A la memoria de mi padre José Santos Torres. El hombre. El Abogado. El Historiador
Cuando nuestro Decano José Joaquín me encomendó la muy difícil tarea de escribir unas letras sobre mi padre, me vino inmediatamente al pensamiento las palabras que vertiera nuestro compañero y Decano del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid Don Angel Ossorio y Gallardo, en su magnífico libro El alma de la toga –siempre presente en la mesa de trabajo de mi padre en el despacho– cuando indicaba: «La Abogacía no se cimenta en la lucidez del ingenio, sino en la rectitud de la conciencia. De ahí que el momento crítico para la ética abogacil es el de aceptar o repeler el asunto. (…)».
Pues bien, ante esa disyuntiva podía aceptar o repeler la invitación, inclusive me pasó por la cabeza llamarlo y declinar su solicitud. No obstante comprendí, que mi momento crítico había llegado; mi padre había fallecido y el Decano del Colegio me solicitaba que como hijo y Abogado escribiera sobre su memoria y no tenía otra opción que aceptar la invitación, por evidentes razones que a lo largo de este recordatorio expondré.
Decidido, en consecuencia, a no declinar la misiva, consideré que el título más adecuado para estas líneas, convencido de que no le defraudaría en la elección, era el que años antes él dedicará a la biografía del que también fue Decano del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid Don Manuel Cortina, al que rotuló con la siguiente frase: Manuel Cortina: El Hombre, El Político, El Abogado, con una única diferencia: cambiar la acción política de Cortina por la de historiador, ya que aquélla, nunca la desarrolló mi padre, en el sentido lato del término.
Efectivamente, mi padre brilló en esas tres facetas. Como hombre, estuvo cargado de humanidad y cariño hacia los que le rodeábamos; como Abogado, fue recto; consciente de su responsabilidad en el consejo jurídico, defensor de sus clientes y gran oponente frente a sus contrarios, en la defensa de los intereses que representó y, como Historiador, demostró su gran erudicción, pertinaz en la investigación, locuaz, perfecto narrador y gran autodidacta.
Que puedo yo decir de mi padre que no sean virtudes. Que puede un hijo decir de su benefactor, cuando ya desde muy niño, tenía apenas siete años, me sentaba en sus rodillas, en la mesa de su despacho, a que me explicara que era un “pleito”. Que puede además decir un hijo que ha vivido junto a su padre la profesión de Abogado, como compañero de trabajo, de despacho, de alegrías, de sinsabores. Es toda una vida al lado de tu progenitor que se antoja dificil constreñirla a unas pocas líneas.
Mi padre fomentó en mí la pasión por la Abogacía desde muy niño. El me decía pertinazmente, siguiendo a Don Angel Ossorio, que “…se puede ser o no ser abogado, pues nadie nace, por ley natural, obligado a serlo; pero ya de serlo, serlo bien. Y si no hay otra manera de ser abogado sino usando de la palabra, empleémosla como corresponde. Con dignidad. Con pulcritud. Con eficacia”. Y que verdad más simple es esa.
Mi padre procuró siempre que obrara con rectitud de conciencia. Decía que había que ser bueno, después había que ser firme y lo último prudente, pues en la prudencia se obtiene la suficiente mesura para evaluar bien los hechos y emitir un dictámen o un consejo justo y adecuado; posteriormente la pericia y los conocimientos harán el resto. Esa fue siempre su máxima.
Decía Don Angel Ossorio, que “El abogado es un escritor y un orador. Dos veces artista.”, y continuaba “En el abogado hay tres cualidades: la de historiador, la de novelista y la de dialéctico.” Creo que esas virtudes reflejan perfectamente la idiosincracia de su personalidad. Posiblemente por su condición de Abogado, fomentó sus aptitudes como escritor, en su doble vertiente de historiador y novelista. Los Colegios de Abogados de Sevilla y Madrid publicaron algunas de sus obras, entre las que caben destacar, en el de Sevilla, los Apuntes para la Historia del Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla (1978), que se viene entregando a los compañeros que se incorporan a nuestro Colegio tras la Jura y que en su dedicatoria reza el lema de Cicerón Cedant arma togae, concedat laurea linguae (Que se inclinen las armas ante la toga y los laureles ante la palabra), en clara alusión a nuestra profesión, y en el de Madrid, Manuel Cortina: El Hombre, El Político, El Abogado (1996), publicado como consecuencia del Cuadragésimo aniversario de ese Colegio. También historió la vida de la Real Audiencia de Sevilla, en su libro Historia de la Real Audiencia de Sevilla. (Sevilla 1986).
