillanos: independizarse de la Real Audiencia y constituirse en Congregación. Nacía así el Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla.
Desde entonces sus miembros han contribuido decisivamente al progreso sociológico de la Ciudad, ocupandose de defender los derechos e intereses de sus habitantes.
Desde hace ya tres siglos, la Ciudad y sus Abogados confluyen en la más antígua corporación profesional hispalense, actualmente integrada por más de 6.000 colegiados.
Su nómina está repleta de personalidades que han servido a Sevilla y a España desde las más altas instancias. Constan en su listado histórico de colegiados Jefes de Estado en épocas republicanas y Presidente de Gobierno en el actual régimen político. Numerosos Alcaldes y Ediles de esta Ciudad. Ministros y Presidentes de nuestra Comunidad Autónoma.
La Corporación se ha caracterizado siempre por una exquisita independencia institucional, vocacionada hacia valores sociales tan importantes como la Justicia, la dignidad de la persona y la Libertad.
El Ilustre Colegio de Abogados es historia viva de la Ciudad, presente esperanzador y sólida promesa de futuro, al servicio de los derechos y libertades de los ciudadanos. Es el imprescindible punto de encuentro de Sevilla con la Abogacía y el Estado de Derecho.
Sevilla y sus Abogados. José Santos Torres, Abogado
El día 7 de marzo de 1706 un grupo de Abogados de la Real Audiencia de Sevilla se dirige al Ilustre Colegio de Abogados de la Corte solicitando su incorporación como filial del mismo, lo que aceptado el siguiente día 20 de marzo por la Corporación madrileña es refrendado por la autoridad del Rey en Real Cédula de 18 de noviembre de 1706 confirmando el acuerdo del Colegio de Madrid, quedando el Colegio de Sevilla incorporado como filial a éste. Celebra su primera Junta de Gobierno el día 20 de septiembre de 1732 con asistencia de 49 abogados en la Capilla de San Antonio de los Portugueses, sita en el compás del Convento Casa Grande de San Francisco, en pleno corazón de la Ciudad, actual emplazamiento de nuestro Ayuntamiento. Hasta más adelante, el 31 de enero de 1733, no elige su primera Junta de Gobierno, recayendo el nombramiento de la misma en los siguientes señores: Decano: Alonso Begines de los Ríos; Diputados 1o: Álvaro Coronel; Diputado 2o: Juan Pérez de Huelva; Diputado 3o: Juan José de Padilla y Velázquez; Diputado 4o: Juan José Ortiz de Amaya; Tesorero: Domingo Guerra; Maestro de ceremonias: Bartolomé Herrero de Vega y Secretario: José Javier de Casares. Todos eran Abogados de la Real Audiencia con muchos años de ejercicio profesional al ocurrir el momento de su designación para gobernar la nave del recién nacido Colegio.
A la fundación del Colegio los abogados sevillanos se encontraban adscritos a la Real Audiencia como Abogados de los Reales Consejos. Los que tales eran siguieron perteneciendo o pasaron a pertenecer al Colegio sin prueba ni expediente alguno, los que en adelante se inscribieron se vieron sujetos a la prueba de limpieza de sangre, exigida por el Colegio de Madrid desde 1673, y que el de Sevilla igualmente exigía por imperio de los Estatutos en vigor de 31 de enero de 1732, aprobados por el Colegio de Madrid y que el de Sevilla había adoptado como filial que era de aquel.
Este criterio rígido en la admisión de incorporaciones se mantuvo hasta la publicación de la Real Cédula de 1783 que suprimió la prueba de limpieza de sangre sustituyéndola por criterios más justos y humanos.
La extrema pobreza del Colegio hizo que sus primeras reuniones y Juntas se celebraran en «las casas del Decano» y su sentido religioso vinculó igualmente sus celebraciones extraordinarias a las Casas de Religión, de Hermandad o a las Congregaciones religiosas, y así el Colegio de Sevilla peregrinó desde la Capilla de San Antonio de los Portugueses, durante más de un siglo, por el Real Convento de Nuestra Señora de la Merced, Convento de San Agustín -extramuros de Sevilla- Casas Capitulares de la Hermandad del Santísimo de Santa María Magdalena, Casas del Espíritu Santo de los Padres Clérigos de Menores, Sala Rectoral de la Real Universidad Literaria, Colegio de Santa María de Jesús, que fue sólo un intento, Salas Capitulares del Ayuntamiento, donde últimamente celebró algunas de sus Juntas Generales, hasta que en 27 de enero de 1836 la Junta de Gobierno acordó solicitar de la Real Audiencia una habitación para que los abogados esperaran allí el llamamiento para informar en los pleitos, desde cuya fecha el Colegio de Abogados siguió ya hasta la actualidad teniendo su domicilio social en el edificio de la Real Audiencia, antes en la vieja Casa Quadra de la Plaza de San Francisco y hoy en el nuevo edificio del Prado de San Sebastián, sede del Palacio de Justicia.
De acuerdo con aquel carácter religioso los primitivos Estatutos del Colegio de Abogados de Sevilla tenían este título completo: Estatutos y Constituciones de la Congregación y Colegio de Abogados de Sevilla que para Gloria de Dios, de Su Madre Santísima y del Bienaventurado San Ivo han de guardar.
