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Manuel Cruz Herrera, in Memoriam

El día 27 de marzo pasado se cumplieron seis años del fallecimiento de nuestro compañero y Vicedecano Manolo Cruz Herrera. Quiero hoy recordar su memoria tanto para los que le conocimos como para aquellos compañeros que por su edad no lo conocieron. Mi amistad con Manolo excedía el terreno de lo estrictamente profesional. Su familia y la mía tuvieron desde muy antiguo lazos de amistad acrecentada allá por los años 50, apenas dado yo de alta en nuestro Colegio, por la que él tuvo con mi padre a causa de la caseta de feria que tuvo la Guardia Civil por aquellas fechas, llamada “Puesto de mando”, regentada por el general Don Carlos Cáceres, titular entonces de la Zona de la Guardia Civil, por Don Mario López, secretario del Gobierno Civil, gran amigo de Manolo Cruz, y por él mismo, a cuya caseta tuve acceso porque mi padre entonces era el jefe de oficina de la 5ª Comandancia Móvil, sita en el cuartel de Eritaña, y allí fue la primera vez que tuve contacto más que como compañero como amigo, a causa de la amistad que él tenía con mi padre. Manolo Cruz entonces simultaneaba el ejercicio profesional con sus negocios, el de carbón que de muy antiguo tenía su familia y la explotación de varios cines. Fue empresario del San Vicente por varios años y el último que regentó fue el Coliseo España. En 1953 le fue otorgada la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo Colectivo de la Organización Sindical. En su paso por el mundo empresarial desempeñó desde 1962 a 1987 la presidencia de la Asociación Provincial de Empresarios de Cine y formó parte de la Junta de Gobierno de la Agrupación Nacional del Sindicato del Espectáculo. Durante los años 1966 a 1975 actuó como secretario del Jurado del Festiva de Cine de San Sebastián, y fue delegado de España en la reunión que celebró en Viena la Unión Internacional de Explotaciones Cinematográficas.

Después dejó su actividad mercantil para dedicarse más intensamente al ejercicio profesional, y cuando se hizo cargo de la delegación de la Mutualidad de la Abogacía, el año 1976, que ya no abandonaría hasta su muerte, se dedicó en cuerpo y alma al Colegio de Sevilla, a cuyas Juntas de Gobierno perteneció como diputado segundo desde 1974 a 1979, llegando a ser Vicedecano, desde 1986 hasta 1997, en primer mandato de nuestro actual decano José Joaquín Gallardo Rodríguez, en el ejercicio de cuyo cargo estuvo hasta dos años antes de su muerte. El Colegio, que le había propuesto para desempeñar la Delegación de la Mutualidad General de la Previsión de la Abogacía en 1976, le otorgó en 1977 la Medalla de Oro de la Colegiación y en 1986 fue distinguido con la Cruz Distinguida de Primera Clase de la Orden de San Raimundo de Peñafort, y en 1997, el mismo año de su fallecimiento, igualmente con la Cruz de Honor de esta misma Orden.

Manolo Cruz era un hombre muy estricto en sus modos de comportamiento y muy suyo en sus decisiones; quienes lo conocían bien entenderán el sentido de mi expresión, era perfeccionista al detalle, le gustaban las cosas muy bien hechas, y por esta causa alguna vez tuvo algunos puntillos de roce con algunos compañeros, pero él era incapaz de hacer mal a nadie premeditadamente. Muchos compañeros y sus familias saben de sus desvelos y de su buen hacer a favor de ellos cuando desempeñó la delegación de la Mutualidad, de la que cedió a la tesorería del Colegio cuantos emolumentos, primas, comisiones o cualesquiera otros beneficios pudieran corresponderle por el ejercicio de su cargo.

Otra de sus actividades era la literatura; gran lector, escribía e incluso cultivaba la poesía, de la que en alguna ocasión me dio buena muestra, y desde que se publicó en 1978 mi Historia del Colegio de Abogados de Sevilla comenzamos una correspondencia epistolar, no interrumpida ya hasta una carta suya que conservo de enero de 2000, solo a escasas fechas de su muerte. Siempre, a la publicación de mis libros, que yo le enviaba con expresiva y cariñosa dedicatoria, me respondía por escrito, aunque nos hubiéramos encontrado antes o por teléfono me lo hubiera agradecido. Amaba este género epistolar, olvidado hoy en nuestra literatura, y practicado en ella desde el siglo XVI, lo que en más de una ocasión comentamos, porque yo, como él, soy también un apasionado de este género literario, hoy prácticamente en desuso. Fue un ferviente ateneísta. En el Ateneo, al que perteneció desde 1937, desempeñó el cargo de bibliotecario los años 1945, 1946 y 1947 y de Secretario General durante los años 1950, 1951 y 1952, y en este último año figuró como Rey Baltasar en la Cabalgata de la docta Casa de ese año. En los dos últimos años de su vida estuvo estudiando conmigo la creación de un premio literario que llevara su nombre en el Colegio de Abogados de Sevilla, me envió unas bases para su convocatoria a fin de que yo se las corrigiera y le diera mi opinión, y lo hice, y en ello estábamos ambos cuando la enfermedad le sobrevino, después su muerte, que dejaron nonnato tan noble deseo.

