Un letrado con ingenio
Muchos años contendiendo, en noble lid judicial, con tantos compañeros, me han deparado la impagable merced de contar hoy con innumeros amigos. Naturalmente, con unos he sintonizado más que con otros, bien por la semejanza de caracteres, ora por la concurrencia de gustos o ya por compartir aficiones. En cualquier caso, y en buena hora lo pueda proclamar, han sido pocos los colegas que, a su paso por mi catálogo de contrapartes, me han dejado un mal recuerdo. Ni siquiera eso, pues que los que merecieron la consideración de “malages” tiempo ha que los desterré a los sótanos del olvido.
Mi evocación de viejos tiempos se complace hoy, por un impulso repentino, en detenerse en la figura de un dilecto compañero y amigo príncipe, al que desde siempre he profesado un afecto especial, que me precio de tener correspondido. No es necesario citar su nombre, que a los jóvenes y a los que están lejos de nuestro círculo nada dirá, y para los que nos son cercanos su mención acaso resultara ociosa.
Cuando llegó la hora de entrar en quintas,él no me debia andar muy a la zaga; quiero decir, abandonando tan innecesario circunluquio, que le aventajo en pocos años. Coincidimos en el ejercicio profesional muy jóvenes ambos y encauzamos nuestro trabajo por los mismos derroteros, lo que nos permitió una coincidencia casi permanente en Juzgados y Tribunales. Esto hizo nacer unos lazos afectivos que el correr del tiempo se encargó de fortalecer.
Tiene este compañero un envidiable sentido del humor, que es, pese a lo circunspecto de mi talante, un valor que otorgo una alta cotización en el parqué de las prendas personales. Bastantes de los episodios que forman parte de mi conmonitorio de anécdotas judiciales, lo tiene a él por protagonista o ha sido él quien me ha transmitido el sucedido jocoso. Sin ir más lejos, en este momento se me viene a las mientes aquel lejano día en que ambos compartíamos estrados en un juicio penal. Teníamos enfrente a un fiscal al que le distinguían unos ojos con unas pupilas de un purísimo azul celeste. En un momento de su informe, antes de formular petición alguna, el buen fiscal dijo:
– …porque la verdad es que este asunto no lo veo claro…
Al oir estas palabras, el compañero me susurró:
– Pues si éste no lo ve claro, con esos ojos, imáginate yo…
Pero lo que hoy quiero traer a esta página, agazapada en una esquina de la Revista, es una muestra irrebatible del ingenio y la gracia de este querido colega. Con él compartió el protagonismo del episodio una joven -lo era entonces y lo sigue siendo- compañera, de clara inteligencia y jovial carácter. Ambos intervenían al alimón en un juicio de faltas en el que se había de dilucidar la responsabilidad o la inocencia del conductor de un vehículo, que había causado grave estropicio. Los dos letrados asumían, respectiva e indistintamente, la defensa del conductor enjuiciado y la del responsable civil subsidiario, lo que es tanto como decir que los argumentos de fondo a esgrimir por una y por otro eran comunes.
Las prisas, acentuadas por la dispersión de sedes judiciales, que con tanta frecuencia abruman a los profesionales, que, careciendo del don de la ubicuidad, han de acudir simultáneamente a más de un órgano jurisdiccional, hizo que estos dos abogados no tuvieran tiempo de cruzar unas palabras antes de entrar en Sala y, por ende, de trazar la estrategia a seguir, de forma tal que se vieron sentados en el estrado, uno al lado del otro, justo en el momento de comenzar el juicio.
Después de que el fiscal hubiera terminado su informe, el juez, siguiendo el ritual establecido, dispuso:
– La defensa del acusado tiene la palabra para informar.
Ocurrió entonces que entre el letrado y la letrada se cruzaron, en voz baja pero audible, sendas y repetidas invitaciones:
– Habla tú primero…
– No, habla tú…
– Que no tú…
– Tú…
Visto que los dos abogados no alcanzaban el necesario consenso sobre el orden en que habían de informar, el juez, sin acritud, les conminó:
– Por favor, ruego a los letrados que se pongan de acuerdo…
Entonces, el abogado que protagoniza este relato, accediendo a doblegar su voluntad en aras a la galantería, concedió a su joven colega:
– Está bien, informaré yo primero.
Y dirigiéndose al juez, dijo por todo decir:
– Con la venia, señor, para adherirme a lo que a continuación va a informar mi compañera…