El prestigio alcanzado por el Colegio se muestra ya casi desde los tiempos de su fundación. En 1755 comienza la Universidad Literaria a invitar al Colegio a las «conclusiones» públicas que celebra en sus Facultades y el Poder público comienza asimismo a solicitar su autorizada opinión en asuntos tan importantes como los que suponen la elaboración de las leyes, lo que se hará mucho más patente en el movimiento codificador de la Restauración. El Código Penal de 1848, dos veces reformado en 1850 y 1870, la ley de Enjuiciamiento Civil de 3 de febrero de 1881, la de Enjuiciamiento Criminal de 14 de septiembre de 1882, el Código de Comercio de 12 de agosto de 1885, el Código Civil de 1o de mayo de 1889, el Real Decreto de 20 de abril de 1888 que reimplantó el Jurado y la Ley de 26 de Junio de 1890 que restableció el sufragio universal inorgánico, fueron consultadas al Colegio de Sevilla, y al propio tiempo permitió a los Abogados sevillanos actuar en las Cortes, en las Academias de Jurisprudencia, en las Comisiones legislativas, en las Asambleas políticas, en la Prensa y en todas las tribunas públicas que les dispusieron y acrisolaron para soportar sobre sus hombros el inmenso gravamen de la gobernación del país.
Y es que después del doloroso paréntesis de la dominación francesa -1o febrero de 1810 a 27 de agosto de 1812-, en cuyo período el Colegio sufrió como todas las Corporaciones el envite de la difícil situación nacional, tuvo que soportar las purificaciones que siguieron a la Real Orden de 4 de enero de 1815, de las que salió si cabe más fortalecido y se revitalizó con la marea política que surgió con motivo de la liberalización de las ideas y que se canalizó por la vía de la Constitución gaditana. Se abrieron nuevos cauces al ejercicio profesional y el abogado va a saltar a la palestra de la vida política y se va a perfilar en adelante como un eficiente legislador.
A partir de este período los nombres de dos abogados procedentes del Colegio de Sevilla cobran dimensión nacional y pueden considerarse representativos de esta nueva orientación de la Abogacía española hacia la legislación y la política. Manuel Cortina y Arenzana, sevillano de nacimiento, y el ilustre ecijano Joaquín Francisco Pacheco y Gutiérrez Calderón, el primero gloria del Foro español de todos los tiempos y el segundo informador y padre de la reforma penal de 1848. Compañeros en la Abogacía y enemigos en la Política pero paradigmas indiscutibles del prestigio de la Abogacía sevillana.
El prestigio del Colegio de Sevilla es reconocido en toda la nación. En una Conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid por el escritor y abogado madrileño Tomás Montejo, sobre la personalidad de Cortina -Don Manuel Cortina y El Foro y Los Tribunales Españoles- en época casi inmediata a su muerte, -1879-, hablaba el orador «de la llamada escuela andaluza de los Abogados procedentes del Foro de Sevilla, cuya influencia en Madrid fue en poco tiempo tan grande como la que anteriormente ejercieron los mejores Abogados procedentes de otras escuelas y en particular de la de Valladolid que ha dado un gran número de aquellos». Y aunque el conferenciante no mencionó los nombres de aquella escuela sevillana de tanto renombre nacional podemos suplir aquella laguna con algunos nombres que no agotan su enumeración pero se bastan por sí solo cada uno de ellos para justificar aquella admiración: José María Asencio y Toledo, alta en 1830, eximio bibliófilo y cervantista insigne: Manuel Laraña y Fernández, alta en 1835, el gran Rector de nuestra Universidad, de quien dijera el gran jurista Alonso Martínez, a cuya paternidad debemos nuestros Código Civil, que no le importaba que se perdieran o se quemaran todos los Códigos si vivía Laraña; Narciso Joaquín Suárez y Sánchez-Barriga, insigne Decano del Colegio en doce legislaturas consecutivas -1877 a 1889- por el voto unánime de todos sus compañeros; Juan José Bueno y Leroux, encendido cantor en favor de la independencia de la Abogacía, protector y mecenas de Becquer en su etapa madrileña, alta en 1844 y Decano en 1858, y Luis Segundo Huidobro, José de Velilla Rodríguez, José Velázquez y Sánchez, y tantos otros nombres gloriosos de las letras sevillanas.
El Colegio es invitado a los Congresos Jurídicos, 1886, Lisboa, y Barcelona, 1888, y los nombres de sus preclaros colegiados Federico de Castro y Fernández, José Carmona Ramos y Blas Enrique Giménez García, ilustran con sus ponencias los fastos de aquellas asambleas.
Al movimiento codificador de la Restauración en su vertiente de la participación que en el mismo tuvieron los Colegios de Abogados y singularmente el Colegio de Sevilla hay que añadir el movimiento renovador y cultural que se opera tras la liberalización de las ideas en la parcela gaditana; un nuevo orden de cosas, un orden nuevo de tanta o más importancia y trascendencia que la misma Codificación en sí, la aparición de nuevos órganos de difusión de la cultura que cobran una gran importancia a medida que avanza el siglo: la Prensa.
El inmenso impacto que la Prensa como medio de difusión produce en la sociedad de mediados del siglo XIX no resulta ajeno tampoco a la Abogacía sevillana. El Colegio y sus miembros van a intervenir de una manera activísima en este enorme movimiento de difusión cultural que dada su importancia vislumbrada desde los primeros balbuceos de su aparición fue llamado el cuarto poder.
Desde los años que median entre 1838, con la aparición de los Estatutos de los Colegios de Abogados, hasta finales de la centuria, es inmensa la floración de periódicos y revistas, unas profesionales, otras artísticas o literarias, algunas científicas, en que los Abogados sevillanos van a intervenir para fundarlas o para colaborar en ellas, originando de este modo un periodismo naciente que va después a cimentarse y que perdurará hasta nuestros días con la participación de conocidos profesionales de la Abogacía sevillana. No podemos aquí sino esbozar con ligeras pinceladas y algunos nombres la contribución de la Abogacía sevillana al nacimiento de la Prensa en nuestra Ciudad y a un periodismo cuyos orígenes están tan ligados a la curia sevillana que harán necesario un estudio serio y concienzudo para demostrar la importancia de este aserto y que tal vez nos impongamos la tarea de acometer algún día.
