Enrique Barrero Gónzalez. Ex Jefe de la Asesoria Jurídica del Ayuntamiento Presidente del Ateneo de Sevilla
«Si la inspiración no te llega cuando estás en el despacho con la pluma en la mano, se va volando»
El 23 de octubre de 2005 se jubiló Enrique Barrero González, Jefe de la Asesoría Jurídica del Ayuntamiento de Sevilla, al cumplir la edad reglamentaria. Continúa, dado de alta en nuestro Colegio, desde hace más de cuarenta años y sigue en el cargo de Presidente del Ateneo de Sevilla, que desempeña desde 1999. La Secretaría del Ayuntamiento de Sevilla, unidad administrativa a la que pertenece la Asesoría Jurídica Municipal, ha coordinado un libro de Homenaje en su honor, “De la Ciudad y otras cosas”, bellamente editado por la Fundación Martín Robles, que fue presentado en el Salón Colón del Ayuntamiento el 27 de octubre pasado. Enrique Barrero ha desempeñado una intensa actividad docente durante años en la entonces denominada Cátedra de Derecho Político de la Facultad de Derecho y durante muchos años posteriores en el Departamento de Derecho Administrativo e Internacional Público en calidad de Profesor Asociado de la primera de las dos disciplinas citadas. Ha sido durante más de veinte años Profesor de la Escuela de Práctica Forense de nuestro Colegio y está en posesión desde 1973 de la Cruz Distinguida de Primera Clase de San Raimundo de Peñafort. Enrique es, además, el padre de una notable saga de Juristas. Concha, María del Carmen, Aurora y Enrique Barrero Rodríguez, respectivamente Profesora Titular de Derecho Administrativo y Directora del Departamento de Derecho Administrativo e Internacional Público de la Universidad de Sevilla, Magistrada Juez del Juzgado de lo Penal no13 de Sevilla, Magistrada Juez del Juzgado de lo Social no1 de Sevilla y Profesor Titular de Derecho Mercantil de la Universidad de Sevilla. Enrique, con el que tengo la satisfacción de compartir afanes ateneístas, ha respondido a mis preguntas, aunque con la limitación propia de espacio.
¿Qué ha significado para tí el Derecho, vocación o profesión?
Las dos cosas. He podido vivir y sacar adelante a mi familia sólo con el ejercicio de mi profesión jurídica; pero la realidad es que me he sentido muy a gusto en ella y que he disfrutado ejerciéndola. El estudio del Derecho y el ejercicio de la abogacía, fundamentalmente en el Ayuntamiento, ha sido prácticamente mi vida.
Fundamentalmente, dices. ¿Has ejercido también la abogacía de manera privada?
Durante los diez años primeros, o incluso algo más, de mi estancia en el Ayuntamiento, cuando no tenía todavía en él responsabilidades tan intensas, aprendí el ejercicio de la abogacía como pasante de un abogado excepcional, José Luis Campuzano, y la ejercí muy activamente en su despacho. Aquel ejercicio me dio una visión global del Derecho y una experiencia impagable. En el despacho de José Luis Campuzano aprendí, además, no sólo a ejercer la carrera sino unas actitudes ante la profesión –estudio permanente, trabajo intenso, compromiso ético- que no he olvidado nunca.
Vamos por partes. ¿Compatibilizabas función pública y ejercicio privado? ¿Sabes que hay quienes no están conformes con esta compatibilidad?
En aquellas fechas las incompatibilidades a que te refieres no estaban tan definidas, ni se exigían con tanto rigor. Además mi opinión sobre esto, aunque sea polémica o discutible, es que un cierto ejercicio privado de la abogacía no sólo no se le debería prohibir a los Letrados de la Administración en los primeros años, sino que incluso se les debería “imponer”. El bagaje de conocimientos, la experiencia y la visión Jurídica que se adquiere en un despacho privado resultan luego de extraordinaria utilidad para el ejercicio de la función pública.
¿Eres, entonces, defensor de la “pasantía”?
La formación “práctica” es necesaria. Las circunstancias evolucionan y pueden lograrse fórmulas alternativas, como las Escuelas de Práctica Forense, que hoy son necesarias; pero la relación maestro-discípulo, el aprendizaje continuado de conocimientos y actitudes que es propio de la buena pasantía, me parece que no se deberían perder.
Hablamos, si mal no recuerdo, de estudio, de trabajo y de compromiso ético. Explícate.
Necesitaríamos horas y páginas interminables. El estudio permanente es imprescindible, porque el Derecho es extraordinariamente cambiante, porque necesita ser continuamente interpretado y reinterpretado y porque los “casos prácticos” son infinitos. El Jurista necesita, además, una formación cultural amplia y una comprensión jurídica global. Las “especializaciones”, que actualmente resultan necesarias, no pueden ser auténticas, ni eficaces, si no se tiene previamente un aceptable dominio de la Teoría General del Derecho y el mayor conocimiento posible de los diversos ámbitos jurídicos.
¿Qué decías del trabajo?
Esto concierne a los abogados y a todos. Si la inspiración no te llega cuando estás en el despacho con la pluma en la mano, se va volando. Hace unos días se ha presentado en el Ateneo la edición de los cuadernos manuscritos de Antonio Machado que desvelan toda la “intimidad” de su producción poética. Sorprende ver que, por ejemplo, un poema determinado tuvo hasta quince versiones distintas antes de su publicación. No es que tengamos que redactar una demanda o un informe quince veces, pero ya me entiendes.
Compromiso ético.
