Alejandro Fernández Cotta: Un ángel a mi lado
Querido tío Alejandro:
Perdona que me haya apoderado del título de tu libro sobre los ángeles de la guarda, pero es que, pensando en ti, y en lo que has sido para mí a lo largo de todos estos años, no lo he podido evitar.
Para los abogados jóvenes que no han tenido la suerte de conocerte debo aclarar que eres, además de un hombre bueno, abogado en ejercicio desde hace más de cincuenta años, novelista, poeta, coleccionista de conchas, bebedor de buen vino, enamorado de Dios, del Derecho y de tu familia. Y mi maestro.
Cuántos años han pasado desde la primera vez que me ayudaste a llevar un asunto y durante todo ese tiempo, en el que te gustaba decirme que eras mi zurupeto, he disfrutado del ejercicio de mi profesión con la tranquilidad de que tú, para mi el mejor, estabas a mi lado. Y mientras me enseñabas a ser abogado, descorchando botellas de vino reservadas para la celebración de alguna sentencia, -desgraciadamente no siempre favorable, pero nos las bebíamos igual- pude aprender tantas otras cosas… sobre lo divino y lo humano, y sobre todo, a quererte.
En estos vibrantes años, como tú los llamas, con Chica siempre a nuestro lado, me has transmitido el respeto y admiración que le tuviste a tu maestro, tío Juan Cotta, lo buen abogado que fue Adolfo Cuellar, y la admiración por tantos otros que no me atrevo a nombrar por si me dejo fuera a alguno, a excepción de José María Oliva, porque a él, además, lo quieres mucho. Gracias a ti me siento orgullosa de ser abogado.
Me enseñaste a encomendarme a mi ángel de la guarda cada vez que voy a entrar en una vista – “y al del abogado de la otra parte también, para así tenerlo ocupado contigo”- y ahora, que andas pachucho, vuelves a darme una lección, esta vez no jurídica, sino de fuerza, entereza y fe. Tú si que tienes corazón de león.
Me has dicho muchas veces que el nombre de tu ángel de la guarda es secreto. ¿Me lo dirás algún día? El mío se llama Alejandro.