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El despertar de un sueño

Viaje al Norte

A finales de la década de los ochenta, con objeto de estudiar los servicios sociales en Suecia y Noruega viajé a estos países en compañía de otros profesionales y cartas de presentación de alto nivel

Embarcamos un sábado en Barajas rumbo a Estocolmo y al llegar alquilamos un coche en el aeropuerto.

Habíamos reservado habitación en el Hotel Anglais, en Humle Gaads muy cerca de la Biblioteca Nacional y de la Ciudad Vieja.

Durante nuestra estancia nos atendió y sirvió de anfitrión y guía un buen amigo, funcionario de nuestra Embajada. Tuvimos reuniones de trabajo en el Ministerio del mismo nombre, en el Instituto Sueco de Documentación y en el Gran Hospital, sitios en los que se nos proporcionó información y documentación sobre el objeto de nuestra visita.

La Embajada nos ofreció su atención y colaboración y en los ratos libres, que no fueron muchos, visitamos la ciudad vieja, el Museo Naval, el buque Baasa, fielmente reproducido hasta en sus ínfimos detalles después de recuperarlo del fondo del mar, el magnífico zoológico y el curioso Museo de costumbres populares;

Una tarde nos desplazamos hasta Upsala, para conocer sus antiquísimos monumentos funerarios y su no menos vieja Universidad.

A Oslo viajamos por carretera, atravesando Orëbro.

La magnífica autopista sueca se transformaba al llegar a la frontera noruega en una carretera comarcal española en buen estado. El paso de un país a otro solo se percibía por la estrechez del asfalto; la frontera la señalaban sendas banderas de los países limítrofes y unas edificaciones en las que se podían declarar alguna adquisición para reintegrarse del IVA abonado, cosa que hacían en el momento y en la moneda elegida o cambiar moneda. No había policía ni fuerzas de seguridad y esto, para nosotros, españoles, era toda una sorpresa.

Nos alojamos en el Hotel Stefan, sito en Rosenrrantzgt,1, confortable y céntrico pero en el que, para sorpresa nuestra, él consumo de bebidas alcohólicas, estaba terminantemente prohibido, tanto en el comedor como en las habitaciones.

La ciudad que encontramos estaba en obras, había suciedad por todas partes y su juventud tenía aspecto provinciano y gustos musicales de veinte años atrás que exhibían como nuevos ricos.

Al parecer las plataformas petrolíferas estaban llenando los bolsillos de aquellos rudos pescadores y estaban empezando a conocer, para su desgracia, los malos gustos del otro lado del Atlántico.

Tuvimos sesiones de trabajo en el Gran Hospital y en Centros de Asistencia y en todo momento estuvimos atendidos por funcionarios de la Embajada,Nuestro representante nos ofreció, al igual que el de Suecia, colaboración y atenciones.

En el tiempo libre tuvimos ocasión de visitar la ciudad, admirar su grandiosa estación de ferrocarril y sus bellísimos alrededores; contemplar el maravilloso fiordo Sogne, 200 kilómetros cuadrados con paredes de hasta 2.045 metros de altura, visitar el Parque Frogner, admirar las esculturas de Gustav Vigueland, sorprendernos con el trampolín olímpico de Holmen Kollen, entusiasmarnos con el contenido del Museo Vikingo y preguntarnos como pudieron con aquellos barcos llegar hasta el Guadalquivir y remontarlo, contemplar el edificio del Ayuntamiento, exponente del realismo arquitectónico soviético y entrever, en la lejanía, la enorme y ciclópea fortaleza de Akhershus, ahora destinada a funciones de protocolo estatal.

Dejamos la ciudad sin tiempo para conocer sus cerca de ciento cincuenta museos y enfilamos Bergen por una carretera limpia y brillante en cuyos arcenes se amontonaban cuatro y cinco metros de hielo que impedían cualquier visión lateral.

Por recomendación del personal de la Embajada hicimos alto en Giëlo, centro internacional de esquí, para almorzar en el Hotel Mr. Holmes, famoso por su “buffet” libre y buen precio.

