Crisis
Estamos en crisis, la temida palabra griega, que significa incertidumbre. Nadie quiere la crisis, sobre todo la económica, que hace más pobres a quienes pensaban que ya no podían perder más.
Tendríamos que perderle el miedo a la palabra, pensando que la vida individual y la vida de los pueblos que son algo, es una perpetua crisis de crecimiento, que empeora con la crisis de conocimiento, sobre todo, cuando es voluntaria, e incluso con la crisis estructural. Pero no nos perdamos en complicaciones.
Cualquier historiador de la Economía sabe que la crisis de 1.898 fue la de mayor envergadura (pérdida de colonias, desastres exteriores, pesimismo y falta de pulso –Silvela-). Se salió de ella al cabo de mucho tiempo con una política de “escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid” –Joaquín Costa- de largo ciclo y duración.
La crisis de los años 1930, fue importada, haciendo presa en un país especialmente agrario, donde no llegaron los impulsos regeneracionistas –Las Hurdes, Casas Viejas-. Fue una crisis larga, porque no hubo medidas de choque. La Guerra Civil (1936-39) con su secuela de muertes destrucciones, constituye el peor capítulo del siglo. Fueron los años de la Autarquía imposible, de la condena internacional del régimen franquista. Retroceden los índices. Somos excluidos del Plan Marshall. Sólo Argentina nos vendió trigo en 1946. Al fin la ONU levanta el bloqueo económico sobre 1950. Gestiones de Martin Artajo, con Castiella y Ruiz-Giménez.
Pero la crisis es imparable. En 1956, los Estados Unidos nos proporcionan capital y tecnología a cambio de bases arrendadas. El Ministro de Hacienda avisó al Jefe del Estado de que la crisis era grave.
Grave en que sentido, preguntó Franco.
Dentro de dos meses no tendremos divisas para importar gasolina.
Franco llamó a Ullastres, pidiéndole soluciones. Este trajo el Plan de Estabilización: devaluación de la peseta, fomento de exportaciones; bajó el paro, crecieron las reservas de divisas.
En 1963, otra crisis, esta vez resulta con los planes de Desarrollo de López Rodo (1964 a 1972). Apuntaron hacia la industrialización y reactivaron la economía al menos sectorialmente. Se designaron una zonas (polos) favorables con ventajas fiscales, económicas, de expropiación. Eran indicativos, no forzosos y constituyeron éxitos parciales, aunque sobre zonas ya desarrolladas.
La Transición afectó favorablemente a la economíaa. Por unos años, hubo confianza en los gobernantes. Se firmaron los Pactos de la Moncloa, abigarrado conjunto de medidas, exigidas por las regiones, partidos políticos y sindicatos. Tuvieron buen efecto sobre el déficit público, sobre la inflación y sobre el exterior, pero evidentemente, estábamos muy lejos de las cifras de Europa, donde pretendíamos integrarnos.
Los trece años de gobierno socialista, no respondieron a las expectativas creadas. Las autonomías empezaron a pesar. La inflación apenas se reducía unas décimas. Tampoco se redujo el déficit público ni el paro. Recordemos que el Ministro Solbes advirtió de la insuficiencia de la Caja Social. Siguen las devaluaciones. La de 1963 fue una crisis de administración, Europa cada vez más lejos.
Las exigencias de Mastrich no se logran hasta el mandato de Aznar (1996-2004), gracias a la disciplina impuesta por Rodrigo Rato. Privatizaciones, reducción de gastos sanitarios, congelación del sueldo de los funcionarios, fomento de la exportación, incentivos. Un plan perfecto y riguroso. Para ingresar en la Comunidad Europea, hacía falta que la inflación fuese menor de un 3%; la Deuda Pública, como máximo de un 60% del PIB, el déficit público, no superior al 3%. Las reservas de divisas se incrementaron en un 21%; el paro estaba por debajo del 9%. Se han hecho los deberes y Europa nos admitió.
No quiero abrumar con cifras y datos, inevitables, por otra parte, cuando de Economía se trata, pero sí decir, que en los primeros años de este siglo XXI, conocimos una situación excepcional en nuestra historia económica. Ahora aparece una nueva crisis, que se ha negado durante demasiado tiempo. Hay crisis cortas –como las de 1963 y 1993- cuando se toman medidas y crisis largas como la de 1930, cuando se espera que el tiempo o el vecino nos la arregle. Hay que convivir con el crecimiento, con la crisis, con las soluciones una veces están en los libros (ciencia y experiencia propias o ajenas). Pero otras veces, hay que adaptarlas a la realidad.
