Diez años sin Ángel Olavarría
Hace diez años que perdimos a ese ilustre jurista y excepcional persona que fue D. Ángel Olavarría Téllez. Todavía hoy se palpa la nostalgia que llena al foro hispalense por la ausencia de este maestro del Derecho en quien concurrieron méritos de público conocimiento en todos los ámbitos de esta Ciudad que pueden ser glosados por voces con más justo título que la mía. Yo, simplemente, quisiera dejar un recuerdo público a título de gratitud de lo que muchos profesionales del Derecho le debemos por su desmedido afán de ayudar al elemento joven de la Abogacía en el que yo estuve cronológicamente integrado en los años ochenta, periodo en el que tuve la suerte de anudar una entrañable amistad con tan señera figura.
A finales de los ochenta, siendo Guillermo Jiménez -ex rector de la Universidad de Sevilla, y posteriormente vicepresidente del Tribunal Constitucional- director del Departamento de Derecho Mercantil de la Hispalense y siendo el notario Victorio Magariños director de la Academia Sevillana del Notariado, se trasladaron algunas sesiones de docencia de aquel Departamento universitario a la sede del otrora Colegio Notarial de Sevilla al objeto de facilitar la asistencia a los mismos, en horarios más vespertinos y flexibles que los permitidos en la Facultad de Derecho, a muchos profesionales ajenos a la Universidad que estaban interesados en conocer las novedosas materias de adaptación de nuestro Derecho societario a las directivas europeas. Pues bien, en ese ámbito la aportación del asiduo asistente Ángel Olavarría a los enjundiosos debates en los que acababan las lecciones magistrales fueron de una altura y de un alcance formativo tal que permanecen indelebles en la memoria de todos los que tuvimos la espléndida oportunidad de disfrutar sus intervenciones, que fueron afortunadamente muchísimas y venían presididas por su particular estilo de caballerosidad, sencillez y respeto a sus interlocutores, aunque estuviésemos a mucha distancia de su nivel de conocimientos.
Era proverbial ver a Ángel Olavarría analizando las novedades legislativas y estudiando en seminario de Derecho como un joven universitario cuando ya se encontraba jubilado como notario, aunque continuara trabajando como abogado en un efervescente ejercicio de la profesión mientras sus ojos se lo permitieron casi hasta su fallecimiento en 18 de enero de 2008, cuando ya contaba 92 años de edad.
Los juristas que bajo la mano diestra de ese gran abogado del Estado que es Manuel Navarro tuvimos la dicha y el honor de trabajar en la asesoría jurídica de la Exposición Universal de 1992, encontramos en Ángel Olavarría una ayuda formidable que, como no podía ser de otra manera, también redundó en nuestra formación, pues Ángel colaboró en muchas cuestiones de capital importancia desde los trabajos preparatorios de la Exposición hasta la posterior reutilización de sus activos en Cartuja 93 y aún resuenan en los suelos de la Isla de la Cartuja los ecos de su trabajo y de su saber.
Andando los años, mi amistad con D. Ángel se fortaleció y cada vez que necesité un consejo suyo en asuntos delicados que se me presentaron muchas veces en los puestos o cargos por los que he ido desempeñando mi carrera profesional, y más concretamente en mi larga etapa al frente de la asesoría jurídica de Cartuja 93, siempre, siempre, siempre que le consulté, me aportó alguna idea, algún punto de vista nuevo, alguna sugerencia de matiz, algo, lo que fuera, que contribuyó a dar solución satisfactoria a espinosos problemas jurídicos.
Qué gran acierto que ostentara el cargo de primer presidente de la Academia Sevillana de Legislación y Jurisprudencia, pues Ángel Olavarría hizo durante toda su vida precisamente eso: Academia. Y es por ello, porque a Ángel le gustaría que por las mismas razones de entrega a la formación de los entonces nóveles profesionales del Derecho, por lo que también queremos dejar otro recuerdo agradecido haciendo una alusión a aquellos grandes profesores y profesionales coetáneos suyos que, bajo el amparo del Departamento de Derecho Mercantil de la Hispalense y de la Academia Sevillana del Notariado, tanta labor hicieron desinteresadamente para elevar el nivel de la formación jurídica en nuestra Ciudad en unos momentos en los que esa necesidad era especialmente acuciante para los postgraduados. En ese contexto no nos resistimos a citar expresamente al inolvidable Joaquín Lanzas, insigne maestro prematuramente desaparecido en 1995, que fue registrador mercantil de Sevilla y profesor asociado de Derecho Mercantil en la Hispalense, persona queridísima por cuantos destinos pasó y que dejó entre nosotros una huella imborrable por su inmensa talla humana y profesional. Qué gran hueco cubrieron estos preclaros varones en Sevilla con su impagable ejemplo de generosidad obrando como lo que eran: grandes señores de la Ley que promovieron el cultivo del Derecho entre egresados de la Universidad que, de otra manera, no hubieran podido acceder a tan importante formación en aquellos años y que supieron crear a tal fin un ambiente propicio para la profundización y actualización de la formación jurídica de los profesionales del Derecho de nuestra Ciudad en aquel viejo caserón del Colegio Notarial en la calle San Miguel.
En Ángel se cumplía palmariamente aquello de “la humildad del sabio” y era el paradigma de la bonhomía. Pienso que no podía ser de otra manera, pues con tan portentosa inteligencia y con tan profunda convicción cristiana, no podía menos que manifestarse externamente dándole a su prójimo lo mejor y lo más noble de él mismo. No exagero si digo que siempre se desvivió con todo el que se le acercó impetrando su ayuda profesional, de ahí que ganara tantos amigos que seguimos añorando su pérdida diez años después de su fallecimiento y conservamos vivo el recuerdo de su vida austera y generosa y de sus enseñanzas.
Yo creo que pudiera compendiarse su vida profesional afirmando que D. Ángel se ganó en el ejercicio de su carrera la fama necesaria para alcanzar en esta vida el escabel del respeto a su opinión, pero también, y sobre todo, D. Ángel se ganó esa otra fama que en la vida eterna acompaña para siempre a los juristas que han rendido homenaje al Derecho entendiéndolo como un instrumento de la Justicia, pues no en vano en las cuestiones filosófico-jurídicas de su época militó sin desmayo en el iusnaturalismo católico y siempre defendió, sin jactancia pero con la firmeza de su vida ejemplar, los principios del humanismo cristiano, verdadero denominador común de todas sus actuaciones profesionales.
Me viene a la memoria para finalizar este recuerdo algo que voy a tomar prestado y que sirvió de colofón en la tierra de tan fecunda existencia. Y es que al finalizar su funeral en la Iglesia de San Jorge del Hospital de La Caridad, donde reposan sus restos esperando la resurrección, el Cardenal de Sevilla, Fray Carlos, pidió a Ángel que le permitiera en aquel momento atribuirse su papel como fedatario y, con mucho sentimiento, despidió a su amigo solemnemente diciendo: “Ángel, yo doy fe de que tú has sido un buen cristiano”.
Francisco J. Oyonarte Molina
Fantástico el recuadro se nota que eres Molina