Los abogados del Colegio de Sevilla Sres. Rodríguez de la Borbolla, Linares y Carreras, solicitan del Decano se les faciliten notas de las Juntas en asuntos que figurando en la Actas del Colegio pueden interesar al público, todo ello en relación con un periódico que piensan publicar. Insólita petición a la que el Decano y la Junta de Gobierno -9 de febrero de 1843- responden como lógicamente parecía adecuado responder: «los actos de las Corporaciones son privativos de ellas y concretamente los del Colegio son muy áridos, pero si en alguna ocasión se entendiera alguno de interés se le comunicará para que los puedan publicar en beneficio de la cultura.»
No tenemos noticia del nombre de aquella, creemos que nonata publicación, porque los peticionarios que se dirigen a la Junta no lo dicen ni en el Acta se da cuenta de ello. La citada publicación no debió ver la luz ante la negativa del Colegio a verse en la calle. Y se vio continuadas veces de aquí en adelante en las polémicas que en la prensa local se mantuvieron a lo largo de todo este medio siglo por alguno de sus miembros, en cuyas polémicas cuando el Colegio tuvo que intervenir lo hizo siempre con la mesura que le caracterizó en toda ocasión y en pro siempre de la defensa del decoro profesional, lo que conllevó en diversas ocasiones más de una corrección disciplinaria a más de un letrado que no usó derechamente de la prerrogativa que con la prensa se le brindaba.
En Junta de 4 de marzo de 1859 se da cuenta de una comunicación cursada por el periódico El Foro Sevillano, suplicando a la Corporación admitiera dicha publicación como órgano oficial del Colegio, a lo que el Colegio accedió muy gustosamente. Lo mismo ocurre con el ofrecimiento que hace el director de otro periódico que circulaba en la Ciudad, dirigiéndose a la Junta de Gobierno celebrada en 19 de febrero de 1861. También accede el Colegio a tener por órgano oficial de representación este periódico que se denominaba El Jurisconsulto. Y todavía se produce una tercera petición con el mismo buen resultado: en Junta de Gobierno de 19 de septiembre de 1867, en que Don Joaquín Valero Tormo, director de La Gaceta de los Tribunales, ve aceptada su proposición y da las gracias a la Junta en una carta de 6 de diciembre de ese año.
No debe extrañamos esta singular reiteración de la Prensa en dirigirse al Colegio en demanda de constituirse en órgano oficial del mismo, porque la Prensa sevillana se nutrió abundantísimamente de una pléyade de letrados del Colegio de Sevilla, que en gran parte casi en exclusiva monopolizan sus primeros intentos en nuestra Ciudad de erigirse en un fundamental órgano de difusión; el prestigio que ya tenía el Colegio de Abogados de Sevilla así también lo demandaba, y no en menor medida el hecho de que algunos de los directores de estos periódicos o eran abogados o tenían abogados entre sus más conspicuos colaboradores.
No son muchos los periódicos o revistas profesionales que hemos podido detectar en esta época como publicados en Sevilla y que de una manera exclusiva trataron temas relacionados con lo jurídico. Tal vez los que consignamos fueron los únicos. Hay que tener en cuenta que todos se fundaron por esta época, desde la mitad del siglo aproximadamente hasta el fin de la centuria.
La Ley, fundada en 1853, La Revista de los Tribunales fundada en 1866, Lo judicial y lo justiciable, fundado en 1894 y El Derecho, fundado en 1898.
El primero y último fueron fundados por abogados. La Ley, debió su fundación al abogado Don Manuel Ventura Camacho y Carbajo, un año después, o, al menos el siguiente a la fundación de la Revista. Se titula la misma Órgano Oficial del Ilustre Colegio de Abogados y de la Academia Sevillana de Legislación y Jurisprudencia. Y nos parece algo pretencioso la formulación, naturalmente en cuanto al Colegio de Abogados se refiere, porque hemos examinado detenidamente los Libros de Actas de las Juntas de Gobierno y los de las Juntas Generales de dicho año 1853 y los anteriores y posteriores en dos o tres años y no hemos encontrado la menor referencia en dichas Actas que siempre suelen ser minuciosas, más en una Corporación como la de los abogados, que escribe con propiedad porque aprecia el valor de lo escrito, y hay que tener en cuenta que la Revista tuvo un efímero período de publicación. Sin embargo hay un dato revelador que confunde y parece desmentir esta nuestra afirmación, y es el hecho de que en ella figura siempre como editor el Ilustre Colegio de Abogados. Sin embargo, no hemos encontrado rastro de nada de ello en los Libros del Colegio, y nos tiene que extrañar además por la escasez de recursos que en todo este período demuestra tener la Corporación a lo largo del examen de sus Actas; continúa en una pobreza extrema y está falto siempre de medios económicos. No parece que se pueda convertir en editor de un periódico o una revista.
Aventuramos -hipótesis sin fundamento documental de ningún género- que la razón pudiera encontrarse en que ésta fue la época de mayor vinculación al Colegio de Juan José Bueno y Leroux, gran poeta, escritor y periodista, que alcanzó el Decanato el 24 de diciembre de 1854, y su gran espíritu de protección a lo literario le indujeran a autorizar, lo que no creemos, sin consentimiento de su Junta de Gobierno, el referido patronazgo.
El Derecho, tuvo como creador a otro ahogado que causó alta en el Colegio de Sevilla -el día 15 de noviembre de 1887 y dejó de pertenecer a sus listas en 1932-, con una larga vida como abogado y como periodista: Antonio Lara y Cansino. Hombre de extraordinaria capacidad intelectual, de reconocidas dotes, fue un personaje importante en la vida de la Abogacía sevillana en esta época tan brillante de la Corporación hispalense coincidiendo con los años finales de la pasada centuria. Su periódico fue de vida efímera: su primer número se publicó en 1o de enero de 1898 y su extinción tuvo lugar el año 1902, apenas nacido el siglo actual.
