Obituario: Manuel Toro
Ha muerto Manolo Toro
Me llega la noticia como un mazazo: ha muerto Manolo Toro. Su edad, su enfermedad, su creciente decrepitud … todos sabíamos que podía ocurrir sin demasiada espera. Pero esa parte de la vida que es la muerte sorprende siempre, golpea con fiereza, te deja sin fuerzas, sin argumentos, sin respuestas.
Conocí a Manolo Toro en Marchena, como abogado en la investigación de un famoso crimen. Década de los setenta, a cuyo término pronunció el Pregón que nunca hemos olvidado. ¿Recuerdan? … “El pregonero, al ver esta batería de micrófonos por donde se va mi voz…”; así empezaba aquel pregón en el que llegó a reñir amorosamente a la Macarena. Y él me hablaba siempre de un Cristo espirante y de una Virgen deliciosa que vivían cerca de la Puerta Real. Yo los había conocido en mi niñez, en mis viajes familiares a Sevilla. Manolo me fue acercando poco a poco al Museo; y a mi familia entera. Inició a mis hijos en sus primeros pasos como acólitos, pajes y penitentes luego. Mi casa, como mi vida, está llena de recuerdos suyos, de cerámicas de seises, carráncanos y pequeños nazarenos del taller de Pepe Gómez Clérigo, de detalles delicados de los que su vida siempre ha estado sobrada.
Abogado a pie de obra, intenso, con dedicación incansable, de ese molde antiguo de lealtades y caballerosidad, amigo respetuoso, respetable y respetado por todos, compañeros, jueces, fiscales, funcionarios. Sevillano, cofrade de sapiencia vieja, sensibilidad y señorío, pero militante de una sola hermandad, a la que tanto de su vida y entusiasmo dedicó. “Pavero” del palio, cuidador de nuestros nazarenitos; diputado de banda a veces; humilde y servicial allí donde le requiriera su hermandad. A él, como a Pepe Gentil, como a tantos otros, le debo entender ese sentimiento tan nuestro que podría condensarse en la sencilla expresión “ser del Museo”.
Por encima de todo, era Manolo un hombre bondadoso, entregado a todo aquel que le requiriera, deseoso de servir a los demás hasta límites difícilmente asumibles. Estuvo siempre rodeado del cariño que a manos llenas daba los demás; resultaba imposible conocerlo y no amarlo. Nunca le escuché una crítica, una protesta, un reproche; ni en el juzgado ante una resolución adversa ni en la calle en cualquier otra circunstancia que pudiera contrariarle. Uno de esos hombres que engrandecen ese universo de Sevilla que ayer nació de nuevo en el rito misterioso de la ceniza. Qué fecha más significada para rendirse a la grandeza de un hombre bueno, al que será imposible olvidar, de cuya enseñanza de vida nos alimentaremos siempre.
Hoy vivo en la tristeza íntima y desgarradora de su pérdida; y no quiero apartarme de ella. Lo hago abrazado al dolor de todos los suyos. Pero sé que el Santísimo Cristo de la Expiración, en su inmenso poder de amor, irá aplicando un cedazo liberador a nuestro desconsuelo, para que se escape la parva de la oquedad y el desespero y permanezca el testimonio gratificante de su vida ejemplar, su enseñanza de fraternidad y fidelidad al mandato de igualdad que nos ordenó desde su último estertor de vida. Porque sabemos, lo hemos sabido siempre contemplando el momento de su divina Muerte, que su Vida está aquí donde está su Muerte y fuera de su Muerte no hay Vida alguna.
Amigo, hermano mío, ya en ese Paraíso que siempre anhelaste, al lado de tu Madre amantísima de las Aguas, bendito seas en la bondad infinita de Dios.
Antonio Moreno Andrade
Se nos ha ido un buen abogado
Se nos ha ido Manolo Toro. Llevaba ya algún tiempo ausente de los ámbitos cofradieros y del mundo de la abogacía. Debía estar últimamente delicado.
Aunque Manolo fue ante todo un referente insustituible en el mundo de nuestra Semana Santa, cofrade enamorado de su Virgen de las Aguas, con casa abierta en el Museo, -todos los medios se han hecho eco de esto-, yo quiero resaltar aquí su figura como abogado.
Manolo era un abogado barroco en el mejor sentido de la palabra, como barroca es la Semana Mayor de nuestra ciudad. Era barroco en su siempre escrupulosa vestimenta, -zapatos brillantes, impecable terno, bonita corbata, pañuelo exultante y airoso-. Era barroco también en su fluido e irrefrenable verbo. Para algunos resultaba arduo seguirle en sus raciocinios. Manolo pensaba más deprisa de lo que hablaba, a más revoluciones. Esto producía cierto desasosiego en quien le oía, sobre todo en los que se aferran a lo lógico –lado izquierdo del cerebro-, olvidando lo mágico –lóbulo derecho-. Fue maestro de los puntos suspensivos, no sólo al escribir. Hablando, iniciaba la frase, dejándola inacabada, con un “tu ya me entiendes”. Suponía, con razón, que no había que rematarla para el buen entendedor.
Yo le conocí muy pronto de mis comienzos. Los dos fuimos abogados de juicios de faltas. Juicios de faltas por un tubo. Como abogados de CAP, compañía de defensa, nos enfrentábamos cada día a cinco o seis juicios en el mismo Juzgado. Sucedía a veces que tenías que defender tesis contrarias, según qué casos. A mí me agobiaba esta circunstancia, pero Manolo poseía la habilidad suprema de explicar por qué dijo “digo” para decir a los pocos minutos “diego”. Era un artista de la palabra.
Fue un compañero cariñoso con todos, cosa que hoy se echa a faltar. Nunca, que yo sepa, se retorció frente a las no siempre bienintencionadas críticas que algunos le prodigaban. Él pasaba de ellas, aferrado a sus amores: su Virgen, su mujer y sus hijos.
Te voy a echar mucho de menos, Manolo Toro.
Enrique Álvarez Martín.
Hola Enrique, queríamos contactar desde tve1 con algún familiar de José González, asesinado en el crimen de Los Galindos. Vemos que don Manuel ha fallecido…sabrías cómo llegar hasta la hermana de José, Loli?
Gracias.