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Darwin para Abogados

El centenario y medio de Darwin, nos ha traído un renacer de las viejas polémicas sobre Creación y Evolución. Se quiso presentar su teoría como una negación, o al menos un enfrentamiento con el texto bíblico, cosa que el autor se cuidó mucho de evitar. El título completo de su obra es “Acerca del Origen de las especies por medio de la selección natural o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida”. Apareció en 1859. Tuvo un gran éxito y conoció en vida de Darwin, seis ediciones. Posteriormente escribió sobre “La descendencia del hombre”, que publicó en 1871.

Darwin , a los fenómenos observados en su viaje en el “Beagle” les llamó transmutación en primer lugar, y más tarde, evolución por selección natural. Consiguió divulgar el término, aunque se acepta que hay adaptación al medio, pero que también juegan el azar, y los errores de la Naturaleza. De los tres millones de especies conocidas, no hay un sólo caso de transición.

Además, la evolución no es la explicación última de nuestra existencia. Lo que se ha registrado después de Darwin, es la aparición y desaparición, a veces súbita, de variantes de las especies. Cuando se descubrió la cuenca Bighorn, en EEUU, con una secuencia ininterrupida de cinco millones de años, los paleóntologos supusieron que sería fácil encontrar concatenaciones de algunas especies, es decir, los eslabones intermedios. No hubo un sólo caso. La conclusión -provisional, siempre- es que seguramente las especies permanecen invariables durante un millón de años, aproximadamente, al cabo de los cuales, desaparecen, para dar paso a otra variante, más bien subespecie. Junto a esos cambios “tranquilos” hay otros más veloces, en pocas generaciones.

Cada fenómeno, puede entenderse cientificamente, como un paso a otro, pero ello no explica el “por qué”. No hay contraposición de teorías. Filosoficamente, se puede admitir que la realidad procede de la nada (esto es la Creación), esa realidad es cambiante en el tiempo (eso es la evolución). Creación y evolución no entran en conflicto, si no se quiere. La acción divina, puede ser el big bang, el instante más glorioso del estallido, del que nace la materia, poniendo en marcha un proceso innegable, que se rige por el azar o la necesidad o el plan del creador. Eso no lo saben los científicos. Sólo que la materia, por sí, es esencialmente cambiante y evoluciona conforme a sus propias tendencias o azares. Como dijo Junger: “La creación es el presupuesto; la evolución, su consecuencia en el tiempo”.

El neo-darwinismo, intentó adaptar la teoría a los avances científicos. Quería seguir encontrando “eslabones perdidos” de la cadena evolutiva, pero después ha habido un descubrimiento fatal para la tesis: el ADN. No se conocía en tiempos de Darwin.

En el ADN, el código genético todos nos aproximamos bastante, pero el de cada especie no cambia nunca. Es su carnet de identidad. La selección natural y la dirigida en laboratorios, permiten crear subespecies de abejas, moscas, perros, etc., pero no saltar de un código a otro. Se obtienen individuos diferenciados, pero los caracteres adquiridos no se transmiten genéticamente. ¿Diríamos que la evolución está limitada “dentro de la especie”? Dawkins ha hablado del “gen egoísta”.

La otra posibilidad: el azar es tan remoto, por sus miles, millones de variantes. Mucho más difícil que si tiramos al aire mil caracteres tipográficos, caiga perfectamente ordenado un párrafo del Quijote, con puntos y comas.

El científico Sayés, dice “acepto el Big Bang, pero ¿cómo puede explicarse que una fracción de medio núcleo de un átomo de hidrógeno, representado por la unidad precedida de 48 ceros, pueda tener, por sí sola a la realización del “Proyecto Hombre”? Nada puede tender a un proyecto, si no lo conoce.

En toda esta polémica, nos movemos en terrenos bastante inseguros. Hasta hace poco se decía que el hombre había aparecido sobre la tierra, hace un millón de años, más o menos. Hoy se sostiene que hay vida humana desde hace tres millones de años. Creo que es una diferencia suficiente para no pontificar. Esta última cifra depende del humor, el optimismo o la imaginación de los paleontólogos. Para éstos, el Big Bang, o creación ocurrió entre cuatro o seis mil millones de años. Hay margen para una transacción razonable.

Pero si los vestigios de la más antigua ciudad, que se conoce en el mundo es Jericó, con “sólo” ocho mil años, piénsese si hay vacío suficiente para especular. Hay muchos más elementos para discutir. El hombre, aprendió, al parecer a domesticar el fuego hace “sólo” medio millón de años, tomándolo seguramente de los incendios provocados por los rayos. Pero “sólo” descubrió la agricultura y la ganadería, siete mil años antes de la Era Cristiana. Hasta entonces no fijó su residencia y creó rebaños, pero nos queda el tremendo vacío de esos cientos de miles de años, en que anduvo errante, cavernícola y frugívoro. Sus pistas han desaparecido si es que alguna vez las hubo, o están en nuestro alrededor y no sabemos verlas.

Sigo con todo interés cuando se publica sobre nuestro pasado remoto, y nada más estimulante que Teilhard de Chardin. Para este Jesuíta Francés, de formación inglesa, la creación es como un tronco, del que salen ramas que son las especies. Esas ramas no proceden unas de otras, sino del tronco o hilo creador. En la cumbre, está el hombre, máxima creación que supera a los demás géneros, no tanto por sus facultades físicas (los hay más fuertes, más veloces, más resistentes, etc) sino por sus facultades mentales. Tiene conciencia de si mismo. Es díficil sintetizar el pensamiento de este científico, que intentaba explicarse y explicar nuestro pasado, pero a los seguidores del relato biblíco creacionista, nos conforta saber que la materia, con sus propias Leyes, es también obra de ese Algo o Alguien, que todos nosotros llamamos Dios.

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