De los otros dos periódicos reseñados, uno de ellos, La Revista de los Tribunales, fundada por Francisco de P. Rodríguez Lemos, fue el de más larga duración, se publicaba aún en 1935, y de cuyo fundador desconocemos si fuera Abogado. Y el otro, Lo judicial y lo justiciable, no son conocidos ni su fundador ni su editor. El único número que del mismo se conserva en nuestra Hemeroteca Municipal publica en su primera plana una fotografía del insigne literato y abogado de nuestro Colegio Luis Montoto y Rautenstrauch, alta en el Colegio de Sevilla en 11 de febrero de 1874.
No pretende ser exhaustiva esta enumeración sino indicativo simplemente de la labor que los abogados desempeñaron en este periodismo que nacía y la contribución que prestaron con su esfuerzo intelectual y muchas veces económico a la difusión de la cultura en esta faceta poco estudiada de su intervención profesional. Creo que está indudablemente por hacer el estudio de esta contribución de la Abogacía sevillana al periodismo local, y por estudiar aún las recias personalidades de muchos de estos nombres importantísimos en el acervo cultural de la ciudad en la pasada centuria. Inéditas están aún las personalidades señeras de José Martín Solís, Francisco Javier de Lepe y Quesada, Cipriano Caamaño y Ferro, Emilio Jimeno de Ramón, Ricardo Rubio y Montero de Espinosa o Juan José Serrano Carmona, abogados y periodistas, como los de Pedro Rodríguez de la Borbolla, Carlos Cañal y Migolla, Luis del Río, y otros no menos ilustres que dejaron su huella en las sociedades culturales, o el Ateneo o la Universidad como Manuel Laraña y Fernández, Antonio Martín Villa, Manuel de Bedmar y Aranda, José García Guerra, Antonio Mejías Asencio, Cristóbal Vidal y Salcedo, Andrés Ponce de León y Méndez, Amante Laffón y Fernández, Estanislao D’Angelo Muñoz, José María López-Cepero y Muru y Joaquín Palacios Cárdenas, que presidieron la docta casa; o la de aquellos otros escritores, poetas, historiadores o ensayistas, como Francisco Rodríguez Marín, José María Asencio y Toledo, Adolfo Rodríguez Jurado, tres eximios cervantistas, y el último de ellos extraordinario Decano del Colegio de Abogados desde 1.926 a 1.932, Juan José Bueno y Leroux, Decano también en 1.855, apasionado defensor de la independencia y de la libertad de la Abogacía y gran protector de Bécquer en su etapa madrileña, José de Velilla y Rodríguez, Luis Segundo Huidobro, José Velázquez y Sánchez, Secretario de la Corporación y al mismo tiempo en su función de Secretario de nuestro Ayuntamiento, el gran clasificador de los fondos del Archivo municipal, Emilio Llach Costa, autor de la primera historia de nuestro Colegio, en dos tomos, transcribiendo sistemáticamente las Actas de la Corporación hasta 1.928, Ángel María Camacho y Perea, Celestino Fernández Ortiz, continuador en la época última de la vida del Colegio de aquel censo de grandes periodistas del siglo XIX, José Francisco Acedo Castilla, Carlos García Fernández, Juan de Dios Ruiz Copete, excelente crítico literario, Vicente Romero Muñoz, Juan Camúñez Ruiz, José Luis Herrera Muñoz, José Manuel Sánchez del Águila Ballabriga, Fernando de Artacho y Pérez-Blázquez, José Santos Torres, cultivadores del ensayo, la novela, la narrativa, la poesía y éste último autor de la historia de nuestro Colegio de Abogados. Cesáreo Sastre Domingo, escultor y pintor, entregado al mecenazgo artístico.
Sin embargo, no se agotan aquí la aportación de los abogados sevillanos a la Prensa y periodismo local. Hemos de asociar a éste renacimiento cultural los nombres de José María Geofrín, editor y fundador, director más tarde, de un periódico político y literario llamado El Sevillano, aparecido en 1837; Juan José Bueno y Leroux, nuestro ex-Decano, el brillante polemista con el Fiscal de S.M., fundador y editor responsable de un periódico literario denominado El Cisne, fundado en 1838 y director más tarde, en 1843, de El Correo de Sevilla, un diario de noticias y periódico industrial, mercantil y literario, como se subtitulaba y que se fundó a primeros de 1843; José Gutiérrez de la Vega, alta en el Colegio de Sevilla en 16 de Junio de 1814, director del periódico La Giralda, fundado en 1846; Antonio María de Cisneros y Lanuza, editor y director del período político independiente El Porvenir, fundado en 1848; Rodrigo Sanjurjo Izquierdo, alta en 1864, fundador con otros varios de una publicación científico-literaria, que apareció en 1863, denominada Revista Sevillana Científica y Literaria; Federico de Castro y Fernández que será el representante de nuestro Colegio en el Congreso Jurídico Español -Barcelona 1866-, y Antonio Machado y Alvarez, alta en nuestro Colegio en 1871, padre de los dos grandes poetas sevillanos hermanos, fundadores ambos en 1869 de la Revista Mensual de Filosofía, Literatura y Ciencias; La Enciclopedia, fundada asimismo en 1877 por Antonio Machado y Alvarez, y que más tarde, después de 1883 pasó a titularse La Izquierda Liberal; Prudencio Sánchez y Sánchez de Merodio, alta en 1881, director del periódico que se titulaba órgano de los industriales y comerciantes, denominado la Unión Mercantil e Industrial, que se fundó en 1882; Abel Infanzón y García de Miranda, director del periódico político aparecido en 1883 y titulado La Libertad; Benjamín del Vando y Muzquiz, fundador y director del periódico político independiente El Ave-Maria, que apareció en 1885; José María del Rey, excelente escritor y periodista, director a su fundación en 1896 de una Revista semanal ilustrada llamada Miscelánea; Antonio de Lara y Cansino, que fue director, editor y fundador de El Derecho, aparecido como ya dijimos en 1898, y para terminar, un grupo de escritores y excelentes periodistas entre los que estaban Manuel Chaves, Dionisio de las Heras y Manuel Gómez Imaz, con los abogados Luis Montoto Rautenstrauch, José María del Rey, Francisco Rodríguez Marín y José de Velilla, fundadores y editores en 1899 de un semanario independiente, que tuvo también una vida fugaz, desapareció en 1900, nombrado Hojas Sueltas.
