Bodas de Oro Profesionales
Bodas de oro, aniversario quincuagésimo de un muy señalado acontecimiento que marcará la vida de quien lo celebra. Y el inicio de una boda es, según su propia etimología, el “votum”, el voto o promesa; luego: ¿Hemos mantenido la promesa en estos cincuenta años vividos?
Evidentemente toda efeméride y mucho más la conmemoración de unas bodas de oro, en el caso de una promoción de juristas, es una parada en el camino vital para ojear el pasado, refrescar la memoria y recordar las hieles y las mieles del ayer.
Siempre será mi primer recuerdo para aquellos cuarenta y cuatro de los sesenta y uno (Según la lista de colegiados del año 1962), que empezaron, con los actuales diecisiete celebrantes, esta singladura por las vías de la jurispericia, quienes se han quedado en el camino; sin poder, ahora, en forzada ausencia, compartir la presente celebración.
Por ello considero que el mejor homenaje que se les puede rendir es el hecho de asociarlos a este acto, que siempre sigan entre nosotros, para que, siguiendo la tradición helenista, al tenerlos presente, resulten inmortales, al menos en el buen recuerdo de un ilusionante pasado. ¡Qué descansen en paz!
En nuestro medio siglo de existencia profesional el mundo y nuestra nación en particular ha tenido más convulsiones y han sido más transcendentales que las experimentadas en siglos anteriores. El Derecho, con sus necesarias y revolucionaria actualización, ha sufrido en lo más profundo de sus raíces doctrinales, tanto en su praxis, como en la obligada adecuación a nuevos tiempos y que nos han impelido, en más de una ocasión, al conocimiento de una nueva carrera, muy distinta de aquella asimilada en las añoradas aulas doctorales de la facultad ubicada en la vieja fábrica de tabacos.
La revolución de las comunicaciones, éramos estudiantes de libros, apuntes y escritos con máquina de escribir y con copias de papel carbón. La globalización de los conocimientos, el milagro del telefonino, del internet; era todo ello impensable en aquellos incipientes devoradores del mundo en el año 1961, que accedíamos a una profesión eminentemente letrada.
¡Qué lejos estamos, ahora, del entonces vigente pensamiento del erudito Rubén Darío sobre el libro:
“El libro es fuerza, es valor
es poder, es alimento,
antorcha del pensamiento
y manantial del amor”.
Ahora ya no es una utopía pensar que puede desaparecer el papel en La Oficina Judicial -siniestra expresión- con gran satisfacción de los verdes, que las comunicaciones sean por vías telemáticas; que seamos portadores de libros electrónicos, donde estén todas las leyes, la jurisprudencia, en evitación de miles y miles de volúmenes, así como de pleitos, de sus demandas y contestaciones; llegándose a las celebraciones mediante conexiones audio visuales y a través del portal de los Juzgados desde nuestro despacho.
En verdad vienen y van a seguir siendo muy cómodos estos instrumentos de trabajo, de los que antaño carecíamos, pero, otrora nos obligaba a una labor investigadora de plena educación y que daba lugar a destripar los casos hasta llegar al quid de las cuestiones; mientras que la modernidad acomodaticia decae en una auténtica trampa del botón, que con él no dificulta alcanzar la verdad, sino la verdad de la máquina, la verdad matemática, nacida de las directrices ordenancistas de un proceso devenido de un PC.
Considero, lamentablemente, que el día en que la Administración de Justicia, como las oficinas actuariales de los federatarios públicos, se conviertan en un proceso mecánico-tecnológico y en el que con darle a una tecla se pueda perder esa última finalidad de calibrar, valorar el calor personal e irrepetible de cada demandante o justiciable, cuyos matices nunca pueden reflejarse en la frialdad de un texto legal, por muy bien informatizado que esté. Ese día será otra cosa, pero, a mi juicio, no será justicia.
Nosotros, la vieja escuela, admitiendo las comodidades vigentes, seguimos teniendo como piedra angular el espíritu inquisitivo e imaginativo en la persecución de la verdad y de la justicia, para, de esta manera, acercarnos siempre al problema humano que se nos encomiende.
Hoy, en otro orden de cosas, que, de nuevo se vuelve a buscar justiifcaciones de una falsa memoria histórica, produciendo intransigentes, por ello injustas, actitudes, menosprecios irrazonables, no podemos por menos, que levantar la voz, en el desierto de un incomprensible silencio, para decir, con fuerza y convicción que ¡¡NO!! a esa seudo justicia paralela de algunos medios y que, lamentablemente, viene alimentado por algunos judas nuestros, a veces, incitando a la confrontación sistemática entre Opinión Pública y verdadera justicia. No sabemos, en realidad de donde emana tal aberración, pero está muy distante de la verdadera técnica-jurídica de Los Tribunales.
Por ello, sería oportuno que El Colegio velara por la fuerza del sistema, siga siendo la atalaya de la independencia profesional en su más pura esencia.
Para que sigamos bajo el mismo credo, aquel que amamantamos de inolvidables maestros, impulsores, a ultranza de nuestras vocaciones, quienes han sido a lo largo de estos cincuenta años la cruz y norte de nuestra existencia profesional, la que, con el paso del tiempo se ha ido desgranando, perdiendo juventud, pero afianzando seguridades, ilusionando como desilusionando, reconfortando y dejando flecos por los zarpazos espinosos del camino recorrido, reconfortando a través de rosas, laureles litigiosos, que hemos venido absorbiendo en las orillas de nuestros andares por la vida del Derecho.
En definitiva: ¿A qué he dedicado mis ya largos cincuenta años de profesión?
A ser:
Jornalero diario del pensar,
Operador fecundo de escritos,
Sacristán impenitente de ritos
Indulgente parlanchín del bien hablar.
Colega en parlamentos regulares,
Depredador de traumas judiciales,
Relator confeso en hitos judiciales,
Tronador de vivencias singulares.
Expositor de experiencias increíbles,
Transformista de los credos judiciales,
Remendador audaz de épicas legales,
Adecuador sorpresivo del ser a lo posible.
Habitual escribidor del “Roman Palatino”,
Enseñador íntimo de nexos imposibles,
Leal consecuente de uniones presumibles;
Como final resolución, dictada por padrino.