De testigos va la cosa
En el mundo del foro, por la variopinta condición…
En el mundo del foro, por la variopinta condición de la gente que pulula en su derredor, hay siempre un portillo abierto al episodio jocoso. Cualquier profesional que haya tenido la curiosidad de archivarlos en su memoria, dispondrá de un amplio catálogo de ellos; dicho se está, pues, que no soy el único contador de dichos y hechos chuscos acaecidos en torno a los Tribunales, aunque haya especial gusto en coleccionarlos y divulgarlos, para lo que me brindan generoso asilo las páginas de esta Revista.
Jueces, fiscales, secretarios, abogados y funcionarios guardarán memoria de infinidad de reacciones sorprendentes de los justiciables en el temido trance de hacer acto de presencia en el templo de Thermis. Especialmente pródigos en el suministro de material hilarante son los testigos. De ellos, tengo bastantes casos relatados en letra impresa. Anotaré hoy algunos más.
Como, verbigracia, el de aquel vejete citado para ofrecer testimonio en un juicio de faltas que versaba sobre la lid mantenida a mamporros entre dos aguerridos ciudadanos. Entró el hombre en la Sala ligeramente sobrecogido ante aquella severa escenografía. Situado en estrados, entre denunciante y denunciado, sentados en sendos bancos, el juez lo sometió al interrogatorio que componen las “generales de la Ley”.
– ¿Tiene usted interés por alguna de las partes de este juicio? – preguntó Su Señoría.
El testigo, señalando al acusado, respondió tranquilamente:
– Yo… aquí, por el doliente…
Otro episodio que no ha cubierto el polvo del olvido…
Otro episodio que no ha cubierto el polvo del olvido, lo que me permite airearlo, es el de aquel sujeto que presenció un accidente de tráfico y que fue llamado a brindar su versión de los hechos. Entró en la Sala visiblemente nervioso, lamentando para sus adentros haber estado en aquel lugar aquel día y a aquella hora.
– Diga su nombre –indicó el juez.
– Fulano de tal.
– ¿Qué edad tiene?
– Treinta y dos años.
– ¿Profesión?
– Repartidor de butano.
– ¿Estado de usted?
– Bien, gracias… Bueno.. una mijilla resfriao…
Era una señora entrada en años y llamativamente obesa que, para aliviarse del calor que agobia en el mes de julio, llevaba un vestido sin mangas que dejaba al descubierto unos hombros semejantes en tamaño y forma al trasero de un señor delgadito. Una mañana, cuando regresaba de la compra en el mercado de abastos de Triana, presenció cómo dos coches coincidían en el mismo punto espacial, lo que, por mor de la impenetrabilidad de la materia, provocó serios daños en ambos vehículos. La señora fue convocada a juicio para aportar con su testimonio un elemento de juicio veraz y objetivo.
El fiscal entendió conveniente asegurarse de la fidelidad de aquel testimonio, por lo que comenzó por tratar de establecer alguna precisión cronológica.
– Diga usted, señora ¿cuando ocurrió este accidente?
La testiga gorda cerró los ojos y elevó la cabeza, como si invocase la ayuda celestial o consultase la agenda de su memoria. Al cabo, respondió con seguridad:
– Fue en marzo.
– Ciertamente, fue en marzo – confirmó el fiscal, que a seguidas volvió a preguntar.
– ¿Y qué día de marzo fue?
– El día fijo no lo recuerdo –confesó la oronda testigo.
– Pero ¿recuerda usted si fue a principios, a mediados o a finales de mes?
– Por ahí, por ahí… – precisó, con seguridad.
Ocurrió en el extinto Juzgado de Distrito número quince de Sevilla…
Ocurrió en el extinto Juzgado de Distrito número quince de Sevilla. Se iba a celebrar un juicio de faltas por razón de una reyerta entre dos mujeres, que mutuamente se habían agredido.
Una de las justiciables acudía al juicio asistida de letrado. Éste cambiaba impresiones con su cliente a la puerta misma de la Sala de Vistas, ante la mirada torva de la parte contraria. A la sazón, los abogados no vestían la toga para asistir a este tipo de juicios.
Llegado que fue su turno, y convocados por el agente judicial, los interesados entraron en la Sala. Entre ellos, el letrado. Pero la contrincante de su defendida, al verlo formar parte del cortejo, gritó desaforadamente, con furia en los ojos y ademanes, señalándolo:
– ¡Señor Juez! ¡Ese testigo es falso! ¡Ese hombre no estaba allí…!