En la fundación de todas las Academias sevillanas estuvieron presentes los abogados del Colegio de Sevilla desde Francisco del Cerro y de la Herranz, Director varias veces de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, Bartolomé Romero González, Sebastián Antonio de Cortés, Salvador José de Narbona y Criado, que dejaron su impronta en la Academia Reformadora de los Horacianos o en la Sociedad Económica de Amigos del País, hasta nuestros días en que basta examinar las listas y las Presidencias de esas Corporaciones para observar que siguen en ellas miembros de la Corporación de los abogados sevillanos. La Real Academia Sevillana de Buenas Letras cuenta hoy entres sus miembros a Eduardo Ybarra Hidalgo, Faustino-Gutiérrez Alviz y Armario, ambos han desempeñado la presidencia de la docta Corporación y el segundo ha desempeñado la cátedra de Derecho Procesal de nuestra Universidad durante muchos años, Manuel Francisco Clavero Arévalo, Manuel Olivencia Ruiz, ambos han desempeñado asimismo las cátedras de Derecho Administrativo y Derecho Mercantil en nuestra Universidad, siendo el primero Ministro de las Regiones en el gobierno de la Unión de Centro Democrático y después Ministro de Cultura con ese mismo gobierno, y el segundo Comisario de la Exposición Universal de Sevilla en 1.992, José Francisco Acedo Castilla, recientemente fallecido, Carlos García Fernández y Juan de Dios Ruiz Copete. Todos ellos abogados de nuestro Colegio.
A mediados del S. XIX se creó en el Colegio de Abogados la Academia de Legislación y Jurisprudencia, de la que no hay más noticia que, en Junta de Gobierno de 9 de Enero de 1853, el Abogado Agustín María de la Cuadra propuso a la Junta que se celebraran los actos corporativos de la Academia en las dependencias que le eran propias. De la Cuadra, había causado alta en el Colegio de Abogados de Sevilla en el año 1846, y fue uno de los quince socios, cuatro eran abogados, que pertenecieron a la Sociedad Económica de Sevilla en el difícil período que siguió al derrocamiento de la Reina Isabel II.
No hemos detectado ningún otro dato ni acontecimiento posterior sobre la existencia de la Academia sino éste y el que Ruiz Lago en su obra Política y Desarrollo cita, al dar cuenta entre los organismos culturales del período isabelino, a la Academia de Legislación y Jurisprudencia, con la siguiente composición: Presidente, Narciso Joaquín Suárez. Vicepresidente, Pedro González Gutiérrez. Secretario, José Castelló. Censor, Francisco Pagés del Corro.
La Academia, que pudiéramos llamar nonata, no dio señales de vida hasta el decanato de Francisco Capote Mancera (1975-1979), en cuyo período se intentó su nueva andadura, lo que no se consiguió por dificultades surgidas con el Colegio de Granada y la Academia de Legislación y Jurisprudencia de aquella ciudad.
La actual Real Academia Sevillana de Legislación y Jurisprudencia fue creada por Decreto 681/1990, de 27 de Febrero, de la Junta de Andalucía, a petición del Colegio de Abogados, el Colegio Notarial, la Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía, y la Facultad de Derecho, habiendo formado parte de la Junta Gestora el Decano de nuestro Colegio José Ángel García Fernández.
En la actualidad a la citada Academia pertenecen los siguientes señores, todos ellos abogados de nuestro Colegio: Francisco María Baena Bocanegra, secretario de la Academia desde su creación, Bernardo José Botello Gómez, Manuel Olivencia Ruiz y Manuel Francisco Clavero Arévalo, y han pertenecido a ella asimismo José Ramón Cisneros Palacios, Juan Moya García y José Francisco Acedo Castilla, todos ellos recientemente fallecidos, abogados todos, aquellos y estos de reconocido prestigio profesional. Aún quedan algunos miembros por elegir, y es de esperar que dicha Institución elija otros miembros adscritos al Colegio de Abogados de nuestra ciudad, por ahora no cuantitativamente representado, según su censo, en tan ilustre Corporación académica.
En nuestro Ateneo de su medio centenar largo de Presidentes más de las mitad de ellos fueron abogados distinguidos del Colegio de Sevilla, y en él los nombres de Francisco Pagés y Belloc, José Bores y Lledó, Emilio Llach Costa, Ángel María Camacho y Perea, José Monge y Bernal, Francisco del Castillo y Baquero, Ángel Camacho y Baños, Hermenegildo Gutiérrez de Rueda, Antonio Marra-López y Argamasilla, Ramón Espejo y Pérez de la Concha llenaron con el prestigio de su aureola de juristas y literatos una página importante de la cultura, hasta el actual presidente de esta docta institución, Enrique Barrero González, abogado asimismo de nuestro Colegio. Igualmente el Ateneo Popular de nuestra ciudad está hoy presidido por otro abogado sevillano, Pedro Ruiz- Berdejo y Gutiérrez. Cuando nos referimos al Ateneo no podemos también dejar de referirnos a una institución creada por esta entidad, de reconocida raigambre en la Ciudad, la Cabalgata de los Reyes Magos, en cuya representación de la realeza han figurado cualificados profesionales de la Abogacía sevillana desde su creación: Adolfo Lama Collado (1924), Hermenegildo Gutiérrez de Rueda (1926), José Monge y Bernal (1927), Miguel García y Bravo-Ferrer (1928), Antonio Ruiz Teruel (1929), Salvador Diánez Leal (1932), Faustino Garrido Blanco (1934), Carlos García Fernández (1936), José María del Rey Caballero (1933), Manuel Cruz Herrera (1952), Celestino Fernández Ortiz (1953), Ramón Sánchez-Pizjuán y Muñoz (1956), José Francisco Acedo Castilla (1971), Manuel Clavero Arévalo (1977), Manuel Olivencia Ruiz y Ramón Espejo y Pérez de la Concha (1979), Juan Manuel Mauduit Caller (1980), Enrique Barrero González, Manuel del Valle Arévalo y Juan Salas Tornero (1981), Luis Uruñuela Fernández (1982), Gerardo Martínez Retamero (1985), José Rodríguez de la Borbolla Camoyán (1987), Alejandro Rojas-Marcos y de la Viesca (1988), Javier Arenas Bocanegra (1994), Francisco María Baena Bocanegra (1995), José Joaquín Gallardo Rodríguez, nuestro actual Decano (1998) y Nicolás Valero Montes (2000).