No se trata de hacer cabalísticos ejercicios, ni dejarse vencer por la perplejidad. Lo más difícil en esto como en tantas cosas, es diagnosticar. El tratamiento viene impuesto.
Nuestro Producto Interior Bruto estaba sustentado por la actividad inmobiliaria, y ésta, y la hipotecaria han sido la principal dedicación de casi todas las Cajas. Antes de pinchar esa burbuja –retirando capitales- se debió pensar una segunda actividad para la mano de obra, en gran parte no especializada que se contrata en la construcción, y compuesta en su nivel inferior por extranjeros, que hoy son el diez por ciento de los habitantes de esta piel de toro.
En España, falta un millón de viviendas modestas, VPO, o lo que sea, y al mismo tiempo, sobra un millón de viviendas más suntuosas, construidas en la costa o un urbanizaciones de la periferia, que antes de adquirían como signo de bienestar, e incluso como medio especulativo, y ahora no se venden. El propósito oficial de que se arrienden, no convence ni a los presuntos inquilinos, ni a los actuales propietarios. Los constructores por su parte, no se resignan a tener el capital inmovilizado.
De un 15% del PIB, la construcción va a quedar en el 5%, acaso, con la secuela de tres mil parados diarios, pese al maquillaje de las cifras.
En esta ocasión, hay superpuestas dos crisis, la financiera y la económica. O una sola, muy compleja, anunciada en 2007, cuando salió el tema de las hipotecas-basura, o subprime. Era una crisis exterior, pero hay que saber que en economía, todo afecta a todo. Mientras en Norteamérica, se tomaba conocimiento de ella, aquí perdimos mucho tiempo negándola diciendo que nuestro sistema financiero era sólido, nuestra economía de Champions, etc. El desplome de las Bolsas, lo presagiaba.
Entretanto Bush, acogiendo el plan Paulson, se reúne con ambos candidatos a la Presidencia y ofrece 700.000 millones de dólares, para aumentar la liquidez. Serán prestados por la Reserva Federal, que como es notorio, se forma con aportaciones de los Bancos y de particulares. Es un dinero que existe. Tiene un precio, pero existe.
Francia, Inglaterra y en general toda Europa, toman medidas análogas garantizando saldos bancarios, temerosos de la crisis del 28, cuando se dejó el sistema en libre caída. Una intervención Heynessiana, para evitar males mayores, que pone el dinero a disposición de los culpables, que por cierto, no se fían unos de otros.
España ha reaccionado tarde, copiando a escala, las medidas de los demás. El Gobierno garantiza los depósitos bancarios hasta cien mil euros. Es una medida psicológica, no contable. Se ofrecen de 30.000 a 50.000 millones de euros, cifra enorme, que aquí no se puede sacar de una Reserva Federal, que no existe, sino del Banco del Crédito Europeo o de futuras emisiones de Deuda Pública. Es un dinero que no está y que tendrá un coste. Una solución lejana, pero había que hacer algo, por temor a repetir la Gran Depresión.
Porque además, padecemos una crisis económica estructural, grave. La inflacción es crónica, nuestra productividad, negativa respecto a competidores, el paro aumenta el PIB baja y con ello la renta pér cápita. La solución de libro sería devaluar, pero no es posible en el campo del euro. La otra fórmula recomienda importar capital extranjero, pero con este panorama, no es factible, por ahora. Nuestra balanza de pagos, está desnivelada, de siempre. El déficit del sector público (Estado, Comunidades Autónomas y Ayuntamientos), tememos que llegue al 6% a fin de año, a menos de que en este último trimestre, hagan extraordinarios ejercicios de austeridad y contención en el gasto, poco habituales. Pero la recesión lo exige.
Tiempo de crisis, de tomar medidas rigurosas. En el sueño del Faraón, las vacas flacas devoran a las robustas. Atención a la pequeña y mediana empresa, que sostiene el 90% del empleo; y que funcionen los controles anunciados, porque el dinero pudiera llegar antes a los poderosos que a los necesitados.