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Obituarios

Teodoro Carballo Ocaña

Hace pocas fechas asistimos entristecidos al sepelio de Teodoro Carballo Ocaña, -Teo, para sus íntimos-, amigo y compañero excepcional desde la ya lejana Promoción 1942/47 de la Facultad de Derecho de la vieja y siempre recordada Universidad de la calle Laraña.

Abogado brillante, prestó destacados servicios profesionales, durante muchos años, como Letrado de la lamentablemente desaparecida Cámara Oficial de la Propiedad Urbana, y ejerció la Abogacía con prudencia, honestidad y sabiduría durante más de 62 años, ocupando al fallecer el nº3 de los Letrados ejercientes de nuestro Ilustre Colegio, en el que actualmente son los queridos compañeros Sixto de la Calle y Eduardo Ybarra los que ostentan los dos primeros lugares y Dios permita, que lo sigan ostentando durante muchos años.

Pero, por encima de todo, Teodoro fue un buen hombre y un hombre bueno, sencillo, ocurrente, cordial, generoso y presto siempre para hacer el bien allí donde se le demandara, dadas sus profundas convicciones religiosas, que concentraba en su fervorosa devoción por Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, gracias a la cual supo soportar, con absoluta entereza y resignación cristiana, los graves problemas de salud que le afectaron en los años finales de su vida.

Teodoro Carballo fue ejemplar como esposo, como padre, como abuelo y, sin duda alguna, también como compañero y amigo leal y entrañable, por lo que su pérdida nos sume a todos en una tristeza de muy difícil superación.

Desde el recuerdo imborrable, querido Teo, descansa en paz.

José del Río Jiménez

La luz de Maribel

Hoy es un día muy triste para muchas personas del entorno de la justicia sevillana, y otras muchísimas ajenas a los Tribunales: se nos ha ido Maribel, esa rubia moderna, que deambulaba por los Juzgados con ropa de colores, informes médicos forenses entre las manos, una maravillosa sonrisa, y el abrazo siempre dispuesto. Se ha ido por culpa de una enfermedad terrible que aún no dominamos, aunque nos vimos privados de su presencia en los juzgados mucho antes, por culpa de que la Administración no sabe valorar el trabajo bien hecho. Es más, parece que a veces le molesta.

Durante el tiempo en el que trabajó como médica forense en la entonces recién creada Unidad de Valoración Integral de Violencia de Género pude leer algunos de sus informes porque correspondían a casos en los que yo intervenía como letrada, y aunque no siempre estaba conforme con ellos, siempre me parecieron mejores que la mayoría de los informes que estaba acostumbrada a leer, en el sentido de que daba un paso más en las pruebas forenses realizadas y en la fundamentación de sus conclusiones; y, además, incluso las personas que recibían un informe desfavorable a sus pretensiones referían que habían sido tratadas con atención y amabilidad. Se notaba en ocasiones en las líneas del informe que al intervenir era consciente de sus limitaciones, sobre todo en cuanto a la valoración de peligrosidad, violencia sexual, o patología de alguna de las partes, y en esos casos indicaba que sería conveniente profundizar con otros exámenes que casi nunca llegaban a hacerse. Pero ella lo decía, porque no se conformaba con lo de siempre; ella estudiaba, se esforzaba, crecía constantemente como profesional y quería que la Unidad de Valoración de Violencia de Género creciera. No escatimaba en nada a la hora de hacer su trabajo, ni se sometía a la opinión de nadie aunque eso pudiera traerle consecuencias negativas, siendo consciente de la enorme responsabilidad que le correspondía como perito.

Cuando dejó de trabajar como médica forense, cumpliéndose la máxima de que la Administración no le duele desprenderse con facilidad de profesionales bien formados e implicados, tuve la oportunidad de conocerla de otra manera, y comprendí algo que en cierto modo ya había percibido con anterioridad: Maribel desprendía una luz especial. Coincidir con ella en unas jornadas era presenciar cómo iba saludando a cada momento a alguien. Personas de estilos, edades, e ideologías muy diferentes se acercaban a ella con respeto y cariño, y a todo el mundo sabía escuchar y regalar alegría, optimismo, luz. Su presencia no se parecía en nada a la que solemos tener los y las profesionales del derecho y peritos, ella era más original, más libre, más cálida. A su lado podríamos haber parecido personas grises pero lo cierto es que nos iluminaba y nos acercaba entre nosotros, a pesar de nuestras diferencias. Gracias a Maribel he aprendido a mirar de otra manera, con menos prejuicios, y he conocido a personas que aunque en teoría estaban a mi alcance nunca habría sabido valorar con justicia porque las estaba mirando desde muy lejos. Para mí ella representa mejor que nadie un nuevo sol en los pasillos de la justicia que sobrevive a pesar de tanta oscuridad. Es cierto que vivimos tiempos difíciles para la justicia, que hay miles de obstáculos, sobre todo para las personas con escasos recursos, y que a veces parece que cualquier pretexto es bueno para no hacer justicia; pero también es cierto que se puede avanzar entre la oscuridad con respeto, deseo de aprender, y la mente abierta.

Por eso, gracias Maribel por toda tu luz.

Amparo Díaz Ramos

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