En la Alcaldía una lista de nombres gloriosos de la Abogacía sevillana pasó por su historia desde Manuel Cortina y Arenzana, Joaquín Campos Palacios, Joaquín Molero Palacios, José Morales Gutiérrez que la desempeñó dos veces, y algunos de los cuales hermanaron el Colegio con aquella función política. En los tiempos actuales en que la constante sigue pasados ya dos siglos y medio, con tres de los últimos alcaldes, abogados todos del Colegio sevillano: Luis Uruñuela Fernández, Manuel del Valle y Arévalo y Alejandro Rojas-Marcos y de la Viesca. Y ocupándonos del Ayuntamiento decir que el importante cargo de Jefe de Protocolo de nuestra Corporación Municipal lo ha desempeñado desde 1.984 hasta su jubilación reciente, en marzo de este año, nuestro ilustre compañero, excelente escritor y conferenciante Mauricio Domínguez y Domínguez-Adame, de conocida familia de profesionales de la medicina sevillana, que desempeñó con anterioridad, desde 1.971, al ganar la plaza por oposición, el mismo cargo en la Diputación Provincial de Sevilla.
En el orden social dos nombres de ilustres abogados sevillanos para llenar toda una época de la historia de Sevilla. Un filántropo Secretario del Colegio de Abogados durante casi dos décadas, Amante Laffón y Fernández, padre del inolvidable médico y pediatra Manuel Laffón y Soto, recientemente fallecido, y el insigne patricio, gloria del Foro andaluz y sevillano Manuel Rojas Marcos, abuelo de los colegiados Alejandro Rojas-Marcos de la Viesca y Manuel Barón Rojas-Marcos, el primero de ellos Alcalde de Sevilla en el periodo de Gobierno socialista y presidente del Partido Andalucista.
Y en lo literario mención expresa merece el genio del inmortal polígrafo Francisco Rodríguez Marín, el famoso Bachiller de Osuna, cervantista insigne; permaneció alta en el Colegio de Abogados de Sevilla durante veintidós años (1882-1904) hasta que una enfermedad de garganta le privó de la voz y se vio obligado a abandonar el ejercicio de la profesión. Escritor fecundísimo y andaluz cabal, autor de precisos e interesantes libros, sus comentarios al Quijote y Las Novelas Ejemplares junto a sus Estudios Cervantinos le convirtieron en el más significado cervantista de todos los tiempos. Todos sus libros salpicados de su gracia andaluza, esmaltados de su profundo saber en muchos de ellos recordó múltiples anécdotas del ejercicio profesional: Burla Burlando, Chilindrinas, Cincuenta Cuentos Anecdóticos, Quisicosillas, Miscelánea, Historias Vulgares, Fruslerías Anecdóticas, sus Ensayos sobre Pedro de Espinosa, el médico Monardes, El Loaysa de el Celoso Extremeño, Barahona de Soto; y tantos otros; sus estudios sobre el casticismo y el Refranero y sus preciosos y únicos Cantos Populares Españoles, y mucho más y aún su contribución al folklore de nuestra Andalucía que no merecen el injusto olvido en que ha caído tan ilustre sevillano. Permítaseme, por ello, recordarle con las palabras del sagrado libro del Eclesiástico: «Non recedet memoria ejus, et nomen requiretur a generatione in generationem». Y el patriarca de las letras sevillanas, Luis Montoto y Rautenstrauch, alta desde 1874 y Diputado 3o de la Junta de Gobierno en la legislatura de 1892-1893.
En la política los nombres de ilustre representantes y abogados como Carlos Cañal y Migolla o Manuel Blasco y Garzón, para citar dos antítesis políticas. Los nombres también de Manuel de Bedmar y Aranda, Manuel del Amor Laraña y Fernández, Ricardo de Checa y Sánchez, que desempeñaron indistintamente el Decanato del Colegio de Abogados y el Rectorado de la Universidad Hispalense. Igualmente en la época actual, tras la transición democrática, accedió a la presidencia del Gobierno, en la primera etapa de gobierno socialista, Felipe González Márquez, desempeñó la Comisaría de la Exposición Universal de 1.992, en el citado gobierno socialista, Manuel Olivencia Ruiz, Francisco Sanabria Escudero, Juan Moya Sanabria, miembros ambos en el Congreso de los Diputados y en el Senado en los Gobiernos de Unión de Centro Democrático y en el Gobierno del presidente Aznar, Javier Arenas Bocanegra, joven político, hijo de Eduardo Arenas Ramírez, colegiado también, que ha sido con el Partido Popular, ministro de Trabajo y después Secretario General, y en la actualidad es el Presidente de dicha formación política en Andalucía.