Recordaré siempre, como anécdota, la cantidad de veces que me hizo repetir a máquina de escribir (en aquellos años los ordenadores no estaban en nuestra labor cotidiana) el libro de los Apuntes para la Historia del Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla, ya que o bien faltaba esto o se había dejado atrás aquello. Tanto es así que me conocía el inicio de su Introducción, como se conocen el inicio de El Quijote “En un lugar de la Mancha…”, o los versos de Espronceda “Con diez cañones por banda…”. Así, cada vez que tenía que empezar otra vez la última redacción, de mi memoría surgía: “Historiar la vida del Ilustre Colegio de Abogados es historiar la vida misma de la Ciudad en los dos siglos y medio de existencia del Colegio. (…)”. Tan harto estaba de tantas correcciones que le exigí, como contraprestación, que aludiera a mí en el Libro, y como no podía ser de otra forma, así lo hizo, dejándome escritas las siguientes palabras de agredecimiento: “A mi hijo José Santos García, también mi agradecimiento por sus desvelos y por su docilidad y buena disposición en la ejecución material de esta obra y en la corrección final que estuvo a su cargo”.
Tuvo verdadero entusiasmo por el Tema de “Los Bandoleros”, con diferentes publicaciones realizadas y multitud de conferencias que le hicieron ganarse el respeto y la consideración de los eruditos en esta materia. Su vocación hacia la escritura también tuvo reflejo en la obtención de diferentes premios literarios que lo llenaron de satisfacción acompañando a obras como “Ensoñación: Pájaros y Campanas (Sanlúcar de Barrameda. 1996); El Pobre Santo (Requena 1.997); Entre el Recuerdo y La Esperanza (Almería 1.998) y Homenaje (1.998). Noveló aspectos de su vida personal, como “El Cabo de Montepalacio”, que recogía sus recuerdos de la infancia, a través de su Abuelo “Guardia Civil”, en su devenir por las Casas Cuarteles del Cuerpo, o “Santa Rosalía”, en la que evocaba diferentes episodios, perfectamente narrados, de acontecimientos y avatares surgidos en las jornadas de caza en el campo, afición que le permitía distraerse de sus ocupaciones, o “La Casa de la Lluvia”, pendiente aún de impresión y que fue una de sus últimas novelas que quería presentar al Premio de Narrativa del Consejo General de la Abogacía y que relata, con una pasmosa facilidad, la vida de un Abogado que se traslada a la Serranía de Ronda, aportado de su profesión, a causa de una enfermedad e instala en una pequeña localidad de la Sierra su despacho.
En el ámbito profesional también realizó trabajos que merecieron la consideración de ser publicados, entre los que destaca “El derecho a la indemnización de Clientela en la extinción del contrato de trabajo de los agentes comerciales (Madrid 1981)”, actividad a la que dedicó muchos años de su vida como letrado del servicio jurídico del Colegio de Agentes Comerciales de Sevilla.
Y, por último, debo destacar de mi padre, su labor humana, su carácter de hombre bonachón, amigo de sus amigos, buen marido y padre, magnífico abuelo para sus nietos, a los que adoraba (debo de agradecer, a través de estas líneas, el entrañable recuerdo que de él evocó, su nieta mayor Sara, en la misa de “corpore insepulto”, que se celebró por su alma, antes del entierro y que dio muestras de la enorme gratitud y recuerdo que dejaba), y a los que siempre dedicaba uno de los ejemplares de sus libros, con textos de gran belleza por la impronta del mensaje que pretendía inculcar. Quizás, de todos ellos, destaco el que dirigiera a mis hijos en el Libro “El Bandolerismo en Andalucía. Tomo I.”, donde les indicaba: “A mis nietos Pepe y Alvaro, para que entiendan cuando sean mayores que en la lectura radica el conocimiento y la posibilidad de poder escribir, algún día, un libro”.
Papá, aunque nunca podré estar a la altura de tus conocimientos y de tus virtudes literarias, deseo que estas letras sirvan, cuando menos, como muestra de consideración y respecto, hacia la persona a la que siempre admiraré y seguiré en su Consejo.
José Santos García, Abogado