De todas estas actividades de Manolo Cruz, exclusión hecha de la abogacía, había a mi juicio una que primaba sobre todas las demás: su amor a la gastronomía, era un excelente gastrónomo. Perteneció siempre a la peña gastronómica “El Alcaucil”, donde se reunía con muchos de sus amigos, muchos de ellos conservados desde su época de ateneísta. A propósito de esta pasión por la buena mesa, unos años antes de su muerte, discutiendo conmigo donde se comía mejor en Sevilla un buen cocido, el plato español por excelencia, que le cautivaba, como a mí, me impuso su voluntad, rara avis, para llevarme a un restaurante en Alcalá de los Panaderos, pido perdón a los alcalareños pero yo le llamo siempre así, y en unión de nuestras esposas Manolina y Lina, allá nos encaminamos a degustarlo con muy buen ánimo. Cuando terminamos pidió una libreta al camarero, arrancó una hoja, la dividió en cuatro partes, retuvo la suya y nos dio una a cada uno, y nos hizo prometer que con toda la honradez y sin trampa ni simulación puntualizáramos del 1 al 10 lo que nos hubiere parecido el cocido. Un 10 redondo fue el resultado. Quedó satisfecho y afirmó y requeteafirmó que nadie como aquel restaurador era capaz de preparar un buen cocido, le contradije, le tomé la palabra, y le invité a otro lugar, también fuera de Sevilla, en el vecino pueblo de Olivares, donde también le dije que lo preparaban, y lo siguen preparando en la actualidad, como un manjar exquisito. Nuestro Decano sabe el lugar, lo frecuenta con cierta reiteración y no me dejará mentir. No estuvo muy convencido pero aceptó y volvimos los dos matrimonios a repetir tan fraternal ágape. Cuando terminamos le copié lo de los papelitos, los repartí con la misma invocación que él hizo, y el resultado fue el mismo, un 10 redondo. No se lo quería creer pero lo aceptó.

A raíz de esto último, que ocurría a primeros del año 1997, en 6 de marzo siguiente recibo la carta de nuestro ex Decano, Pepín Moreno, convocando a la comida fraternal que se había ya iniciado el año anterior, ideada por él y por Manolo Cruz, de reunirnos los 50 abogados ejercientes más antiguos del Colegio de Sevilla. Pepín Moreno se ocupaba de la convocatoria y Manolo Cruz se encargaba de lo gastronómico, encontrar el restaurante adecuado y señalar el menú conveniente al chaparrón de años que suponíamos los convocados y participantes, sin olvidar que esta convocatoria se había señalado en la que fue primera e inicial reunión el año anterior, un viernes de Cuaresma, y algunos comilones protestaron por el viernes y por la Cuaresma y aún hubo alguno que se dejó caer con ciertos ribetes religiosos de escrupulosidad por la observancia del ayuno y de la abstinencia. Por mi parte debo decir que fui de los protestantes por el viernes dentro de la Cuaresma, por creer que había otros días en que no nos encontrábamos sujetos al precepto religioso, y no había razón para ponerse en ocasión de quebrantarlo, aunque también hay que decir que todos nos encontrábamos dispensados por arrastrar cada uno más años que el bíblico Matusalén. Manolo Cruz se mantuvo, como siempre, irrevocable en su decisión, y la celebración tuvo lugar un viernes de aquella Cuaresma. No tuve ni se me permitió el recurso, ni de reposición, ni de apelación, en aquella asamblea era la máxima autoridad colegial, era Vicedecano, ni de queja, ni se me ofreció otra oportunidad que la protesta escrita contra la dictadura religiosa del Vicedecano, allí en funciones de Decano porque quien lo era, José Joaquín Gallardo, nuestro actual Decano por elección, no podía ni intervenir ni asistir por razón de su edad al no estar incurso en el grupo de los cincuenta más antiguos.

En próxima ocasión referiré en detalle la carta que dirigí en 17 de marzo de 1997 a nuestro ex Decano Pepín Moreno, única vía de protesta que nadie me podrá negar, contra la comida a celebrar en el Hotel Los Seises de nuestra ciudad de aquel año, carta que ha permanecido inédita, redactada con sorna cariñosa hacia Manolo Cruz y su autoritaria decisión, como protesta lastimera contra su arrogancia gastronómica, pero con la idea de que Pepín Moreno se la enviara para su conocimiento y con el presunto perdón que se evidenciaba por nuestra cabal e incontrovertida amistad. La carta a Pepín Moreno que le dimos a conocer después de la celebración, o quizás antes, no lo recuerdo bien, le cayó como agua de mayo y me la agradeció con mucho afecto.

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