En las Sociedades deportivas bastaría citar el nombre de un gran deportista, de memoria imperecedera en la ciudad, Ramón Sánchez-Pizjuán y Muñoz, unido al de Antonio Moreno Sevillano, los dos excelentes abogados y presidentes que fueron de los dos clubs representativos en el balompié sevillano, éste último en la época del ascenso del Betis a la Primera División del fútbol nacional el año 1935 y el primero dio nombre al estadio que aún hoy lleva su nombre. No agotan la enumeración, porque los nombres de Arturo Otero Castelló, José Ramón Cisneros Palacios, Eugenio Montes Cabeza y José María del Nido Benavente, presidentes de la entidad sevillista, el último lo es en la actualidad, Juan Manuel Mauduit Caller y Gerardo Martínez Retamero, que lo fueron de la verdiblanca, se unen a los de José Francisco Acedo Castilla y José Francisco Acedo Trujillo, padre e hijo, el primero recientemente fallecido, que ocupó la presidencia de la Federación Andaluza de Fútbol, y su hijo ocupa en la actualidad la presidencia de la Federación Hípica andaluza.
Cuando cada año resuena la voz del pregonero de nuestra Semana Mayor otro año más que pasa y su eco martillea en la frescura recoleta de las plazas de Sevilla repitiendo en las campanas de sus iglesias a todos los rincones de la ciudad el nombre de muchos de ellos que siguen pregonando además de las dulzuras de sus Vírgenes y la majestad de sus Cristos, desde hace ya casi medio siglo, la irreversible vinculación que el Colegio de Abogados de Sevilla tiene con las Cofradías y Hermandades de penitencia de la Ciudad. Muchos de ellos fueron, otros lo son, abogados del Colegio de Sevilla, y no los últimos que pregonarán las glorias de sus Cofradías.
Las Cofradías arraigaron desde su más remoto origen gremial en el meollo de la vida social sevillana. Los gremios fueron la esencia y formaron parte íntima de las hermandades de penitencia. Los medidores de la Alhóndiga estuvieron vinculados al Cristo del Amor; los pescadores al Descendimiento; los estudiantes al Cristo de Burgos; al Valle y la Coronación el gremio de la cera; los mercaderes de lienzos a Montserrat, y en la Virgen de la Estrella formaron siempre los alfareros de Triana.
La Justicia sevillana no se mantuvo alejada, de sus Hermandades y Cofradías. Los antiguos Jurados y Veinticuatros de la Ciudad militaron en las filas del Santísimo Cristo de San Agustín y Nuestra Señora de la Hiniesta, patrona de la Ciudad, los magistrados de nuestra Audiencia, los abogados y el resto de la curia importante perteneció al Cristo de Pasión. Los escribanos y alguaciles consta que por los años de 1685 se encontraban inscritos en la Cofradía del Descendimiento, a la que no podían pertenecer los llamados ministriles, servidores de aquellos, que constituían la escala menor de la justicia. Sánchez Dubé nos ha dicho recientemente en su Origen y Evolución de las Cofradías, que «los alguaciles, escribanos, abogados, eligieron por Patrona a Nuestra Señora de la Piedad, Santo Ángel de la Guarda y al Espíritu Santo, advocaciones bien justificadas y que siguen vinculadas de alguna manera a la administración de justicia y custodia de la Ciudad.»
El Colegio de Abogados de Sevilla, que nació bajo este signo gremial, no puede extrañamos que desde su fundación estuviera impregnado de una profunda religiosidad. El abogado con la innovación que produce la unidad jurisdiccional en el período histórico de la recopilación de las leyes escritas consigue a su vez su realización como clase social y es la época en que la Abogacía afronta la nueva etapa y se constituye paralelamente al nacimiento y despertar de la agremiación en Cofradía, Hermandad y Colegio que darán a la clase la gran importancia que va a tener en el nacimiento de la sociedad moderna.
Nacieron, pues, los Colegios con la impronta de la agremiación y no perdieron este carácter pío y religioso procedente de los gremios en ningún momento de su historia. La Hermandad, la Cofradía y la Congregación fueron las palabras que se antepusieron siempre a la designación de los Colegios de Abogados en su origen y fundación, y este espíritu religioso y fraternal fue recogido en los primeros Estatutos de Gobierno que fueron dados a aquellas nacientes instituciones. El Real e Ilustre Colegio de Abogados de Zaragoza, cuyo origen se remonta a 1578, se llamó Cofradía de Letrados del Señor San Ivo (nombre del Santo patrono de la Abogacía). El Real e Ilustre Colegio de Abogados de Valladolid se fundó en 1592 y llevó por título Hermandad y Cofradía de los Abogados atenida al patronazgo de los Santos Reyes. Al Colegio de Sevilla le fueron dados sus Estatutos como filial del Colegio de Madrid en 1732, también con la denominación de Congregación y Colegio de Abogados de Sevilla.
La religiosidad del Colegio se manifestó desde los primeros momentos de la fundación. Los primeros preceptos de sus Estatutos designan patrona a la Inmaculada Concepción. El Colegio mientras no tuvo casa propia fue durante más de un siglo por Capillas, Hermandades, Iglesias o Conventos. Cuatro de sus más notables Decanos de los primeros tiempos fueron sacerdotes: Domingo Vicente Suárez (1736-1737; 1742-1746), Francisco Gonzálvez Príncipe (1737-1738), Juan Serrano Guisado (1759-1761) y Francisco Javier Outton (1790-1891).
El Colegio de Abogados perteneció junto a los Magistrados de nuestra Audiencia a la Cofradía de Nuestra Padre Jesús de la Pasión desde los tiempos en que la Hermandad tuvo su sede en el Convento Casa Grande de la Orden de la Merced, actual Museo de Pinturas. Y a lo largo de la vida de esta Hermandad los abogados seguirán perteneciendo a ella y un gran número de fervorosos cofrades a lo largo de casi tres siglos serán abogados notables del Colegio sevillano. A comienzos del siglo XIX allá por el año 1819, era Hermano Mayor de Pasión un fervoroso cofrade, el Licenciado Alonso Salvador de Angulo, que ya en 1806 había sido Decano del Colegio, y que en ese de 1819 construirá a sus expensas un gran altar para las imágenes titulares de la Hermandad que fue colocado en el crucero al lado de la Epístola.