En Bergen, tuvimos habitación en el Hotel Neptune, en Walkendorffst, 8 y trabajo en el Hospital Municipal y en el Centro de Salud y Asistencia Social, en el que nos atendió un campechano cirujano, de fluido español aprendido en sus veranos en la playa granadina de Nerja, que no tuvo inconveniente en reconocer que el Estado de Bienestar noruego, aparte del despilfarro de medios que suponía, exigía impuestos cada vez mas altos que algunos como él no estaban dispuestos a pagar, por lo que, alcanzados los límites de retribución convenientes, dejaban de trabajar para no ganar mas y así no tener que seguir pagando. Este posicionamiento era motivo de sendas reflexiones pues no gustó en absoluto a mis compañeros de viaje que pretendían convencer al buen hombre de todo lo contrario.

Subimos en el tranvía articulado a la colina Floytjellet, desde cuya cima se divisaba en toda su grandiosidad el fiordo de Bergen y su magnífico puerto; allí adquirí una figurilla de un Troll, el duendecillo de los bosques, en recuerdo de aquella bellísima ciudad.

Finalizada nuestra misión, con la documentación necesaria y las observaciones realizadas “in situ”, llegó la hora del regreso. Lo hicimos por vía aérea, con escala en Copenhage no sin antes adquirir un buen salmón en el mercado artesano que montaban muy de mañana delante de un edificio macizo y feo que en la época de la ocupación alemana, fué sede de la muy temida Gestapo y que luego se destinó a sede ministerial.

En aquel tiempo estos países, y Suecia en particular, recibían las más grandes alabanzas de la socialdemocracia europea que los señalaba como ejemplo de desarrollo económico y social.

Sin embargo, y así lo constaté, aquel “modelo sueco” no duraría mucho. Suecia se embarcaría en un intenso y creciente proceso de liberalización sin parangón en el Viejo Continente.

La nueva deriva emprendida por la clase política del país pondría punto y final al último gran mito de la economía planificada en Occidente

En unas décadas grandes cambios sociopolíticos se producirían en Suecia.

Tras casi treinta años de férreo control público, Suecia sucumbiría a una grave crisis económica, a principios de los 90. La red estatal en la que tanto confiaban sus ciudadanos se vino abajo como un castillo de naipes, poniendo al descubierto el fracaso de una de las políticas mas aplaudidas de la segunda mitad del siglo XX: el bienestar social.

Hasta 1950 Suecia había logrado un relevante desarrollo económico gracias a la escasa intervención pública y los bajos impuestos. Sin embargo, veinte años más tarde sobre 1.970, alcanzaba su cenit en cuanto a expansión estatal e impositiva se refiere, lastrando con ello los avances logrados hasta el momento. Entre 1950 y 1973 el crecimiento sueco fue el más lento de Europa Occidental, excepción hecha del británico.

Entre 1960 y 1989 la presión tributaria se duplicó, pasando del 28 al 56% del PIB.

Con tal capacidad recaudatoria, no es de extrañar que el gasto público pasara del 31 al 60% del PIB entre 1960 y 1980.

Poco tiempo después, a mediados de los años 90, se comenzó a ceder al sector privado un amplio abanico de servicios sociales que hasta entonces manejaba exclusivamente el Estado, tales como la educación, la sanidad, la atención a la tercera edad, el sistema de pensiones o las prestaciones por desempleo y enfermedad, por citar sólo unos pocos.

Así inició Suecia la “vía socialdemócrata al socialismo”. Los Gobiernos del país, en lugar de socializar los medios de producción, se incautaban de los recursos económicos de las empresas y los ciudadanos para, a través de unas onerosas cargas fiscales, “socializar los ingresos y, con ello, el consumo”.

Había nacido el modelo sueco. El Estado monopolizaba un amplio sector de servicios de bienestar “totalmente politizado y herméticamente cerrado” tanto a las preferencias de los usuarios como a la competencia de las empresas privadas, que se consideraba desleal e ilegítima.

El sistema, basado en una elevada confiscación de salarios y beneficios empresariales, aseguraba a todos los suecos un considerable nivel de ingresos y beneficios sociales mediante la función redistribuidora propia del poder político.

Eso decía la teoría pero en la práctica, las cosas eran bien distintas. Mientras que entre 1960 y 1990 el empleo aumentó un 81% en EEUU; en Suecia solo alcanzaba, un raquítico 25% (menos de un 1% anual de media).

El crecimiento del PIB se ralentizó, y los suecos perdieron poder adquisitivo frente a los estadounidenses.

La libertad de elección y decisión de los suecos se vio severamente restringida por esta politica.

