El camino al trabajo
Todas las mañanas salgo de mi casa sobre las siete y media. Aunque a esa hora es casi de noche, el quiosquero de Santa Marina ya tiene abierto. Montado en la bicicleta paso por la calle Divina Pastora, Gonzalez Cuadrado y Peris Mencheta. Atravieso la plaza de la Alameda, todavía están las farolas encendidas y no es extraño encontrar a algún ciudadano que continúa de parranda sin haber encontrado el momento oportuno para acostarse. Sigo por Calatrava, puente de la Barqueta y la Cartuja.
En el semáforo de la Calle Torneo, junto al puente de la Barqueta, siempre me encuentro con un negrito que vende pañuelos de papel. Un día de enero le compré un paquete de pañuelos. Desde entonces me saluda con la misma alegría con la que yo quisiera que me recibieran en mi casa. Me contó que se llama Cody, es de Nigeria, de la ciudad de Edo, y vive en Sevilla desde hace más de tres años. Comparte piso por la Macarena con cinco nigerianos más. Cody lleva puesto habitualmente una gorra roja, zapatillas de deporte y un chaleco sin mangas amarillo reflectante, con publicidad de “Salón de celebraciones Artemio”.
Uno de estos días pasé por el semáforo vestido con traje azul marino, camisa blanca, corbata negra y un maletín. Después de saludarme ceremoniosamente, Cody me miró de arriba abajo: ¿Tú importante? – Yo qué va, yo soy un músico, tengo por encima mía a un montón de directores de orquesta. -¿Tú arreglar papeles de residencia?
El pasado lunes, aprovechando que había reunión de jefes y podía escaquearme un poco, se me ocurrió invitarlo a un café en el bar de la calle Resolana, esquina con Bécquer. Cody habla español con cierta dificultad, me pregunta si prefiero que hablemos en inglés. Nigeria ha sido colonia inglesa desde 1901 hasta 1960, el inglés es idioma oficial en muchos de sus estados.
Cody salió en autobús desde Nigeria hasta Agadez, (Niger). Allí pasó una semana y siguió hasta Marruecos cruzando por Tamamrasset (Argelia). Cuando llegó a Rabat, tuvo que quedarse cerca de dos años, necesitaba dinero para pagar el viaje a España. Vivía en la medina junto al mercado de abastos, hacía todo tipo de trabajos. Si le pregunto cómo entró en España, me contesta que en barco con la ayuda de Dios. Si le pregunto si lo hizo de manera ilegal, me responde con una sonrisa. “Tú muchas preguntas, ¿tú periodista?”. Desde que Nigeria alcanzó la independencia, ha padecido dictaduras militares, golpes de estado, hambrunas y guerras civiles. Miles de personas dejan el país cada año, teniendo como destino principal la Unión Europea, sobre todo el Reino Unido, y Estados Unidos. Tiene una tasa de natalidad muy alta y casi toda la población vive en aldeas rurales.
Me cuenta Cody que pertenece a la etnia Yoruba. Me escribe en una servilleta que Orisha significa Dios, Oni es hijo, Shangó y Yenaza significan papá y mamá. Cody tiene en Nigeria a su esposa y tres hijos -dos niñas y un niño-, hace más de cinco años que no se ven. Se acuerda de las sopas picantes y aromáticas con fuerte sabor a pimiento, guindilla y chile. No sé si será cristiano o musulmán. Me dice que su padre sabe predecir el tiempo y no falla nunca. Su ilusión es conseguir un permiso de residencia y trabajo.
Me cuenta Cody que cada quince días va al locutorio que hay en la calle Doctor Fedriani, cerca ya del cementerio de San Jerónimo. En la puerta hay carteles que anuncian el precio por segundo de la llamada a Nigeria, Senegal, Marruecos y Ecuador. En el locutorio a veces se entrecruzan las conversaciones y los gritos, se cortan las llamadas en el momento inoportuno, no puedes demorarte mucho porque se forman colas esperando.
Los titulares de los medios de comunicación ya no llaman nuestra atención, sólo provocan hastío: mafias que trafican con seres humanos, hacinamiento en los centros de detención, Europa endurece sus políticas migratorias, el problema de la frontera se traslada a Marruecos, nuevas muertes en el mediterráneo, Estrasburgo se pronunciará sobre las devoluciones en caliente… La mayoría pasa la página del periódico con indiferencia, cambia de canal o de dial buscando las noticias deportivas.
Cuando llegué ese lunes a la oficina, mi compañera Rocío Zurita, alarmada por mi retraso, me preguntó que dónde había estado, “Alberto Mula lleva un buen rato preguntando por ti”.