Antonio Domínguez Guzmán (1925-2019) In Memoriam
El día 14 de Julio último, se nos fue Antonio Domínguez, a los 93 años de edad, de una vida dedicada al Derecho y a la Teología. Estudió en nuestra Universidad, en los difíciles años de nuestra postguerra, con tantas carencias, agravados por la guerra mundial, que nos apartó de Europa y del mundo. Nuestras opciones eran solamente ser funcionarios, previa oposición, o ejercer como Abogados. Esto último era lo que nos recomendaban nuestros maestros, Pelsmaecker, Cossío, Giménez Fernández, Ruiz del Portal, Candil, Royo, Gutiérrez-Alvíz, Apellániz, etc que simultaneaban el trabajo universitario con el ejercicio de la profesión.
La pasantía era puente inevitable para empezara a ejercer. Algunos se eternizaron en esta situación. No fue el caso de Antonio, que en breve, abriría su despacho en calle Hernando Colón. Su continuo estudio, su tenaz defensa de los intereses encomendados, le rodeó de una clientela, que él calificaba de “modesta, sin famosos ni grandiosos”, siempre creciente, en razón a su sabiduría y honradez.
Eran tiempos, felizmente pasados, en que aún se celebraba la habilidad de los procesalistas, capaces de alargar un pleito hasta el infinito, y acudía público a las vistas penales, que luego comentaba en la Plaza de San Francisco la elocuencia o las ocurrencias de algunos Letrados, de fama popular. Antonio no cayó en esa rutina. Sus informes en estrados eran breves, precisos, expuestos con sencillez, pero basados en legislación y con citas muy escuetas de doctrina y jurisprudencia.
Enviudó muy joven. Sacó adelante a sus tres hijos, Julio, María Olvido y María Nieves, ésta última siguió su estela, y ejerce con éxito. Cuando Antonio tuvo a bien jubilarse, gozó del tiempo que había dedicado a los demás, para plantearse las eternas preguntas ¿Qué somos? ¿De dónde venimos?¿Dónde vamos?.
Como hombre religioso, cogió su vieja Biblia. Como hombre ilustrado, aplicó lo que sabía de las viejas civilizaciones. Leyó a los Santos Padres, admiró a Teilhard de Chardin, a Tomás Moro y a Ratzinger. Oyó a Darwin, repensó a San Pablo. Supo ver la Naturaleza, y todas las cosas, en su permanencia y en su pasado. Esta dualidad se la plantearon las mejores cabezas griegas hace veinticinco siglos y se las plantea cualquier hombre culto. Siendo el número uno, por antigüedad, en nuestro Colegio, se hizo el mejor teólogo seglar de Sevilla. Su obra está inédita en gran parte.
A petición de nuestro Colegio le fue concedida la Cruz de Primera Clase de San Raimundo de Peñafort, en un acto solemnísimo, al que asistieron muchos compañeros, aunque él, por su modestia, no llamó a nadie..
Nuestro mejor recuerdo será encomendarlo a Dios, en Quien creyó con todo su corazón y todas sus fuerzas. Ahora que disfruta de la Luz habrá encontrado todas las respuestas a sus inquietudes.