El Estado intervenía en materias circunscritas al ámbito estrictamente privado, tales como la formación de la familia (Suecia aplicó durante décadas un amplio programa de esterilización selectiva de individuos) o la elección de vivienda (con políticas que combinaban las ayudas sociales con unas cargas tributarias elevadísimas).

La educación básica, la sanidad o los servicios asistenciales eran también, en su inmensa mayoría, de titularidad pública. Y el ciudadano apenas podía, cuando podía, elegir.

Por esto y otras razones el sueño keynesiano que en mi visita todavía pude constatar llegó a su fin poco después, en la primera mitad de los 90.

Suecia entró en recesión: con el PIB estancado, el paró alcanzó el 13% en 1993, y la crisis fiscal que hubo de hacer frente el país fue de enorme magnitud.

A la sustancial caída de los ingresos tributarios se sumó una cifra récord de gasto social, que llegó a representar el 72,4% del PIB. El elevado déficit y el endeudamiento público tuvieron por consecuencia el colapso del sistema de bienestar… y el consiguiente renacimiento del pensamiento liberal, firme detractor del paternalismo estatal imperante.

La reforma del modelo consistió, básicamente, en la sustitución del monopolio estatal de los servicios públicos mediante una creciente privatización de la gestión de los mismos.

Suecia implantó los denominados vales de bienestar; es decir, se optó por transferir recursos a los ciudadanos para que éstos escogieran libremente entre una amplia oferta de servicios sociales privatizados.

De este modo, por primera vez en décadas los padres podían elegir, sin costo extra, la escuela de su preferencia, ya fuera dentro del sector público o entre las denominadas escuelas independientes. Lo mismo ocurrió en materia de salud y atención médica, o en lo relacionado con el cuidado de los niños y los ancianos.

A través de un sistema de licitaciones a cargo de los gobiernos provinciales y municipales (Suecia cuenta con un modelo político ampliamente descentralizado), las empresas pudieron ofertar servicios de bienestar en igualdad de condiciones y en directa competencia con el sector público, .hasta llegar, pasados los años a contar con un buen número de escuelas independientes, a las que asisten miles de alumnos. Mientras, casi el 35% del gasto público en salud se consume en la provisión privada de servicios médicos, aunque dicho porcentaje varía en función de las distintas regiones. Por lo que hace a los ancianos, disponen de vales o cheques públicos para cubrir diversas necesidades (cursos, terapias, entrenamiento físico específico, residencias, etcétera).

Asimismo, se apostó por la capitalización parcial del sistema público de pensiones, lo cual posibilitaría, en gran parte, la reducción del abultado déficit del Estado, aplicando en los últimos años una sustancial rebaja de impuestos relacionados con el trabajo,afrontando la reforma del sistema de seguros de desempleo y enfermedad.

Se eliminaron prestaciones y se endurecieron los requisitos exigibles para acceder a este tipo de servicios.

Como consecuencia de ello años después del inicio de este ambicioso plan de reestructuración, Suecia se colocaría nuevamente a la vanguardia del crecimiento económico entre los países más avanzados.

Tras estos cambios, en términos generales, la carga tributaria que soportan los suecos se ha reducido de manera importante en relación con los tiempos d mi visita, al tiempo que el gasto y la deuda pública han caído en porcentajes importantes respectivamente.

El gran mito del movimiento progresista no pudo sobrevivir.

El intervencionismo público fracasó una vez más.

No obstante pese al desmantelamiento del monopolio estatal en múltiples sectores, Suecia sigue teniendo un Estado de gran tamaño.

En esencia, la reforma sueca ha dado lugar a un nuevo modelo: el “capitalismo del bienestar”.

El objetivo es que las empresas, sin dejar de lado el aspecto comercial, “formen parte integral del sistema de prestación de servicios públicamente financiados

La regla general sigue siendo la financiación pública directa (vía asignación presupuestaria o pago público a la firma licitadora) o indirecta (a través de los denominados vales o cheques de bienestar) de los servicios básicos.

De este modo, en Suecia la carga tributaria sigue siendo elevada, pues sigue siendo el erario público quien mantiene la red asistencial del país.

Se trataba de un sistema mixto, basado en la colaboración entre los sectores público y privado, que, si bien ha demostrado un mayor grado de eficiencia que el anterior, el del monopolio estatal, no parece pensado para dar el paso definitivo hacia la privatización total.

Muchos enterraron un sueño; otros, todavía, intentan alcanzarlo manteniéndose en el error.

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