Es elemental. Recuerdo y he citado en muchas ocasiones, la frase que se contenía en una vieja Sentencia de la Sala de lo Contencioso de nuestra antigua Audiencia Territorial: “el Derecho, sin referencia a los valores éticos, se convierte en un armazón conceptual difícilmente explicable”: Existe una línea muy extensa de jurisprudencia realmente progresiva con continuas referencias a la ética. El principio de buena fe, de tan extraordinaria incidencia jurídica es, sencillamente, un aspecto de esto mismo. En el Derecho administrativo su desarrollo técnico y jurisprudencial es relativamente reciente; pero en el Derecho Civil, en la Teoría General del Derecho, está desde hace mucho tiempo.
Me ha sorprendido siempre que te otorgaran la Cruz distinguida de primera clase de San Raimundo hace más de treinta años, cuando esta es una distinción que habitualmente se concede a las personas “mayores”, por lo general al finalizar la vida profesional.
Nunca me había hecho nadie esta pregunta. Te voy a desvelar “el secreto”. Durante cuatro años, estuve redactando para un “Procurador en Cortes” numerosas “enmiendas” a los proyectos de ley que se presentaban. La técnica era: “el proyecto dice…; debería decir…; justificación:”. Cuando terminó aquella tarea, que resultaba apasionante, el Procurador le pidió al Ministro de Justicia que me concediera la distinción alegando los “méritos” que creyó oportunos… Se ve que mi amigo tenía, a su vez, amistad con el Ministro; pero la verdad es que muchos “enmiendas” tuvieron éxito. Por cierto que aquella experiencia me sirvió luego mucho en una etapa posterior de “redactor” de proyectos de leyes del Parlamento Andaluz sobre Administración Local, en un equipo de trabajo integrado por diversos profesores y funcionarios. Recuerdo que Pedro Escribano se reía mucho por nuestra obsesión de aplicar el “dardo en la palabra” a los borradores que nos llegaban. Quitábamos todas las referencias a “el mismo” y “la misma” siguiendo las recomendaciones de Lázaro Carreter; y tratábamos de evitar otros dislates gramaticales, sin perjuicio de las cuestiones de fondo.
Has hablado de tu maestro en la Abogacía ¿y en la Universidad?
La facultad de Derecho de mi tiempo, tenía profesores excepcionales: Ignacio María de Logendio, Gímenez Fernández, Alfonso de Cossio, Mariano Aguilar, Manuel Clavero, que fue el que despertó, recién llegado de la Universidad de Salamanca, mi vocación administrativista, Manuel Olivencia y otros. Después en el Ayuntamiento y en el ejercicio profesional tuve otros muchos maestros: grandes funcionarios y grandes magistrados y otros compañeros mayores, a todos los que tenía una sincera admiración y que eran modelos diferentes de lo que uno querría ser de “mayor”. No sería justo si no digo que a Juan Antonio Carrillo, aunque no fue profesor mío por razón de edad, lo tuve siempre como un referente ejemplar. En una vida profesionalmente larga, intensa y diversa he tenido muchos maestros inolvidables. Ahora tengo la satisfacción de que Ramón Cámpora que me ha sucedido en la Jefatura de la Asesoría Jurídica del Ayuntamiento diga que se siente, de alguna manera, discípulo mío. Esto último es un privilegio de la edad.
¿Qué se siente cuando se tienen cuatro hijos y los cuatro son importantes en el ámbito Jurídico y uno, además, es poeta?
Lo de importantes lo dices tu con generosidad. Me siento orgulloso de ellos y de que hayan logrado sus puestos “importantes” por sus exclusivos trabajos y méritos. Lo del “poeta”, como tú dices, es otra cosa. La verdad es que tiene una vocación poética irresistible y que cuando obtiene premios yo siento casi la misma alegría que pueda sentir él. Al fin y al cabo… es el único hijo varón. Por cierto que en un libro que se ha publicado recientemente con motivo de mi jubilación los cuatro se ríen de mí manifiestamente, aunque con extraordinario cariño. Bernardo José Botello dice que “han cumplido bien el cuarto mandamiento”, pero yo tengo para mi que con un poquito de “guasa sevillana”. Además revelan muchas cosas íntimas mías sin que yo les hubiera dado permiso.
Recuerdo tus crónicas de “Tribunales” en ABC ¿Por qué las dejaste de hacer?
Cuando me designaron Jefe de la Asesoría Jurídica del Ayuntamiento al jubilarse José Manuel Jiménez Hoyuela, tuve que soltar algunas amarras para poder atender mejor aquella nueva responsabilidad. Coincidió, además, con el cese de Nicolás Salas en la dirección de ABC con el que tenía y sigo teniendo gran amistad. En aquella etapa a que aludes no sólo escribí crónica de Tribunales, sino numerosos artículos, e incluso alguna serie sobre “Sevilla”. Era además, la época en que la Constitución estaba recién promulgada y fue muy gratificante ayudar a difundirla. Nicolás tuvo, por otra parte, la generosidad de permitirme incluso redactar algunos “editoriales” en ese sentido.
Hemos de terminar ¿Cómo fue el paso del régimen anterior a la Constitución para los abogados?
Los abogados teníamos una formación suficiente para comprender enseguida la nueva situación jurídica y adaptarnos a ella. Muchas cosas no fueron, por otra parte, sino la culminación de un proceso evolutivo de años, aunque ahora vinieran sustentadas en principios políticos diferentes. Uno de los cambios más espectaculares se produjo, precisamente, en el Derecho Procesal que tu tan bien conoces. Alguna sentencia habló incluso en este aspecto de “giro copernicano…”.
¿Qué va a hacer ahora?
De momento Ateneo, Ateneo y Ateneo. Luego Dios dirá si queda vida, salud y ganas… y siempre nos quedará, al menos, para pasear el Parque del Alamillo…