El tránsfuga en la historia literaria española
Cuenta el analista sevillano Ortiz de Zuñiga, que en la puerta de Vib-Alfar, en la Sevilla mora, cobraba tributo un taimado musulmán a cuantos familiares pasaban por ella con el cadáver de su deudo para darle sepultura en el vecino cementerio que existía en el lugar, y que en el frontal de la Puerta, que ya cristiana se llamó por ello Puerta del Osario, denominación que continúa en época actual, el muy ladino, para ponerse a bien con su conciencia o para incitar a la risa, mofándose de lo más sagrado, había colocado un cartel o letrero, que decía: «Esta es la Ciudad de la confusión y del mal gobierno». El espabilado sujeto cobraba el pasaje del almacabra a cuantos incautos parientes se ponían al alcance de su descaro y de su desvergüenza y además hacía chacota escrita del engaño con que se mofaba abiertamente de aquellos infelices. Otro cronista sevillano, musulmán también, que escribía de Sevilla a comienzos del siglo XIII, nos dejó dicho en su Tratado que las conciencias de las gentes de su tiempo estaban corrompidas y que ello era la causa del desorden general y de la ruina y fin del mundo. Ibn Abdum, que este era el nombre de nuestro cronista, se expresaba así como colofón de su obra dedicada a darnos a conocer la Sevilla urbana de finales del siglo XI o comienzos del XII, en el reinado del rey poeta Al-Mutamid. Y habremos de tener por cierta su afirmación según la muestra del fúnebre alcabalero de la Puerta del Osario.
España se encuentra zarandeada hoy por la corrupción política y a todos los rincones del país se extiende, como el manto negro y viscoso del chapapote se extendió en su día, hedionda y pestilente marea, la confusión y el descontento, aireados por intereses políticos, mezquinos y bastardos, que todos los medios de comunicación social se afanan por darnos a conocer. Una situación muy similar, se nos antoja, a la que se vivió en las privanzas de Olivares y de Lerma, en los reinados de los dos Felipes, III y IV. En el primero fue Quevedo quien se erigió en cabal representante de la conciencia nacional fustigando con su afilada pluma la corrupción nacional:
El rostro macilento, el cuerpo flaco
eran recuerdo del trabajo honroso,
y honra y provecho andaban en un saco.
Hoy desprecia el honor al que trabaja,
y entonces fue el trabajo ejecutoria,
y el vicio graduó la gente baja.
No calló el gran satírico ni con el destierro ni con la cárcel, y así se expresó en la Epístola satírica y censoria contra las costumbres, que dirigió al Conde – Duque de Olivares:
No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca, o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?,
¿siempre se ha de sentir lo que se dice?,
¿nunca se ha de decir lo que se siente?
Y en la privanza de Lerma, mal gobernada España por el valido, que ha pasado a la historia patria como el prototipo de la corrupción política organizada dentro del Estado, la musa popular satirizó su gestión con esta coplilla que corrió por las gradas y mentideros de toda España:
Para no ser ahorcado
el mayor ladrón de España
se vistió de colorado.
De clara alusión al hábito cardenalicio que se confirió tan infausto personaje para librarse de la cárcel de la caricia mortal de la soga del verdugo, de que su ministro Don Rodrigo Calderón no pudo zafarse, aunque la sufriera con orgullo y dignidad. «Tiene más orgullo que Don Rodrigo en la horca», dijo desde entonces el pueblo y quedó para siempre entre los dichos populares.
Cervantes atento, como siempre a la realidad española, no desperdició ocasión para zaherir con su talento la corrupción dominante. Cuando al finalizar el gobierno de Sancho en la Ínsula Barataria el mayordomo la hace ver que puede estar sujeto al juicio de residencia, expediente que se abría a los funcionarios públicos para depurar responsabilidades durante su mandato, tomándoles en cuenta como habían ejercido el empleo y oyendo en justicia a cuantos tuvieren que hacerles cargos o exigirles responsabilidades, -(Nueva Recopilación, tít. VII, lib.III)- contesta el burdo campesino, ya exgobernador: «Nadie me la puede pedir… sino quien ordenare el Duque mi Señor; yo voy a verme con él y a él se lo daré de molde… desnudo nací, desnudo me hallo; ni pierdo ni gano» (Quijote, II, 53). Y añadía Sancho contra la desvergüenza política con que el país se gobernaba entonces, como ahora, por determinadas élites de poder, estas reveladoras y exactas palabras: « ….. cuanto más que saliendo yo desnudo, como salgo, no es menester otra señal para dar a entender que he gobernado como un ángel». Razón tan poderosa que todos entendieron, mucho más cuando para el camino de regreso a casa sólo pidió algo de cebada para su rucio y medio queso y medio pan para quitarse el hambre. El ilustre historiador Fernández Álvarez, que tan bien y profundamente ha estudiado la época, ha querido ver y destacar en este pasaje de Cervantes el contraste del rústico escudero, zafio, ramplón y vulgar, ignorante pero socarrón, agudo y despierto, con un innato sentido de la justicia y un concepto meridiano de la virtud, en contraposición y antítesis de la despótica y corrupta conducta del duque de Lerma, a quien tal vez quisiera aludir vedadamente Cervantes en esta II Parte del Quijote.