Sería numerosa la relación de ilustres abogados del Colegio sevillano que pertenecieron a la Hermandad y que siguen perteneciendo en el momento actual, y a otras muchas Hermandades y Cofradías. La vinculación de los abogados a estas necesitaría un largo capítulo que aquí no podemos afrontar. El propio autor de la historia de nuestras Cofradías José Bermejo y Carballo era abogado del Colegio de Sevilla y en el precioso libro que dedica a historiarlas, titulado Glorias religiosas de Sevilla, por debajo de su nombre como autor colocó «Abogado de los Tribunales de la Nación y del Ilustre Colegio de esta misma Ciudad» Los nombres, por otra parte, de Antonio Giménez de Aragón, Antonio Filpo y Rojas, Hermenegildo Gutiérrez de Rueda, Miguel García y Bravo Ferrer, entre otros muchos, nos recuerdan sus devociones a La Amargura, San Bernardo, Pasión y el Valle. La nutrida lista de los pregoneros de nuestra Semana Mayor estuvo siempre representada por excelentes abogados del Colegio de Sevilla desde sus comienzos en 1948 con Miguel García y Bravo-Ferrer, que fue mucho tiempo Secretario del Colegio de Abogados, siguiendo con los nombres de dos de sus más prestigiosos Decanos, Antonio Filpo Rojas y Manuel Gordillo García, pregoneros de los siguientes años 1949 y 1950. Los nombres de José María del Rey Caballero, Celestino Fernández Ortiz, José Luis Campuzano Zamalloa, Francisco Sánchez-Apellániz Valderrama, Juan Moya García, José Ignacio Artillo González, Juan Delgado Alba, Ramón Martín Cartaya, Rafael Duque del Castillo, José Luis Gómez de la Torre, Manuel Toro Martínez, Miguel Muruve Pérez, José Joaquín Gómez González, Juan Moya Sanabria,Vicente Luis García Cabiedes y Eduardo del Rey Tirado dejaron en la historia de nuestra Semana Santa su devoción a sus imágenes titulares y enaltecieron a la prestigiosa clase a la que pertenecieron y los más de ellos aún pertenecen, continuando la tradición de religiosidad que desde sus comienzos distinguió a la Corporación de los abogados sevillanos.
Y el último de todos ellos, el más humilde hermano del silencio y del afecto, aquel que tuvo alma de niño y corazón de apóstol, el más gigante cofrade de nuestras Hermandades de todos los tiempos, fue el más modesto de los abogados de nuestro Colegio sevillano. Pasó por este mundo haciendo el bien, practicó la caridad comprometiendo su fortuna, llevado del dictado evangélico de dejar todo por seguir al Maestro, caridad que él había aprendido fielmente de un Hermano Mayor que tuvo que se llamó Miguel Mañara. Tomás de Aquino García y García será siempre un puente tendido al infinito entre el Colegio de Abogados de Sevilla y sus Cofradías. Y aún más reciente la última pérdida de otro ilustre cofrade, abogado también, de alma infantil y corazón noble y generoso, Juan Delgado Alba, revelador en sus escritos de los misterios recoletos e insondables de nuestra sin par Semana Santa. Quien tanto amó al Cristo del Silencio estará ocupando hoy con Tomás de Aquino un lugar preferente entre los justos, guardianes de ese puente infinito permanentemente tendido entre nuestro Colegio y las Cofradías de Sevilla.
Y una serie, en fin, interminable, de nombres, de glorias del Foro sevillano que hicieron, vivieron y modelaron la cultura, la sociedad, la prensa, los cenáculos, las academias, las tertulias, las hermandades, las cofradías y las sociedades deportivas, de forma que pudiera decirse sin caer en hipérbole que historiar la vida del Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla es contar la vida misma de la ciudad en los casi tres siglos de existencia de su Colegio de Abogados.
Desde 1706, fecha fundacional, hasta ahora, la Ciudad no había reconocido lo que el Colegio de Abogados de Sevilla ha hecho por la cultura sevillana, como ya habían reconocido otras ciudades españolas y andaluzas con las Corporaciones de sus abogados. Aquí sólo hemos esbozado muy sucinta y superficialmente los jalones de esta inmensa aportación con que nuestro Colegio enriqueció la cultura sevillana, que bien merecía el reconocimiento de la Ciudad ahora efectuado. Un ilustre sevillano, eximio Decano del Colegio de Sevilla en el período 1952 -1955, excelente abogado, Antonio Filpo y Rojas, alcanzó con su influencia, su prestigio y su probada sevillanía, el título de Mariana para nuestro Ciudad, en la Alcaldía del Duque de Alcalá, que fue concedido a Sevilla por Decreto de 6 de diciembre de 1946, con motivo del patronazgo de la Virgen de los Reyes sobre la Ciudad y su archidiócesis. La letanía con que continuamente se invoca a la Virgen como advocata nostra llevó al Colegio en su fundación a colocarse bajo su patrocinio con la invocación de Inmaculada. Debía por ello Sevilla responder al menos, después de casi tres siglos, reconociendo los méritos de una Corporación que tanto contribuyó con el esfuerzo, el trabajo, la dedicación y el buen hacer de sus colegiados al incremento del patrimonio cultural de la Ciudad. Nos alegramos de que ahora así haya sido. Una ciudad como la nuestra, tan plena de cultura, de tan fina sensibilidad, dotada de tan poderosas dotes de intuición y sentido de la gracia y la medida, reconoce tan meritorias razones y con ese reconocimiento rinde merecido homenaje de gratitud tanto a la Corporación como a tantos ilustres hijos de Sevilla que a ella pertenecieron y pertenecen.