Hubiese sido digno de todo elogio que los ínclitos Padres de la patria, cuando se acometieron las últimas reformas del Código Penal, que se abordaron entre otros fines con el de combatir la corrupción reinante en el país, hubieran emprendido la reforma de la Ley de la Función Pública y las normas sobre financiación de los partidos políticos, y hubieran contemplado la posibilidad legal de volver a implantar en nuestra legislación el antiguo y muy válido juicio de residencia para purificar en lo posible nuestras estropeadas instituciones, figura jurídica en vigor desde las Partidas, (III.4.6) y el Ordenamiento de Alcalá (tít.32. ley 44), procurando además con ello que no se repita la historia, porque de dar crédito a los tratadistas de nuestro derecho patrio, aquella práctica de volver a nuestro derecho histórico como quería aquel Ordenamiento se cumplió con muy escaso entusiasmo, porque entonces, como ahora, el amiguismo, el enchufismo, el tráfico de influencias y otras muchas corruptelas lo impidieron y las Actas de las Cortes durante todo el siglo XV en adelante están llenas de quejas de los Procuradores en este sentido. Sólo los jerezanos, si hemos de dar crédito a Rallón en su Historia de Jerez, gozaron del privilegio real de poder presentar sus quejas contra el Corregidor que los gobernaba y una vez aceptadas elevarlas al Consejo de Castilla. Apenas hace un año o algo más, especial y circunstancialmente, se acaba de producir en Jerez un extraño reparto de poder entre dos fuerzas políticas, que al menos invita a la reflexión sobre tan paladina forma de gobernar. Y por supuesto sin juicio de residencia para el anterior mandatario local.
Compañero de cama de la corrupción es el tránsfuga. Cuando en 1614 sale a la luz El viaje del Parnaso, una de las obras poéticas de Cervantes, narrando el episodio de la llegada al Parnaso de las absurdas tropas políticas españolas, que Canavaggio, biógrafo de nuestro Príncipe de los Ingenios, considera de las más pura tradición menipea, satírica y burlesca, el ilustre alcalaíno documenta ya la palabra:
Aquel tránsfuga
que partió primero
no sólo por poeta lo tenía,
pero también por bravo churrullero.
(VII, 06. 108).
La palabra tránsfuga en su propia extensión actual se encontraba ya documentaba en fray Félix Hortensio de Paravicino (1580-1633), culto trinitario, que en su Santoral nos la legó envuelta en aromas religiosos: «llegó a profanarlo este tránsfuga de la Iglesia, este tornadizo y desertor de ella». El Diccionario de Autoridades, primero que en 1726 publica la Real Academia Española, acoge la voz tránsfuga con la siguiente definición: «El que se passa huyendo de una parte a otra, ú de un partido a otro». Y así lo contempla el Drae actual para la política, como el desertor que se vuelve la casaca o la camisa o se cambia la chaqueta. En nuestra actual democracia se aplica a aquel diputado que habiendo sido elegido para representar a sus electores en una precisa opción partidista, cuando ha obtenido su prebenda se pasa al enemigo con armas y bagajes mediante precio, promesa o recompensa.
La misma conducta apicarada de este tornadizo sujeto tiene el bravo churrullero de que también hablaba Cervantes, y es vocablo que tiene la misma significación que tránsfuga, y que actualmente extiende su uso a todo aquél que es un charlatán y ejerce mal su profesión y se pasa de un partido a otro. La voz se documenta por vez primera en 1555 en el Viaje a Turquía, y cuadraba a los soldados que «que no quieren poner la vida al tablero, sino andarse de capitán en capitán, a saber cuando pagan su jente para pasar una plaza y partir con ellos, y beber y borrachear por aquellos bodegones»; eran los soldados que llamaban churrilleros, churrulleros o chorrilleros, según dice Rodríguez Marín, a quien siempre ha de acudirse para encontrar estas preciosidades literarias; «los soldados que asentaban su plaza hasta cobrar la primera paga y con ella se volvían luego a los chorrillos o bodegones, llamados así del Chorrillo o Chorillo de Nápoles, a picardear y echar de la oseta, narrando estupendas valentías imaginarias y vendiendo por debidas a Marte cicatrices de que en justicia sólo podría culparse a Venus». El Chorillo o Chorrillo, según nos recordaba Benedetto Croce, en su libro La Spagna nella vita italiana, publicado en Bari en 1917, tomó su nombre de una famosa hostería napolitana de nombre Cerriglio. Sin embargo, la voz churrullero a pesar de sus acepciones de fanfarrón y charlatán, no se ha impuesto en la jerga política, siendo todos conscientes de que cuadraría bien a muchos cultivadores de tan denostado y controvertido servicio a la ciudadanía.
La corrupción siguió después de Cervantes y de los siglos aúreos y más aún en los decadentes. En 1890, cuando Lucas Mallada publica su libro Los males de la patria, se sigue ocupando de ella y de la inmoralidad pública de los españoles, uno de cuyos rasgos más notables, dice, es la impunidad y el pandillaje político, donde todo se fía a la recomendación y a la intriga, nada a la justicia y a la razón y sí a las torcidas y escondidas sendas donde se esconde el soborno, o pasar por las horcas caudinas de las gratificaciones, soportar el pago de las facturas de los notables con fondos públicos, las comisiones y para no hacer exhaustiva la enumeración agrega como conclusión estas tremendas palabras: «Si alguien nos dijera que el noventa por ciento de los documentos revisados, aprobados y archivados en el Tribunal de Cuentas del Reino envuelve una sarta de falsedades lo creeríamos de corrido».
Todos a una para defender el estado de derecho, todos a una para acabar con la corrupción, todos a una contra el moro granuja que cobraba el almacabra, todos a una contra Olivares, los Lerma, los Calderón, todos a una para resucitar la moral asesinada, para levantar la bandera honrosa de las buenas y sanas costumbres públicas. Todos unidos en una piña para matar la corrupción, la confusión y el mal gobierno de muchos. Todos, en fin, a una para desterrar al tránsfuga político y al tornadizo churrullero que están emporcando nuestras instituciones políticas.